De Rosalía a Taylor Swift o por qué quieren hacernos creer que las mujeres que protestan no están de moda

Rosalía ha estrenado este lunes el primer tema del que será su próximo disco, 'Berghain'.

Es difícil encontrar estos días a alguien que no hable de ello. El nuevo disco de Rosalía ha acaparado la atención de todos, se ha convertido en el tema de conversación, se comenta en los medios y hasta en las paradas del autobús. Tanto es así, que consiguió llegar al top 4 de los álbumes más escuchados a nivel mundial en la lista Billboard 200. Ya se ha dicho de todo sobre Lux: que es demasiado conservador, demasiado rompedor, muy abstracto o no lo suficiente, que promociona la religión o que plantea una nueva forma de espiritualidad, que ella misma es Dios o que se rinde ante él. 

Muchos puntos de vista diferentes, pero la mayoría coincide en algo: el disco de Rosalía no puede desligarse del momento político actual. Y el escenario global está marcado por la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y el avance de la ultraderecha en todo el mundo. Posturas reaccionarias que también golpean de lleno en la cultura. Y más en los contenidos que antes apostaban por el feminismo. Cada vez es más habitual encontrar mensajes que invitan a las mujeres a adoptar un camino más conservador, sólo hay que ver el fenómeno de las tradwives. 

Del feminismo, que se había erigido más que como una ola como un tsunami en los últimos años, ahora se dice que “ha ido demasiado lejos”. Con este panorama, hay voces que alertan de que el movimiento empieza a adoptar mensajes menos combativos en los que se desdibuja el enfado que mostraban las mujeres en las protestas de 2018. “Es un diagnóstico de la sociedad actual. Todo lo resolvemos de forma individual. El enfado está, pero estamos anestesiados”, argumenta María Medina-Vicent, profesora titular de filosofía en la Universitat Jaume I. 

Cada vez hay más ejemplos en la cultura. Taylor Swift basó gran parte de su documental Miss Americana en su rechazo a las políticas de los republicanos, pero ahora su postura es mucho más descafeinada. Tanto es así, que ni siquiera ha condenado el uso de sus canciones por parte de la administración Trump en las redes sociales. 

Buscamos otros ejemplos más allá de la música. Actrices tan famosas como Jennifer Lawrence ya no son tan claras a la hora de manifestar su feminismo. En 2015, cuando era la actriz mejor pagada de todo Hollywood, Lawrence publicó una carta en una newsletter gestionada por la directora y actriz Lena Dunham, criticando la brecha salarial en su industria. Un año más tarde, en una entrevista con la revista Time aseguraba que no entendía por qué daba tanto miedo la palabra “feminismo”. En 2020, también fue una de las celebrities que criticó más abiertamente a Trump, declarando que votaría a Biden y Harris en las elecciones presidenciales. 

La cosa cambia en el presente. En el podcast The Interview del New York Times la actriz declaró: “Estoy en una especie de recalibración complicada. Soy artista y, con el ambiente actual, con lo fácil que algo puede salirse de control, no quiero ahuyentar al público de las películas solo porque no les gustan mis opiniones políticas”. A esto añadió que no sabía si “debería” posicionarse políticamente. "El problema viene de base, cuando confundimos marketing con transgresión. Cuando muestran un perfil más feminista, no es que quieran transformar la sociedad, es que son un producto que se va adaptando. Ahora, recurren a una imaginería más conservadora para vender”, expone Medina-Vicent. 

El caso de Rosalía no es una excepción a esto y, aunque en canciones como La Perla se despacha poniendo en su lugar a una ex pareja con la que —queda demostrado—no terminó muy bien, en muchas otras interpreta un nuevo (o viejo) arquetipo de mujer que cada vez se ve más en la cultura popular: aquella que antepone, comprende y ayuda al hombre antes que a nada. En Berghain, Rosalía canta: “Solo soy un terrón de azúcar / Sé que me funde el calor / Sé desaparecer / Cuando tú vienes es cuando me voy”. Y en Divinize: “Through my body, you can see the light / Bruise me up, I'll eat all of my pride” (A través de mi cuerpo puedes ver la luz / Amorátame, que yo me comeré todo mi orgullo)

Aunque las canciones tienen miles de interpretaciones, llama la atención que este tipo de simbolismos lleguen en un momento de ofensiva contra los avances feministas de los últimos años y en el que se está comenzando a presentar a los hombres como víctimas. En La Rumba del Perdón Rosalía canta: “Cuando dijiste "voy a bajar por tabaco” / Mirando a lo ojos a tu hijo menor / Le prometiste que en na' tu estarías de vuelta / Y nunca volviste a cruzar el umbral de la puerta por la que te fuiste / Pero / Yo sé que tú eres pa' mí”. El propio estribillo de la canción reza: “toíto te lo perdono”.

“No me extraña cómo está cambiando la estética de todos los iconos del pop. Se relaciona directamente con el momento en el que nos encontramos de retroceso absoluto frente a la rebeldía que veíamos antes”, apunta Sonia Núñez, catedrática de comunicación en la Universidad Rey Juan Carlos. 

En el caso de Taylor Swift, con su último disco The Life of a Showgirl ella misma se convierte en el arquetipo. Tanto es así que una gran parte de la promoción ha girado en torno a su relación con el jugador de fútbol americano Travis Kelce. En Wi$h Li$t, habla de cómo las mujeres de su alrededor quieren libertad, vivir con tres perros y conseguir un Óscar. Ella no. Solo desea “muchos hijos” y una “cancha de baloncesto” para que jueguen. Poco queda de la Taylor que mostraba su enfado ante los medios de comunicación y los hombres de su vida en canciones como Blank Space o Look What You Made Me Do

¿Toíto te lo perdono?

No hay duda de que la ola reaccionaria y el posmachismo quieren hacernos creer que las mujeres ya han conseguido la igualdad y que, a partir de ahora, cualquier avance feminista supondrá una discriminación para los varones. El hombre convertido en víctima. Ese al que toíto se lo perdonamos (que diría Rosalía). En España, un 52% de la población considera que el feminismo ha ido demasiado lejos y que ahora son los hombres los que están siendo discriminados, según un informe de Ipsos. 

Desde el propio movimiento feminista, hay voces que defienden esto. “El feminismo se está volviendo mucho más comprensivo con los hombres, hay una estigmatización de la cultura de la cancelación o de la versión del feminismo más punitivista. Este sector dice que nos hemos pasado de la raya. Ellas mismas giran en torno a la idea de que a los hombres hay que repararlos porque también son víctimas del sistema”, argumenta Marta Roqueta, investigadora de la UOC y periodista experta en género.  

Sonia Núñez coincide en esto. “Se ha situado a los hombres como víctimas de unas políticas extremas impuestas. Entonces, si a una mujer le dicen que está siendo demasiado incisiva, que cansa, que es extrema, que no se corresponde con las demandas reales, pues ella trata de buscar un lugar más cómodo. Las jóvenes tratan de resituarse para no salirse de ese marco”, explica.

La figura de la chica combativa se desdibuja

Ante todo esto, nos encontramos con que el feminismo que grita y protesta (el que incomodaba al presidente del Gobierno cuando habló de sus amigos de 40 o 50 años) es ridiculizado por la derecha tildando a las feministas de histéricas y locas. “El feminismo ha pasado de ser un movimiento social a convertirse en ‘lo excesivo’, ‘lo extremo’”, apunta Sonia Núñez. Con la caricaturización del movimiento lo que se ha conseguido es que se genere un rechazo entre las más jóvenes, no porque estén en contra del feminismo, sino porque no quieren que se las encasillen en el estereotipo creado por el machismo.  

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“Muchas chicas jóvenes pueden sentir vergüenza por la caricatura reaccionaria que se ha construido culturalmente. Porque cuando las derechas asocian feminismo a una imagen de tías que gritan, insultan y que no se depilan consiguen que las jóvenes no quieran ser eso. Pero esa imagen no es real, es algo que ha construido el antifeminismo para ridiculizarnos”, expone Medina-Vicent. 

El enfado ya no es mainstream y los institutos lo están notando. En un reportaje de La Vanguardia, la periodista Begoña Gómez Urzaiz relata cómo las estudiantes de los institutos han dejado de contestar a los comportamientos machistas que se dan en sus centros y prefieren pasar más desapercibidas. De esta forma, apunta Gómez Urzaiz, se diluye la figura de la joven combativa que levanta la voz para denunciar el machismo.

“Es innegable que ha habido una reacción machista. Gente que defendió los valores feministas, ahora no lo hace e incluso deja a las mujeres tiradas. Ahí tienes el caso de Irene Montero. Se puede interpretar como un momento de autocuidado feminista. Las más jóvenes ven el odio que ha recibido la generación anterior y no quieren que les pase lo mismo”, zanja Roqueta. 

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