¿Identidad o crisis existencial?

Pablo Quirós Cendreros

Sin duda, nos hallamos en un momento de recesión democrática. Queda claro que, en la búsqueda múltiple de bienestar y productividad, existe una inadaptación general a una situación que, por más que haya estado prevista de antemano (globalización), no deja de ser vista como algo tangencial salvo en lo económico o coyuntural, por parte de los que tienen capacidad para adecuar la sociedad a la nueva circunstancia, y que está provocando una reversión de derechos y libertades, vendida como un mal necesario para poder seguir en la cresta de la ola.

Feminismo, ecologismo, nacionalismos y proteccionismos varios, se dan la mano al mismo tiempo, en una huida hacia delante de la sociedad de mercado que se va haciendo virtual en lo esencial

Se está produciendo una redimensión del sistema que nos hemos dado hasta ahora, por otra parte, necesaria; ya que estamos acostumbrados desde hace muchos años, a ser unos privilegiados en el planeta, con respecto a una gran mayoría de seres humanos. Dicha globalización, el colapso de los recursos naturales y la insaciable voracidad de unas necesidades creadas artificialmente, dan pie a la incomprensión de las sociedades emergentes, que ven nuestro afán de revertir el daño causado a nuestro ecosistema desde las sociedades occidentales, como algo audaz y pintoresco; que sólo se da de nuevo, por nuestra interesada propia necesidad.

Feminismo, ecologismo, nacionalismos y proteccionismos varios, se dan la mano al mismo tiempo, en una huida hacia delante de la sociedad de mercado que se va haciendo virtual en lo esencial. Información por toneladas y conexión inmediata por redes sociales, aunque cada vez nos escondemos más de nosotros mismos y parece que empezamos a necesitar de un robot sustituto como en The surrogates, ya que estamos empezando a prescindir o a abusar de casi todo. Mientras, se desplazan por momentos las grandes zonas de producción y los centros económicos del mundo, prodigando un nuevo orden mundial por más que no queramos reconocerlo. Nos encontramos a caballo entre seguir siendo nosotros mismos o sumergirnos en una vorágine multicultural que se va a dar sí o sí, queramos o no que ocurra.

Como si de clases de Economía se tratase, podemos pasar de lo macro a lo micro, aunque no dejamos de hablar de lo mismo. Copyright, royalties, poder, política… a fin de cuentas, alguien tiene que estar por encima. Un creador, un director, un país, todo se basa en el reconocimiento. La lucha por el reconocimiento, ha impulsado la historia humana (Hegel). Se trata de una clase de dignidad más allá de la suma de la libertad, la justicia y los derechos humanos. Porque siendo en el fondo casi todos demócratas liberales, cuánto de megalotimia que diría Fukuyama, hay en cada uno de nosotros. Se trata de la necesidad de reivindicar una identidad o sólo vamos a una crisis existencial crónica. Resentimiento hacia lo que nos ha hecho dejar de ser lo que éramos o hacia lo que no acabamos de llegar a ser, bien sea en comunidad o en sociedad. Pérdida de valores, tradiciones y costumbres o usurpación de lo que creemos que es nuestro, y que aunque sea para todos, no es de todos. Es decir, cada grupo, minoría, o facción de una parte, se siente como que usan mal lo suyo o abusan de su uso con aprovechamiento para terceros; o realmente hablamos de la pureza de las líneas maestras de nuestras creencias, para que no se perviertan por otros, en ese sentimiento de ser dueños de algo o de que se nos reconozca la propiedad o diferencia.

 Cuántas identidades diferentes puede soportar lo que todavía llamamos izquierda, si la suma de minorías no hace mayoría. Por qué hay que diferenciarse en lo mínimo para buscar “una cuota” de representación, cuando lo lógico es resumir para poder distribuir, considerando las necesidades que se tienen en común principalmente. Pero yendo incluso más allá, en ese reconocimiento necesario de todas las minorías que existan, ¿debe imponerse por decreto para todos los públicos como ley divina, que si algo no es aceptado se es intransigente y hay que señalar y lapidar, a quien pueda tener la osadía de mostrar su desacuerdo?

En esta inadaptación a las circunstancias que concurren, estamos entrando en una decadencia democrática que no discierne de lo colectivo y lo individual, ni sugiere mínimos con los que actuar para llegar al entendimiento de la mayoría, que es la única forma de poder entender a las minorías. Se trata de una lectura democrática simple, no es obligar a tener que estar de acuerdo con nadie, es poder vivir en desacuerdo de forma coherente, con todos los demás.

Pablo Quirós Cendreros es socio de infoLibre

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