Pedro Jiménez Hervás

Hay personas que, por pura codicia, preferirían tener en su bolsillo todo el dinero que destinan al fisco. ¡Que bajen los impuestos! gritan otros por simple interés electoralista, o por el malintencionado deseo de habitar en un mundo donde cada cual se pague sus gastos. También están los que apuestan por una mejor gestión de los tributos: que se abrochen antes el cinturón los del coche oficial y los asesores. Me imagino que todos los que cuestionan los impuestos llevan una vida holgada, ajena a las vicisitudes de la sociedad en la que habitan. Jamás han necesitado nada de nadie.

Me refiero a que ninguno de cuantos desean acabar con la contribución ciudadana al Estado ha sido testigo de un parto de riesgo en un hospital público, donde disponen de la infraestructura y los equipos médicos adecuados para atender el menor problema que pueda sufrir la madre o el bebé. Tampoco creo que ninguno haya sufrido una enfermedad crónica seria, que exige un seguimiento sanitario de por vida, con tratamientos cuyo coste sería imposible de sufragar con el sueldo básico de la “clase media trabajadora”.

Los que desconfían del valor de los impuestos seguro que no necesitan de la pensión a la que tiene derecho cualquier trabajador que se jubile

Seguro que de todos los que se muestran en contra de las cotizaciones —esos que piensan que trabajadores, pequeñas empresas y autónomos están siendo esquilmados por este Gobierno, y no por otros gobiernos—, ninguno sabe el tiempo de investigación que se ha invertido en desarrollar un exoesqueleto robótico que ayuda a caminar a las personas con lesión medular.

Sospecho que de cuantos vociferan contra las tasas impositivas, jamás ninguno se ha visto excluido hasta quedarse sin hogar y sin techo; almorzando en los comedores sociales y durmiendo en unos albergues que acogen cada vez a más personas vulnerables, castigadas por un sistema implacable.

En cuanto a los ancianos que no se pueden permitir un mayordomo inglés, dos asistentas filipinas, un forzudo del Cáucaso que les bañe y un chef francés que les cocine… ¿qué hacemos con ellos? ¿Cerramos las residencias públicas de mayores? ¿Construimos una sociedad nueva, donde nuestros abuelos se hagan viejos en casa, queridos y atendidos por sus hijos y nietos, al fin con un trabajo que les concede el tiempo libre necesario para cuidar de ellos?

Ya puestos, los que desconfían del valor de los impuestos seguro que no necesitan de la pensión a la que tiene derecho cualquier trabajador que se jubile. Pertenecen a esa rara especie que no se retira nunca porque se gana la vida invirtiendo, especulando, dando sablazos y conspirando. En tiempos de pandemia y en tiempos de guerra. Cualquier edad es buena para lograr pelotazos. Son los últimos del Séptimo de Caballería. Los que están dispuestos a salvar el país cuando hay problemas. Los que mueren con las botas puestas solo en las películas.  

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Pedro Jiménez Hervás es socio de infoLibre

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