La gallina y el huevo

Ignacio González Orozco

Acabo de saltarme una regla de oro de todo pretendido buen lector: he visto de un tirón la serie Patria sin haber leído antes la novela de Aramburu. Sin duda es una herejía, porque el autor merece ser considerado antes en el universo de su genuina creación, pero estos días tontos de la Navidad se prestan a largas siestas seguidas de este tipo de contemplaciones.

Sobre el producto concreto y más allá de su calidad técnica, cabe decir que me parece el "relato" de quienes niegan la existencia de los "relatos", y tras verla reivindico mi equidistancia entre ambos bandos; así de claro, aunque parezca una palabrota. Porque me sublevan los tiros en la cabeza que recibe el Txato pero no soporto la humillación de la familia de Joxe Mari cuando entra en su casa la Benemérita, ni la frialdad de quien es capaz de torturar mientras comenta lo crecida y guapa que está la hija de su compañero de vesanias, como si se estuvieran fumando un puro en el banquete de primera comunión de la niña.

Porque cuando se habla de terrorismo, evidente y archicomentado en el caso de ETA, no se habla de su parangón estatal, no menos evidente, que a veces fue oficial y en otras ocasiones oficioso. La violencia desplegada por el Estado (torturas, desapariciones, asesinatos, pistolerismo), no creo que fuera casual ni eventualmente criminal, sino consecuencia coherente del ideario nacionalista español consagrado en la Constitución, causante de que no se permitiera a todos los vascos sin excepción dirimir su cuestión nacional, libre y expresamente, en condiciones democráticas de igualdad. Sin embargo, no existía obligación ni necesidad incuestionable de ejercer la violencia (la lucha armada) contra quien ya la practicaba de antemano (el Estado), sobre todo cuando esa respuesta conllevaba el riesgo de anteponer la táctica a la ética, provocando una dinámica de terror ciego, aún más sanguinario que aquel contra el cual se combatía. A más de uno se le olvidó que las malas acciones ajenas no justifican las malas acciones propias. De ese modo cayeron en actitudes genuinamente fascistas tanto ETA como la izquierda abertzale.

Pienso también que la respuesta esclarecedora (de haberla), la clave de bóveda de aquella horrible conjunción de brutalidad bifronte podría ocultarse tras una vieja adivinanza: ¿qué fue primero, la gallina o el huevo? ¿En qué elemento de ese binomio estuvieron el franquismo y sus epígonos, y en cuál la violencia etarra? ¿Quién estuvo antes, en términos de responsabilidad histórica, para cargarle encima la responsabilidad esencial del terrible conflicto? A mí entender fue el bando oficialista, dicho así para no recurrir a otros objetivos, y está consideración no justifica a ETA, pero sí ensancha el análisis político del conflicto.

Las anteriores preguntas no me parecen extemporáneas, ya que el partido mayoritario del Congreso estuvo implicado en el terrorismo de Estado, y el medio centenar de diputados de la tercera fuerza política parlamentaria, formación de nueva etiqueta y viejo catecismo, preconiza posiciones profranquistas. Luego mucho poso de aquellos años turbios sobrevive aún en la sociedad española.

Al final, como en la historia narrada por Patria, queda un profundo océano de dolor: el de la familia a la que han asesinado bárbara y estúpidamente un ser querido, el de la madre que debe hacer un viaje de dos mil kilómetros para ver a su hijo encarcelado, el de muchas personas con la salud física y mental destrozada por severas condiciones de prisión... Pero también debería quedar la esperanza de que el tiempo, el análisis y la comprensión (y también el perdón, por qué no) allanen los viejos obstáculos para una futura convivencia.

Ignacio González Orozco es socio de infoLibre

Acabo de saltarme una regla de oro de todo pretendido buen lector: he visto de un tirón la serie Patria sin haber leído antes la novela de Aramburu. Sin duda es una herejía, porque el autor merece ser considerado antes en el universo de su genuina creación, pero estos días tontos de la Navidad se prestan a largas siestas seguidas de este tipo de contemplaciones.