Previa.
Tras haber confundido, o no, valor con precio.
La inflación ha subido en nuestro país hasta un 10,2%, es decir, disponemos de un diez por ciento menos del valor de nuestro dinero. Frente a una subida galopante de precios, que ya no solamente inciden en el alza del coste de las energías básicas: gas, petróleo, electricidad… Sino que, además, coadyuvando a fijar lo que se llama la “inflación subyacente” se practicará una eficaz labor de zapa, la de aquellos productos aún más básicos todavía, los mismos que nos ayudan a sobrevivir, siquiera vivos o medio vivos, infraalimentados o por el estilo, naturalmente. Como son los precios del aceite, hoy he visto que el litro de aceite de oliva virgen ya anda por los 7,50 euros, y el del pollo hasta un 44% más caro que hace unas pocas semanas, mientras que los huevos hasta un 25% más y el de la sandía, disparado. Añadido el precio “desbocado” de la hostelería que sube y subirá, ahora que se inaugura el periodo de vacaciones, y también, cómo no, el incremento de los intereses, 90 euros de más mensuales para una hipoteca de 150.000 euros.
Con una guerra que aún queremos verla demasiado ajena. Un apocalipsis cotidiano, una hambruna que va matando lentamente. Tras una cumbre de la OTAN que ha aprobado el aumento del gasto en “Defensa”, “a la sombra de EEUU”. Concretamente España tendrá que subir su gasto hasta un 2% del presupuesto global, que en euros supondrá 20.000 millones de euros anuales. Con una derecha que se frota las manos, ausente todo sentido de Estado, de lealtad y hasta de patriotismo.
Mientras aún se insiste en esa tendencia alocada de “desquitarse”, o eso dicen algunos/as, tras los ¿renuncios? del confinamiento por la pandemia. Enloquecidos muchos por celebrarlo todo en festivales multitudinarios, en vacaciones a lo grande, en jolgorios alocados… Hasta que llegue en otoño en inaplazable rechinar y crujir de dientes.
Mientras se palpa la carestía que nos acecha y se sabe ya también del incremento, tres millones más de trabajadores/as que con contrato, empleo fijo e indefinido, sueldo ralo y otros complementos mínimos, no logran llegar a fin de mes.
Con los precios de los alquileres y la venta de pisos desbocados, asimismo, de parte de ese sector afortunado de ricos que sigue enriqueciéndose más y más, en tiempos de incertidumbre, mientras los pobres andan hacinándose de mala manera. Y la presidenta de Madrid saca pecho porque facilitará becas, con dinero público, a hijos de familias con ingresos superiores a los 100.000 euros anuales que cursen estudios en colegios público. Un absoluto escarnio.
Mientras se palpa la carestía que nos acecha y se sabe ya también del incremento, tres millones más de trabajadores que con contrato, empleo fijo e indefinido, sueldo ralo y otros complementos mínimos, no logran llegar a fin de mes
Echando la culpa ya de paso, a unos más que a otros, políticos de turno, dejando libres de señalamiento social a los grandes empresarios que han sabido organizar la economía a su favor, recogiendo beneficios millonarios, sin que les tiemble el pulso, muy atentos a que los salarios más bajos no suban ni un ápice.
Así pues, en un bucle maldito que nos va acorralando, a los paisanos de clase de tropa, hacia un mundo más dependiente cada día del exiguo número de los más poderosos.
Hace pocas fechas escuchaba a dos ancianas, jubiladas seguramente, de cortas pensiones, sin duda, lamentar que el precio del aceite que compraban normalmente había subido de 1.5 euros el litro a 3,5 euros, y claro, ese incremento y algunos más, era un hecho contrastable, las dejaba, prácticamente, con su poder adquisitivo inoperante y en precario, a un pie de la necesidad más acuciante para poder aspirar a una existencia medio digna, cuando no mendicante.
Economía pues de guerra, a la que no se quiere mirar de frente, ante el desmoronamiento creciente que está asolando nuestro mundo actual. De un bienestar que va haciendo agua, tras la desigualdad absoluta que ha cercenado a la sociedad, con un 40% con capacidad para vivir aceptablemente, con un 60% sumida en la vulnerabilidad y en la pobreza sin paliativos.
Con una hambruna anunciada y rampante, con un revés mayúsculo de la estructura global que creíamos asentada, con visos de un empeoramiento aún por acaecer, reacios a tomar cualquier medida restrictiva que nos hiciera darnos de bruces contra la incómoda realidad.
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Antonio García Gómez es socio de infoLibre.
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