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La duda de la concordia

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José Ramón Berné Marín

Nos dice el presidente del Gobierno que hay un tiempo para el castigo y un tiempo para la concordia y, según todos dedujimos de sus palabras, ahora es tiempo de la concordia y, por tanto, parece que se justifica el indulto a los condenados por el procés.

La frase, desde luego, es muy bonita, pero a mí me lleva a plantear un ejercicio que enfrenta el vocabulario con la política.

¿Qué significa concordia? La RAE nos presenta tres acepciones:

1. f. Conformidad, unión.

2. f. Ajuste o convenio entre personas que contienden o litigan.

3. f. Instrumento jurídico, autorizado en debida forma, en el cual se contiene lo tratado y convenido entre las partes.

¿A qué acepción se refiere el presidente? Lo que parece estar claro es que ninguna de las tres responde a la situación que tenemos en este momento. ¿Conformidad, unión? Los probables indultados son, según sus propias declaraciones, independentistas o, por ser más estrictos, secesionistas; es decir, propugnan la separación, claro antónimo de la unión.

¿Ajuste o convenio entre personas que contienden o litigan? Aquí conviene recordar que la mayoría de los posibles indultados se ha negado a solicitar el indulto y, en todos caso, lo que sí quieren es la amnistía. Aunque seguro que aceptarán el indulto y saldrán corriendo de la cárcel en cuanto puedan. Luego, tampoco parece ser que exista un convenio entre ambas partes.

¿Instrumento jurídico, autorizado en debida forma, en el cual se contiene lo tratado y convenido entre las partes? ¿Qué se ha convenido en este caso? ¿Existe algún acuerdo? Sí es así, que nos lo expliquen.

En 2017, lo que aconteció en Cataluña fue muy grave. ¿Qué lo provocó? ¿La inoperancia del gobierno central que hizo el don Tancredo por no saber qué hacer? ¿El oportunismo de los dirigentes independentistas que, aprovechando la crisis que provocó la indignación de la gente, por sus efectos, vendió un paraíso que solo existe en el imaginario de los más ilusos?

Lo ocurrido en Cataluña es tan viejo como el hombre, creamos un enemigo común, lo responsabilizamos de todos nuestros males y tendremos a la masa de nuestro lado. Durante cuarenta años lo vivimos los españoles, un contubernio judeomasónico nos mantenía en el ostracismo, mientras que los valores esenciales –Dios y la Patria– que el franquismo promulgaba eran vitoreados hasta la náusea por el pueblo español, ¡Franco!, ¡Franco!, ¡Franco!

Mientras que para una gran mayoría de los catalanes exista ese enemigo común que se llama España, ese enemigo que no los quiere, que les roba, que les impide vivir en el “paraíso”, que no les deja hablar su idioma, que los subyugó en 1714 (me pregunto, ¿cuántos catalanes saben qué pasó en 1714? ¿Cuántos, por ejemplo, saben que Vic, hoy ciudad referente del independentismo, estaba a favor de la sumisión a los borbones en aquella contienda?), mientras eso ocurra, no nos engañemos, los gobernantes catalanes seguirán alimentando la idea de que la única solución es la independencia de su enemigo, es la forma que tienen de justificar su incapacidad de evitar que Cataluña esté perdiendo la preponderancia que tenía en muchos aspectos, pero sobre todo en el económico.

En definitiva, ¿indulto? sí, pero con condiciones, convenido, que conduzca a la concordia. No puede existir concordia sin conformidad de todas las partes. Creo que, como mínimo, habría que condicionar el indulto a un compromiso incuestionable de que se abandona la vía unilateral y que cualquier intento de secesión pasará por las vías legales, actuales o futuras, como ha ocurrido en Canadá o en Escocia, ejemplos a los que siempre recurre el independentismo catalán, aunque poco tienen que ver con su caso.

José Ramón Berné Marín es socio de infoLibre

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