Pan para hoy y hambre para mañana

Manuel Vega Marín

Aún recuerdo, de cuando era un niño, en aquellos “años del hambre”, cuando mi madre decía, después de repartir entre los hermanos lo poco que había, ¡se acabó el carbón!... Y algo similar nos está queriendo decir, hoy más que nunca, la madre naturaleza. Si queréis más pan, me tendréis que dejar tiempo y dinero para ir a la panadería a comprarlo, si  aún hay, o para reunir las materias primas para hacerlo... No estoy seguro de si esas meterías primas con las que la humanidad elabora los productos que necesita para subsistir y adaptarse a cada etapa de su evolución son escasas o ilimitadas; y pienso que entrar en un debate sobre ello es debatir sobre el sexo de los ángeles. Pues hasta el aire, que, si no ilimitado, sí es suficiente, si no está bien repartido y su uso es objeto de especulación en beneficio de unos cuantos, algo que en sí es bueno, necesario y barato, por su inadecuado e interesado uso, en la práctica puede devenir desechable y tóxico.

Las fuentes de energías derivadas de elementos fósiles: carbón, petróleo, gas, etc. nos las ha ofrecido la naturaleza gratuitamente, y ello ha condicionado, además, una forma de vivir en una sociedad, digamos tecnológica. Igualmente ocurre con otros minerales como el litio, níquel, silicio, etc., que están condicionando, y seguirán por un tiempo, la vida humana actual.  No tengo claro que el simple hecho de sustituir o emplear unos materiales en lugar de otros obedezca siempre e inexorablemente al agotamiento de los materiales sustituidos. Es posible que esa sustitución se deba a otras causas, como a una mayor utilidad y una más racional y barata economía en su uso. Por supuesto, estaré de acuerdo con esos cambios y sustituciones siempre que los mismos se realicen teniendo en cuenta la generosidad de la naturaleza, respetando sus múltiples ecosistemas y siempre que suponga una mejora real para la convivencia humana. Con lo que, en absoluto, estaré de acuerdo es que esos cambios obedezcan a una avaricia mercantilista y a una desleal competencia en la captación del fetiche mercado. En definitiva, en un alocado e injustificable consumismo. El mercado es un lugar en donde los diversos productores intercambian sus productos. No una institución “intocable” y no sometida a normas por el Estado democrático. Nunca la meta donde los especuladores o “extractivistas” roben el legítimo beneficio de los auténticos productores. En fin, es la antiquísima lucha entre el capitalismo vs socialismo por la administración y reparto justo y equitativo de los bienes que, de forma gratuita, nuestra gran madre Naturaleza nos ofrece. Es un debate amplio que sobresaldría de este escrito.

Mi intención, partiendo de la anterior introducción, es reflexionar sobre las medidas económicas adoptadas por el Gobierno para combatir “la que se nos viene encima”, que no es sólo la inflación y sus dañinos efectos. Lo primero que quiero dejar muy claro es que, si bien las guerras, todas, tienen efectos inflacionarios por lo que suponen en el aumento del consumo de energía, de la crisis inflacionaria española actual no es culpable la invasión de Ucrania Rusia, pues es anterior cronológicamente y, además, existe en otras partes del mundo alejadas espacialmente de esa guerra. Este conflicto lo están utilizando los sistemas económicos liberales de todo matiz para ocultar y justificar la causa del problema. La inflación es un factor específico de la economía, especialmente de la economía liberal. De manera que, si no hacemos un buen diagnóstico, planteando el problema en su propio ámbito, difícilmente solucionaremos el problema. Pero tampoco es mi voluntad, ni este el espacio apropiado para abrir una explicación sobre el tema. Otra vez será....

Pues bien; como  de pequeños nos decía mi madre, hace tiempo que nuestra madre común, la naturaleza, nos viene advirtiendo de que, si no moderamos el abusivo consumo y nos repartimos justa y sensatamente los dones que, de manera suficiente y generosa, nos ofrece, éstos devendrán  escasos: se acabará el carbón... Los graves daños que está produciendo a la Humanidad el “cambio climático”, no son más que síntomas coyunturales y externos con los que la Pacha mama nos advierte de una causa estructural más profunda, a la que hay que atacar radical y decididamente, si queremos sanarla efectivamente.

Sabemos que las energías básicas (petróleo, gas, etc.) o derivadas (eléctricas) son el motor que mueve nuestras vidas. Por ello, su uso debe estar orientado a una conservación “mimosa” de las mismas. Y en caso de un inexorable agotamiento, habrá que buscar otras “energías alternativas o renovables”. Y en esa búsqueda parece que se está. Pero si no cambiamos los vicios y corrupciones en su administración, todo seguirá igual... Las llamadas “energías limpias”, también tienen su porcentaje de elementos contaminantes. En todo caso, serán “menos sucias o menos contaminantes”. No debemos, pues, dejar tan transcendental motor al albur exclusivo, interesado y egoísta de administradores privados.

Desechada la guerra de Ucrania como la causa de la espiral inflacionaria que padecemos, hemos de destacar otras dos supuestas causas, a las que el Gobierno quiere hacer frente, pero con medidas más propagandísticas y coyunturales, que de fondo. Además resultan contrarias  a lo que parece quererse conseguir. 

Del elevado precio de la electricidad se pueden escribir miles de artículos y proponer cientos de soluciones para rebajar la factura industrial o doméstica de las empresas eléctricas, pero si, decididamente y sin complejos, las autoridades democráticas no actúan de verdad en el sistema de producción y subasta, y, sobre todo, en un reparto justo, equitativo de los dividendos y beneficios de los consejeros, además de suprimir las llamadas puertas giratorias, todo quedará en puro marketing. 

De la interesada y mafiosa administración de las energías básicas se pueden derivar otros contratiempo, que, aunque de aparente menor importancia, sí inciden rápida y muy negativamente en el conjunto de la ciudadanía. Se trata de la huelga de transportistas de mercancías de todo tipo. Sin entrar en las oportunistas intenciones políticas de algunos convocantes, la causa inmediata de la misma, no la única,  es la subida del precio  de los carburantes. Porque, como en otros casos, las causas reales son más profundas y estructurales. Por tanto, aunque las medidas tomadas por el Gobierno pueden valer para salir del paso, no dejan de ser pan pa´hoy, y hambre pa´mañana, además de contraproducentes. Si lo que se debe pretender es luchar contra la contaminación en pro de una “transición ecológica”, no tiene sentido combatir la subida de precio del carburante subvencionándolo con X céntimos de dinero de todos, uses o no uses el coche privado, e independientemente de la existencia de medios alternativos que los ciudadanos puedan usar en donde vivan. Y así se podría seguir con la casuística. La coyuntura no puede ser más oportuna para  que las petroleras y los fabricantes de coches suban sus precios y, consecuentemente, sus beneficios.

¿No es más sensato y económico para todos, y más sano para el medioambiente y el clima invertir el dinero de las subvenciones privadas en el fomento, mejora y abaratamiento de los transportes públicos?

Por otra parte, y para ir terminando, ¿no va siendo hora de que la autoridad competente se tome en serio la viabilidad de transportar por ferrocarril una mayoría de mercancías, que hoy se transportan, encareciéndolas, por carretera? Mientras en Alemania o Francia se transporta por ferrocarril en torno a un 30% de mercancías, en España, sólo un escaso 4%... ¿No ahorraría el Estado gran parte de lo presupuestado para mantener en buen estado las carreteras o para construir otras vías sin apenas uso? Y lo ahorrado, aparte de reducir la contaminación ¿no estaría mejor invertido en mejorar el media ambiente?... 

Además del ahorro económico que las medidas anteriores supondrían, también llevarían consigo ordenar el atomizado sector del transporte. Por un lado existe un oligopolio formado por las grandes empresas, consideradas legales y representativas, y por otro, una gran cantidad de camioneros autónomos, cuyos intereses nada tienen que ver con los de aquéllas, y, como “falsos empresarios” son subcontratados, cargando sobre sus costes las obligaciones fiscales y laborales, liberando de éstos a las grandes empresas oligopólicas. Este sistema, no sólo merma los legales ingresos públicos, sino que los camioneros, para poder hacer frente a ellos, se ven obligados a la súper explotación laboral. Quizá en el transporte y el reparto sea donde se da la mayor distorsión de nuestro mercado laboral.  

Se evitaría, además, que cada vez que sube el precio del diésel –como si esa fuese la única causa- la sensación de caos producida en la distribución y abastecimiento de los centros comerciales, afectando a los suministros de las familias consumidoras. Los sanos intereses de los consumidores, pues, se ven atropellados por falsos huelguistas “infiltrados” en defensa de intereses que nada tienen que ver con los de los explotados y mal pagados camioneros.

En resumidas cuentas, estamos afectados por una crisis, que no es ni nueva ni coyuntural. Más que de escasez de recursos naturales, creo que es un problema del reparto de los mismos y de control del ritmo “natural” de la riqueza a distribuir. Lógicamente, para la parte de la Humanidad a la que nunca llega la riqueza, ésta no existe o tendrá la sensación de que se está agotando; de ahí que su consecución sea cara. Con más egoísmo que lógica, la que otra parte de la Humanidad, privilegiada por su disfrute, se inventará cualquier artimaña, para mantener a la primera en sus creencias. Pero la realidad verdadera está en que existe –hay que decirlo- un injustísimo sistema de reparto de riquezas, que aminore los desequilibrios. En la mayoría de países ricos se intenta convencer a sus miembros de que si son ricos es gracias, precisamente, a su sistema político-económico: el capitalismo liberal. Y, para conservarlo no les importa extraer los dones de la naturaleza, hasta agotarla, sin tener en cuenta sus ciclos y sin respetar sus deterioros (contaminación, cambio climático, etc.). Un sistema, que, despreciando al Estado, no se corta en acudir o “meter la mano”  en el erario público cuando le conviene. Este rico sector social no tiene el más mínimo escrúpulo en robar la riqueza natural a otros países pobres, aunque, para ello, organice guerras en las que mueren seres humanos.

Y con este permanente y monumental chantaje tiene acobardado  al sistema socialista, que no hace más que poner parches coyunturales con los que “ir tirando”... ¡Hasta que el carbón se acabe!...

Manuel Vega Marín es socio de infoLibre

  

 

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