Nicho 340, Miguel de Unamuno

Ángel Lozano Heras

Al inicio de la guerra civil del 36, Miguel de Unamuno se adhiere al Movimiento nacional. Él piensa que no era un golpe de Estado, que solo era como un pronunciamiento del siglo XIX y que pretendía una corrección de los gobiernos de la II República. Unamuno ya llevaba un par de años criticando a la II República por sus nefastas políticas agrarias, el estatuto de autonomía catalana del 32, sus enfrentamientos con Azaña, etc. Y también por algunos desmanes y radicalismos del Frente Popular y los anarquistas. Es verdad que en aquellos primeros días del Alzamiento de Franco hubo mucha confusión. En sus arengas del inicio del golpe militar, varios de sus generales, Queipo de Llano y Cabanellas y Mola, decían ¡que eran republicanos! Esta ambivalencia inicial de la asonada militar nacionalista confundió a Unamuno para pensar que con ellos podía rectificarse la República. Y contrarrestar las políticas de masas frentepopulistas.

Después de haber proclamado la República desde el balcón del Ayuntamiento de Salamanca, vio en la sublevación militar la oportunidad de hacer una España mejor, decepcionado ante la deriva autoritaria de los gobiernos republicanos.

Él, que fue uno de los pilares de la República y uno de los mejores defensores de los valores republicanos liberales, tuvo que sufrir mucho viendo cómo se desmantelaban valores de la democracia republicana.

Pero sí, Unamuno era considerado un gran republicano, demócrata cien por cien, perteneciente a la Izquierda moderada y de orden. Y es que él, además, siendo un rector y catedrático de universidad, un gran pensador y filósofo, un intelectual, nunca podría ser un ´rojo revolucionario´ promotor de tumultos…

Unamuno erró, hasta que corrigió y vio la brutalidad sangrienta de las tropas sublevadas, con la figura del general Franco en primerísimo plano. Y conoció la represión ejercida por falangistas y miembros fascistas de la Guardia Cívica. Más tarde, en el famoso episodio del 12 de octubre en el Paraninfo universitario salmantino, dio el carpetazo definitivo a sus confusos apoyos al movimiento franquista.

Dos meses y medio después, una fría tarde de diciembre del 36, moría en su casa de la calle de las Úrsulas.

Nada, absolutamente nada; no movieron un dedo todos esos que le halagaron –y brazo en alto con vivas a España y a Unamuno– le vitorearon

Al día siguiente, camino del cementerio, rodeado de hipócritas falangistas y requetés –y algunos compañeros de la USAL que le habían delatado y expulsado del rectorado y de la universidad (otros no)– iba recitando el inmortal Unamuno esos versos de su documento testamentario:

“… Me destierro a la memoria, voy a vivir del recuerdo. Buscadme, si me os pierdo, en el yermo de la historia…Y os llevo conmigo, hermanos, para poblar mi desierto. Cuando me creáis más muerto retemblaré en vuestras manos. Aquí os dejo mi alma —libro, hombre— mundo verdadero. Cuando vibres todo entero, soy yo, lector, que en ti vibro”.

Todos esos ´patriotas´ falangistas –que le ´homenajearon´ en su entierro y funeral, y los de sus ´paseos íntimos con él´–, apenas enterrado, se olvidaron de él. Algunos de ellos luego tuvieron cargos públicos o funciones de alto ´copete´ en el Régimen franquista… ¿Qué hicieron por desterrar los insultos y vituperios, desprecios, contra él, por ejemplo en la Universidad, en el Ayuntamiento, en el Casino, etc? Nada, absolutamente nada; no movieron un dedo todos esos que le halagaron –y brazo en alto con vivas a España y a Unamuno– le vitorearon.

Y ahí empezó la dura lucha para reivindicarse como republicano y no como un líder intelectual fascista falangista, tal como querían aquellos que le enaltecían, pero luego no hicieron nada por recuperar su valor como demócrata y hombre de la patria.

La figura de Unamuno trasciende el tiempo, la historia y la ciencia ficción. Él no se resignaba a “morirse del todo”. Y quería conseguir la inmortalidad o un sucedáneo de ella, sobreviviendo mediante su propia obra en nuestra memoria, o en la fama o gloria de este mundo. Tenía la certera esperanza de que el santuario de su creación literaria y filosófica iba a mantenerse en pie “por los siglos”. Es muy pertinente aludir ahora a esta dimensión primordial de don Miguel, que se denominó a sí mismo “peregrino del ideal ultraterrestre, romero de la inmortalidad”.

Y ya, a pesar de los Hunos y los Hotros, descansa en el nicho 340 del cementerio San Carlos Borromeo de Salamanca.

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Ángel Lozano Heras es socio de infoLibre.

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