Fútbol universal

Carlos López-Keller

El fútbol, como deporte de masas, no tiene más de un siglo. Pero en su progresiva implantación como referente universal, camino ya de convertirse en un verdadero dogma, se ha dotado de ritos y costumbres que parecen más antiguos que él. Uno de estos ritos consiste en que el futbolista que marca un gol a su anterior equipo no lo celebra: baja los brazos y pide disculpas a su antigua afición, mientras que sus propios compañeros, aparentemente más felices que el protagonista, le agarrotan de abrazos. Así hizo Hakimi al anotar el pasado sábado el primer gol al Inter, donde jugó hasta 2021; contento por marcar pero no del todo. Quiero creer que esta costumbre inveterada proviene de que los futbolistas, pasando de banquillo en banquillo, van acumulando patrias, colores y lealtades, sin dejar ninguna atrás y, por tanto, sin asumir ninguna como única real y verdadera. ¡Qué gran enseñanza!

El fútbol, como deporte de masas, no tiene más de un siglo. Pero en su progresiva implantación como referente universal, camino ya de convertirse en un verdadero dogma, se ha dotado de ritos y costumbres que parecen más antiguos que él

Tal vez sea el fútbol el lugar donde las patrias por fin hayan de perecer. El pasado sábado, en la final de la Liga de Campeones, entre los jugadores que saltaron al campo vistiendo las camisetas del Paris Saint-Germain y el Inter de Milán, había futbolistas de quince nacionalidades diferentes, que se dice pronto: de España, Italia, Georgia, Brasil, Ecuador, Marruecos, Francia, Portugal, Suiza, Armenia, Alemania, Holanda, Polonia, Argentina y Turquía; dieciséis si incluimos a Camerún, porque Bisseck tiene doble nacionalidad alemana-camerunesa. También tienen doble nacionalidad Hakimi y Calhanoglu, que han elegido, los dos, jugar con la selección nacional del país donde no nacieron. Y el árbitro, para completar el pastel, era de Rumanía. Las naciones desaparecen. Se trataba de un evento mundial, católico en el sentido etimológico de la palabra; un evento sin fronteras. El equipo italiano tenía dos jugadores franceses (Thuram y Pavard) y el francés un jugador italiano (Donnarumma), sin que nadie los haya denunciado por deslealtad; claro que el equipo italiano es de propiedad estadounidense y el francés es catarí. 

El pasado viernes la CNN calificaba a la Liga de Campeones como “the biggest trophy in the world”. Tal vez su grandeza sea esa: haber creado un lugar común de encuentro donde el origen, la raza y la bandera nacional del jugador desaparecen. Los futbolistas son contingentes; sólo la camiseta es necesaria: blanco o negro, árabe o judío, nacional o extranjero, eres de los míos si llevas mi camiseta, ¡qué cosa tan trivial y espléndida! De ahí que, a pesar de haber sido deglutido por el capital, el fútbol sea hoy un artilugio tan poderoso para luchar contra las fronteras y el racismo, al sustituir los himnos y los sables de las patrias identitarias por los banderines de unos equipos que tienen a futbolistas por todo ejército; unos equipos que, a pesar del apego decreciente a la ciudad donde juegan, mueven multitudes locales dispuestas a jalear a los suyos, sabiendo que mañana serán de otros. Eso sí, cuando lo sean, será de agradecer que no celebren los goles que nos marquen.

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Carlos López-Keller es socio de infoLibre.

El fútbol, como deporte de masas, no tiene más de un siglo. Pero en su progresiva implantación como referente universal, camino ya de convertirse en un verdadero dogma, se ha dotado de ritos y costumbres que parecen más antiguos que él. Uno de estos ritos consiste en que el futbolista que marca un gol a su anterior equipo no lo celebra: baja los brazos y pide disculpas a su antigua afición, mientras que sus propios compañeros, aparentemente más felices que el protagonista, le agarrotan de abrazos. Así hizo Hakimi al anotar el pasado sábado el primer gol al Inter, donde jugó hasta 2021; contento por marcar pero no del todo. Quiero creer que esta costumbre inveterada proviene de que los futbolistas, pasando de banquillo en banquillo, van acumulando patrias, colores y lealtades, sin dejar ninguna atrás y, por tanto, sin asumir ninguna como única real y verdadera. ¡Qué gran enseñanza!

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