Según el Diccionario de la lengua española, el término “abismo” alude a una “profundidad grande, imponente y peligrosa”. Es, quizás, el mejor vocablo para definir hacia dónde se dirige el mundo. O, mejor dicho, hacia dónde nos dirigimos las millones y millones de personas que lo conformamos.
Las viejas recetas nacionalistas basadas en el individualismo, la insolidaridad y la preocupación exclusiva por lo que afecta a nuestra parcela o comunidad ya no funcionan. Que estas políticas tengan éxito electoral (Donald Trump es quizás el ejemplo más paradigmático) no quiere decir que éstas sean las más adecuadas para afrontar los retos de unas sociedades cada vez más complejas e interconectadas en todos los ámbitos.
Sin embargo, aunque las decisiones políticas que toman otros países u actores no nos afecten en el terreno económico o social, ¿no tenemos el deber moral de alzar la voz cuando vemos injusticias fuera de nuestro país? ¿O es mejor callar hasta que notemos que el abismo se acerca a nuestra zona geográfica y pueda, en consecuencia, modificar por completo nuestro modelo de vida?
Por poner un par de ejemplos: nos preocupan, como es evidente y lógico, los aranceles que ha instaurado el presidente norteamericano o las consecuencias económicas de la invasión rusa en Ucrania, pero ¿no deberían interpelarnos aún más las muertes diarias de ciudadanos en Kiev u otras ciudades del país como consecuencia de los misiles rusos, el genocidio en Gaza o la persecución de inmigrantes en Estados Unidos por el mero hecho de haber nacido en otro punto del planeta?
Las viejas recetas nacionalistas basadas en el individualismo, la insolidaridad y la preocupación exclusiva por lo que afecta a nuestra parcela o comunidad ya no funcionan
En el primer caso, estamos hablando de dificultades de matriz económica que han sido diseñadas por autócratas como Putin o Trump. Decisiones que, afortunadamente, pueden tener solución en el futuro si los líderes políticos democráticos, sobre todo los europeos, juegan bien sus cartas. Sin embargo, en el segundo caso, desgraciadamente, la pérdida de vidas humanas no tiene remedio alguno. Estamos hablando de vecinos de municipios ucranianos que se van a dormir y al día siguiente ya no se despiertan. O de gazatíes que son tiroteados cuando esperan en la cola para recibir comida o que fallecen por falta de alimentación.
Éste, y no otro, es el mundo en el que vivimos y en el que convivimos. Un mundo que se acerca al abismo si la indiferencia defendida por unos nacionalismos cada vez más extremos y de derechas siguen ganando terreno en las cámaras legislativas y en los gobiernos. Evitarlo es una responsabilidad colectiva de aquellos que creemos en la paz y en los valores democráticos y cívicos.
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Marcel Vidal Calzada es socio de infoLibre.
Según el Diccionario de la lengua española, el término “abismo” alude a una “profundidad grande, imponente y peligrosa”. Es, quizás, el mejor vocablo para definir hacia dónde se dirige el mundo. O, mejor dicho, hacia dónde nos dirigimos las millones y millones de personas que lo conformamos.