Fondos de inversión y de capital riesgo en los Servicios Sociales Públicos

Iván Díez Fernández

En calidad de profesional del sector de Servicios Sociales Públicos, y como recientemente me describía una colega, con condición de protagonista (más bien figurante), testigo y víctima; trabajador yo en el Tercer Sector, subrogado por una empresa intervenida por un fondo de inversión dedicada a gestionar contratos en modalidad mixta con las Administraciones Públicas.

Fue en febrero del 2018 cuando aquel fondo me absorbió, y al resto de personas con las que trabajaba, y con las que trabajábamos. Recuerdo cómo unos días antes de la subrogación, la persona adjunta a su gerencia me dijo: “[…] pues si gestionas así, mal empezamos”. El principio del fin, me supuse…

Yo anualmente elaboraba un documento de satisfacción hacia un servicio externo desde la institución donde prestaba servicios. Una asociación jurídica que trabaja en defensa de derechos universales (documentales, administrativos, laborales, sociales, …) de las personas en movimiento, migradas, así como de su protección internacional. Su labor había sido siempre encomiable, no podía no ser reconocida desde mi competencia y por la institución de la que yo era responsable. No podía ser de otra forma. Sin embargo, la empresa intervenida, por vez primera en ocho años, me denegó la posibilidad de expedir dicho documento, y no pude tramitarlo como había sido justa costumbre. Inaceptable.

La lucha continuó incesante desde mi posición de mando intermedio. Yo discutía acaloradamente por mantener unos mínimos aceptables en la calidad de los servicios que ofrecíamos a las personas sin hogar acogidas. La empresa intervenida solo atendía a los costes, solo le importaba el aspecto económico. Las necesidades sociosanitarias del colectivo objeto de su contrato no importaban. El gasto en transporte público y en medicación para las personas residentes, les parecía excesivo, como excesiva les parecía mi entrega, así me lo expresaron literalmente en la pandemia. Impropia vampirización de lo público.

Esta reingeniería economicista supone una importante reducción de costes, y por tanto un importante beneficio dinerario para la empresa intervenida, lo que significa mayor facilidad para su posterior venta a otro postor extranjero

Respecto a las personas que atendíamos, el servicio de alimentación, que a su vez nuestra compañía intervenida subcontrataba, era una de mis principales fuentes de conflicto, debido a la deficiente calidad de sus productos (materias primas) y a la escasa cantidad de los alimentos que servíamos. Toda la comida se regeneraba en la cocina del centro de acogida. Para que se hagan idea, la mayor parte del género de pescados que nos suministraban, no era posible encontrarlo en un supermercado común (halibut, tilapia). Estuve pagando por comer diariamente los primeros meses para poder evaluar con indicadores medibles y objetivos la calidad de dicho servicio alimentario regenerado, y no puedo más que considerar este, un servicio alimenticio deleznable. Por no hablar de numerosas irregularidades laborales de las que fui testigo, como la de una persona trabajadora en situación de incapacidad temporal, que vino a trabajar en cocina para regenerar la comida. Denuncié ipso facto la incidencia, a la dirección de zona, y me dijo que eso eran cuestiones la subcontrata, no de mi competencia… ¡Increíble!

Otro motivo por el que peleé incansablemente hasta mi gran renuncia, fue el persistente incumplimiento por parte de la empresa intervenida, de los pliegos de prescripciones técnicas y administrativas que regían el contrato con la administración pública, especialmente en relación a la contratación y sustitución del personal laboral. Las interpretaciones suyas, distaban mucho de las mías, y de las necesidades del recurso, y de lo señalado en diferentes apartados del articulado de los pliegos que regían el contrato de gestión con la administración pública. Pero claro, resultaba evidente que su inmoral negocio de la pobreza, su mercantilización de lo público, y su grosera rentabilidad económico-financiera, no era posible sin explotar precisamente estos pilares: alimentos y personal contratado (plantilla). Puedo asegurar que sus "estrategias del beneficio" son del todo eficientes y ventajosas, económicamente. Pero también se encuentran desprovistas, despojadas, de cualquier atisbo de ética y de moralidad, por mucho catedrático que elijan para impartir lecciones sobre “los buenos tiempos para la ética”, de los que presumen este tipo de empresas intervenidas por fondos de inversión y de capital de riesgo. Subcontratar otras empresas a modo de pantallas, para gestionar todo lo relacionado con la alimentación, es un acierto mercantil para rentabilizar costes y conseguir desresponsabilizarse (no hacerse debido cargo porque el servicio depende directamente de otra entidad subcontratada). Trampa.

Otros “grandes logros” bursátiles, fueron la destrucción y/o modificación transformadora de los departamentos empresariales que cualquier pyme tiene a nivel de estructura y organización. Me refiero a la práctica reengineering de departamentos como el de Recursos Humanos, selección de personal, Relaciones Laborales, Prevención de Riesgos Laborales, Informática, Formación, etc. Nuevamente la subcontratación de las denominadas empresas-pantallazo. Si tomamos como ejemplo Recursos Humanos, este necesario instrumento pasó a convertirse en una mera estructura gestora de personal, mediante un soporte aplicativo digital y una simbólica representación inhumana (llamada Compensación y Beneficios) para consultoría y orientación de dicha aplicación virtual. Gran parte de su actividad de gestión de personal, se delegó a las figuras y puestos de coordinación y dirección de los centros, programas, y servicios sociosanitarios. La compañía trató de vendernos que lo que querían era descriminalizar un departamento estigmatizado, pero lo que realmente estaban haciendo era delegar en otras figuras subalternas, sus principales funciones (selección y contratación de personal). “Los trabajadores cambian una forma de sumisión al poder -cara a cara- por otra que es electrónica” (Sennet, 2017, p.61), una forma de poder y de control aún más inquietante, sin corporeidad, y que no genera ruido. Recuerdo cómo la plantilla que dependía de mí se preguntaba si las personas gobernantes podrían venir a reunirse con el recurso que gestionaban para comunicarse con la plantilla. No se les conocía, no había contacto, las personas trabajadoras ya no tenían acceso a esas élites gestoras. La supuesta criminalización de la que hablaban, en caso de existir, pretendían enfocarla hacia otro referente. Por no hablar del nulo conocimiento de quiénes eran las personas inversoras de más arriba (private equity). Bochornoso.

La desintegración del modelo tradicional de departamentos era una fase más para transformar la estructura gestora empresarial en un sutil modelo panóptico. Esta reingeniería economicista supone una importante reducción de costes, y por tanto un importante beneficio dinerario para la empresa intervenida, lo que significa mayor facilidad para su posterior venta a otro postor extranjero. Secuencia que sólo termina cuando ya no se pueden obtener más beneficios desconsiderados, y cuya consecuencia apunta a la necesidad de privatización como método de salvación. Como lo público no funciona, debe convertirse en privado. Siguiendo el argumentario de Hammer&Champy, seria hacer más con menos. ¡Menuda falacia! Esta modalidad de reorganización empresarial, a juicio de Sennett significa “facilitar a un número menor de directivos, el control sobre un número mayor de subordinados (desagregación vertical)”, y conlleva “una sobrecarga de dirección de los grupos de trabajo con muchas tareas diferentes” (Ibid., 2017, p.50, 57). Las figuras intermedias éramos mujeres y hombres orquesta, pero sin la magia ni el gusto del fantástico compañero de viaje de Mary Poppins. Nuestra polivalencia multifuncional infería un absoluto desconocimiento de especialización, y de preocuparnos técnicamente por las necesidades biopsicosociales de personas desfavorecidas y en desventaja social, pasamos a ocuparnos de tareas relacionadas con el Ebitda y el Capex, al más puro estilo Ozores en Yo hice a Roque III (1980). Impresentables.

Bajo al detalle. En el sector del sinhogarismo para el que trabajé casi 17 años, preocupaban y mucho las enfermedades infecto-contagiosas, y algunas plagas, por cuestiones de Salud Pública y porque en recursos sociales de carácter residencial podían significar aún más sufrimiento para la población atendida, inclusive la posibilidad de focos de contagio a nivel comunitario. Por ello, siempre ha sido prioritario prevenir, detectar y tratar brotes de tuberculosis, escabiosis (sarna), pediculosis (piojos), chinches, etc. Pues bien, al identificar riesgo de chinche, en la institución pública donde prestaba servicios de dirección, y necesitar de la habitual aplicación inmediata de un protocolo específico para su tratamiento, la marioneta respuesta de uno de los papagayos (que ni siquiera llega al calificativo de buitre), responsable en el departamento de prevención de la empresa intervenida, me dijo telefónicamente: “Entre tú y yo”…; siempre que me dicen esto desconfío: esta frase hecha sirve para intimar o conseguir la confianza de la otra persona. En ocasiones también busca que la persona receptora guarde la información bajo la secreta llave del compromiso o/y fidelidad, algo totalmente equivocado cuando ni tan siquiera existía suficiente relación interpersonal, entre ese personaje y yo. “A mi los usuarios me importan un bledo, tú me entiendes, lo que me importa es la salud de los trabajadores”, me dijo. No me sorprendió nada su afirmación, tampoco su ausencia de lenguaje inclusivo, ni su desprecio hacia nuestro objeto de trabajo, vocación y profesión. Reprobable.

Nunca me acostumbraría a sus desprecios y a sus ninguneos. Fueron muchos, algunos muy duros, otros muy sentidos. Los recuerdo todos, no soy persona que olvida. Uno de los más dolorosos fue cuando el colegio de mi hija, tuvo que cerrar por derrumbamiento del edificio colindante. Aquel día 20 de enero de 2021, confieso que me tembló todo mi cuerpo. Me llamaron diciendo que acudiera a recoger a mi pequeña, porque había habido una explosión por una fuga de gas. Cuando me acercaba al lugar todo era estruendo y caos: ambulancias, bomberos, sirenas, ruido, gente corriendo, y rostros asustados. Tres personas habían fallecido debido al accidente, y todas las niñas y niños estaban desalojados de su centro escolar, esperando en la acera. Estaban a salvo. El colegio sufrió daños y cerró sus instalaciones por un tiempo indefinido, ofreciéndonos ayuda psicológica. La empresa intervenida me concedió 1 día de permiso. Pero el colegio seguía cerrado. Tras 13 días, se consiguió dar parte de las clases en unas instalaciones improvisadas adyacentes al colegio, pero con un horario reducido (salían a las 13:50 horas). Yo necesitaba teletrabajar o disponer de mayor conciliación familiar para atender a mi hija, sin embargo, al ser un Servicio Público Esencial no me concedieron la modalidad temporal de Teletrabajo y la respuesta de mi directora de zona, fue: “[…] pero si ya te hemos concedido un día libre”. Poca vergüenza.

Otra ausencia de vergüenza suya, se produjo con la borrasca Filomena, y claro cómo no, las personas con vocación lo dieron, lo dimos todo. La profesional adjunta a mi dirección estuvo 29 horas seguidas en el centro de acogida. El equipo Auxiliar de Servicios Sociales y Operativo apoyaron en cuerpo y en alma las necesidades de las personas usuarias y de la institución. Algunas doblaron turno, y otras hicieron las horas extras que les pedíamos, que se precisaban. Esos días también doblé algunas jornadas y dormí pocas horas, dándome cuenta de la envergadura del incidente atmosférico. Los techos no soportaban el peso de la nieve y había riesgo de derrumbe. Fue durísima la tarea de quitar nieve y abrir caminos para facilitar el tránsito de personas con movilidad reducida (sillas de ruedas, andadores, muletas). Muchas personas residentes en el recurso, ayudaron con sus manos, con sus fuerzas, un apoyo memorable y muy difícil de describir con palabras ¿Y la empresa intervenida que hizo? Pues cuestionarme mi implicación, preguntándome quién me había pedido que hiciera horas de más. Ah sí, y pedirme refuerzos humanos armados con palas de excavar, para ayudar a otros recursos de la empresa intervenida, pero evidentemente no contábamos con personal suficiente para vestir otros santos… Nuestra respuesta fue negativa. Posteriormente, cuando todo el temporal había remitido y ya se podía transitar por la ciudad de Madrid, la empresa intervenida nos mandó unos diez sobres (para más de 70 profesionales y más de 100 personas acogidas) que contenían tarjetas de unos grandes almacenes para canjear productos valorados por 50 euros. Qué desfachatez.

De la inversión por fondos de capital de riesgo en el sector de la construcción, de la vivienda, del transporte público (VTC), y de la sanidad y la salud, a la inversión en los campos y los medios rurales, y ahora encontrando negocio rentable en nuestros Servicios Sociales Públicos, en nuestras necesidades sociales y cuidados sociosanitarios. Nuestros impuestos…

Dicho esto, amén de otros textos, y con independencia de próximos artículos, no puedo dejar de pensar en un párrafo de Don Miguel de Unamuno (1913, p. 283), que decía:

“La llamada por antonomasia cuestión social, es acaso más que un problema de reparto de riquezas, un problema de reparto de vocaciones, de modos de producir. […] Y llega lo trágico […] en que se gana la vida vendiendo el alma, en que el obrero trabaja a conciencia no ya de la inutilidad, sino de la perversidad social de su trabajo, fabricando el veneno que ha de ir matándole, el arma acaso con que asesinarán a sus hijos”.

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Iván Díez Fernández es socio de infoLibre

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