La nobleza del majorero

Joaquín Navas Cabezas

Estimado amigo:

Permíteme acudir con esta epistolar (como aquellas de antaño que tanto nos ocupaban antes de desaparecer por completo) para expresarte mi emoción al saber nuevamente de ti. 

Antes quisiera incidir en aquellos días en los que portábamos esos comunicados manuscritos como forma exclusiva de intercambiar noticias. Recuerdo cómo nuestra profesión tenía razón de ser; tenía motivos para saltar de la cama día a día; tenía sentido porque, además de cumplir con nuestro cometido, nos extralimitábamos hacia un modelo de prestación de servicio inexistente en otros territorios del Estado. Solíamos, por tanto, portear este tipo de correspondencia epistolar y nos comprometíamos también, algunas veces, con nuestros usuarios a prestar asistencia social. Éramos carteros rurales asistenciales y –además de responder a las peticiones de explicar el contenido de las misivas complejas que exigían el cumplimiento de alguna normativa (como hacíamos con las notificaciones administrativas)– asistíamos a aquellos ancianos aislados por el territorio de casas diseminadas con algún que otro recado de primera necesidad.

Por entonces pagábamos pensiones y portábamos aquellas cartas de los familiares emigrantes (como las de la octava isla) o las de amor del novio en la mili, que tanto nos alegraba el día al ver cómo se ruborizaban las jóvenes que siempre estaban al acecho, pendientes del cartero. Éramos empleados bien considerados y manteníamos ese cordón umbilical entre la población, de ahí que por Casillas del Ángel se nos pusiera una calle a los carteros rurales.

He de decirte que Estebana está fuerte aún. No hace más de 6 años que dejó el hospital y se jubiló.

Visitar Fuerteventura después de once años ausente tuvo más implicaciones emocionales de las que me podía imaginar. Al pasar por La Asomada de forma inconsciente el coche me llevó a aquel entorno que tanto cuidabas: la casa de tus padres. No te puedes imaginar lo que significó ver, de forma accidental, tu nombre en la calle que circundaba tu territorio. Y cómo en aquellos días, alguien estaba cuidándolo como lo hacías tú.

El niño Saulo, aquel que jugaba con la Ninfa alada que siempre estaba posada en su hombro, era ya un hombre. Sin embargo lo reconocí automáticamente, estabas en él. Andaba alrededor de un muro de piedra ripeada (rellenada, los huecos, con pedacitos del mismo material). La sorpresa fue ver cómo él me reconoció después de 30 años. Un amigo de mi padre, le dijo al pedrero, y me abrió los brazos. A continuación me anunció a tu esposa, que estaba en el interior de la vivienda. He de decirte que Estebana está fuerte aún. No hace más de seis años que dejó el hospital y se jubiló.

Nos sentamos junto a la destiladera, con la piedra impregnada de culantrillo que agrega sabor al agua antes de filtrarse hasta el bernegal. Y cómo se aprovechaba para el gatito la última gota de agua que rebosaba hasta el plato del fondo. No pude resistirme a tomar un vasito de agua. Te trajimos del pasado y nos recreamos en tu recuerdo. Cuando ya me iba me señalaron la vivienda de tu hijo mayor, Juan Francisco. Tu nieta, adolescente ya, se mostró de forma amable al avisarme de que tu hijo venía de camino, una joven muy despierta. Seguro que te gustará saber que tienes, entre tus descendientes, una capaz de culminar el año con ocho sobresalientes y dos notables. Ya me imagino tu cara. 

Al igual que el bardino de la casa yo también identifiqué, por el ruido, tu viejo cochito completamente restaurado desde lejos. Fue espectacular reencontrarme contigo otra vez al verte reflejado en Juan Francisco, en tu hijo mayor. Fue asombroso ver cómo me trató de forma tan considerada al ofrecerme la tropical y el queso majorero (tan distinguido internacionalmente) artesanal, de esos a los que no tenemos acceso los que no vivimos en la isla. Nos recreamos en tu nombre como devotos de tu nobleza. Está claro que esa era tu característica: la nobleza del majorero fiel a sí mismo.

Se dio cuenta de que no había visto la placa homenaje "Parranda amigos de Barrera" frente al nombre de tu calle y me hizo partícipe de aquellas folías grabadas tan descriptivas de lo que significabas para ellos. Reza así:

"Muchas parrandas echamos

en La Asomá y en la Vega

con un amigo que se fue al cielo

conocido por Barrera.

Siempre, amigo, te recuerdo.

Qué suave suena la brisa

y qué brillante está el cielo

te fuiste con la sonrisa,

adiós, mi fiel compañero,

yo te rezaré, sin prisas.

Barrera, hoy te cantamos,

pa'nosotros no te has ido

las personas como tú

nunca están en el olvido.

Con amor te recordamos.

Tus amigos te acompañan

hoy el pueblo está contigo,

y una calle con tu nombre

ya nos sirve de testigo."

Espero que forme parte ya del cancionero popular con aquella de un depredador desconocido que entraba en las Gallenías y mataba todo lo que pillaba. Finalmente descubrieron se trataba de un gran gato. Al cuento le pusieron letra y daba cuenta de él, con esa voz única, Don Manuel Navarro.

Pues sí, querido amigo, allá donde estés recuerda que no estás ausente y, tal como anunció Mario Benedetti en su poema, estás presente:

"Si mañana no despertara,

sólo cree que me he dormido.

Piensa en la paz de mi sueño.

Te sueño y no me he ido.

También escucha mi música,

lee mis libros,

usa mi ropa,

toma mi copa,

bebe mi vino.

No me recuerdes ausente,

no me busques en el olvido.

Búscame dentro tuyo,

porque ahí estaré contigo." 

Siempre tuyo,

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Joaquín Navas Cabezas es socio de infoLibre.

Estimado amigo:

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