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Tras la pandemia, ya nada será igual. ¿O sí?

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Pilar Laura Mateo

En estos días que vivimos en confinamiento, escuchando con el corazón encogido las cifras de infectados y de fallecidos por el coronavirus y rogando para que no enfermen más personas, hay momentos en los que la soledad se impone, la ansiedad nos acucia, nos preguntamos una y otra vez por qué diablos nos está pasando esto y acabamos repitiéndonos que lo inteligente en esta situación es colaborar.

Colaborar dentro y fuera porque el virus no tiene territorio, nacionalidad, clase social, raza, ni género, es un fenómeno globalizador donde los haya que nos deja desnudos frente a nuestra vulnerabilidad humana, algo que en nuestra soberbia de occidentales pensábamos que ya no viviríamos. Pero desgraciadamente nos ha llegado y no a través de la inmigración tan denostada por algunos, sino de la mano de los turistas ricos (chinos, alemanes, italianos…) infligiéndonos con ello una cura de humildad. Nos ha llegado y sin darnos tregua está interpelando directamente al corazón de la sociedad, a su cohesión, a su ética, obligándonos a rescatar esa idea tanto tiempo denostada entre los sectores neoliberales: la solidaridad.

De hecho, vemos aflorar continuamente muestras de solidaridad, e incluso, de heroísmo, en nuestras comunidades y ciudades. La sociedad civil se ha puesto en marcha y la gente se esfuerza en ayudar, en no contagiar, en apoyar y mantener el ánimo. El personal de los hospitales al completo, los sectores de limpieza ciudadana, las trabajadoras de las residencias de mayores, las cajeras y reponedoras de los supermercados, las farmacias, el sector de la alimentación, los servicios sociales, la ciudadanía que se queda en casa un día tras otro, miles de personas voluntarias en los pueblos y las ciudades, hemos entendido que hay que ir a una, porque a una pandemia solo se la vence remando en la misma dirección, pues de nada servirá que una ciudad o un país entero lo consiga si el resto no lo hace.

Aunque también hay actitudes repugnantes. Albert Camus escribió que el peor efecto de la peste era que desnudaba las almas y probablemente tenía razón. Choca, por ejemplo, el silencio de la Conferencia Episcopal que ha desaparecido en las entrañas de sus residencias palaciegas y ni siquiera en estos momentos apuesta por ofrecer sus instalaciones (tiene muchas y apropiadas) para las personas contagiadas o por pagar los impuestos que le corresponden. Luego están los irresponsables, los de conmigo no va esta guerra y hago lo que me da la gana, y también los insolidarios que buscan sacar tajada de la situación, mercadean, suben el precio de los productos que escasean y se aprovechan de la desorientación y la inseguridad del momento para lucrarse y, por último, los que intentan desestabilizar a la sociedad democrática vertiendo bulos sin parar en las redes para aumentar el miedo y la confusión, los que anteponen su negocio y el interés partidista al derecho fundamental a la salud de las personas, o desacreditan y se oponen a todo lo que hacen las instituciones legítimas para atajar la pandemia, lo cual nos da la medida de sus impresentables propósitos.

Habrá quienes, desde el sofá de su casa, culpen de todo al Gobierno actual, al que le toca tomar decisiones difíciles, y jaleen a esa iracunda oposición que lo recrimina y lo condena de la mañana a la noche. En realidad, nada de eso importa demasiado, se dice que en los momentos de crisis las personas inteligentes buscan soluciones y los incompetentes, culpables. Y eso no quiere decir que no haya errores, por supuesto que los hay y los habrá, y, por supuesto, que habrá que hacer autocrítica cuando esto termine, a toro pasado es fácil, pero lo que de verdad cuenta, además de superar la crisis, es lo que deberíamos aprender y asumir de esta pandemia. ¿Cambiaremos en algo o todo seguirá igual?

El debate está ahora sobre la mesa y no faltan teorías en uno y otro sentido. ¿Quién tiene razón? ¿Slavoj Žižek, que anuncia la llegada de un nuevo comunismo, o Byung-Chul Han, que dice que tras el virus el capitalismo renacerá con mayor pujanza y que esto contribuirá a realzar la eficacia de un régimen policial digital como el chino?.

El futuro no lo conoce nadie, pero ya que el presente nos ha colocado frente a un reto colectivo creo que al menos hay dos cosas que la sociedad civil debería exigir una vez salgamos de esta. Una, que acabe de una vez todo este postureo, mendacidad y crispación provocada por intereses espurios y partidistas y que la actividad política se reconduzca hacia una crítica racional y constructiva. Vencer a la pandemia supone mantener el virus bajo control, sí, pero también implica mantener vivos y con mejor salud a los sistemas democráticos y, para ello, el Gobierno tiene que escuchar sin prejuicios a la oposición y a todos los agentes sociales, pero la oposición debe aprender a colaborar con lealtad y las comunidades autónomas a actuar con solidaridad. De lo contrario, estarán ganando terreno los neofascismos que, a juzgar por sus enloquecidas proclamas, ya se frotan las manos esperando el fracaso de las sociedades democráticas.

Y dos, ya que esta situación ha dejado al descubierto las limitaciones y los problemas de un sistema que considera la productividad desaforada y el consumo frenético como centro de todo, ¿no deberíamos aprovechar la oportunidad para reformular nuestros intereses y abandonar la inconsciencia que nos está llevando a la deshumanización y a la destrucción de los sistemas ecológicos? ¿No deberíamos exigir que se refuercen ya los pilares del sistema de bienestar como son la sanidad y la educación públicas? Esta crisis está poniendo de manifiesto que los cuidados humanos, los afectos, la ciencia, la colaboración y la solidaridad son realmente los sectores esenciales de una sociedad y que, pese a no ser ni los más reconocidos ni los mejor pagados, son los que están evitando que la sociedad colapse.

Clemente Bernad, un fotógrafo en la pandemia: "La calle se ha convertido en un espacio siniestro"

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Ante el desafío global que se nos plantea, qué haremos, cómo actuaremos. ¿Saldremos de esta mejores? ¿Fortaleceremos los servicios públicos o volveremos a la ruta suicida emprendida por algunos sectores podridos de soberbia y avaricia? ¿Haremos lo de siempre o arrimaremos el hombro para poner en el centro de la sociedad la sostenibilidad de la vida y del planeta? Habrá que pensarlo bien. Nos jugamos mucho.

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Pilar Laura Mateo es escritora y socia de infoLibre

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