Sometidas al 49%

Isabel Torné

Cuando he leído en El País el artículo de Elvira Lindo Las mujeres primero, me ha venido a la memoria mi abuela materna y su periplo, que es mi origen.

Mi abuela nació en 1885 en un lugar entonces remoto, Hernán-Valle, en un entorno rural puro. Aunque su familia no era pobre, su padre decidió que ninguna de sus hijas fueran a la escuela para que nunca pudiesen mantener correspondencia con los novios, así que mi abuela era analfabeta.

Me contaba que desde que cumplió diez años se ocupaba de preparar la comida de la familia y de los mozos que ayudaban en las faenas del campo: eso sumaba más de veinticinco personas para los diez años de aquella niña.

Bromeaba cuando hablaba de las fiestas de carnaval, a las que llevaba un disfraz que incluía guantes para que no reconocieran sus manos, tan grandes y bonitas. Con quince años y más de un metro setenta y cinco, conoció a mi abuelo en una de esas fiestas, en las que los mozos buscaban novia en lugares distintos del propio. Se casaron cuando ella tenía dieciséis. Tardó cuatro o cinco años en dar a luz a su primera hija, que murió de difteria antes de cumplir los cinco. Y aún otros cuantos años más para que naciera Juan, el mayor de los ocho que vinieron después.

Sus partos no tenían ginecólogo, obstetra ni comadrona. Si acaso alguna mujer del pueblo con experiencia en ayudar a otras a dar a luz. Los mellizos los parió de pie sobre una espuerta cubierta de inmaculados paños de lino blanco. Sola.

Mi abuelo murió de gripe en 1931 y dejó deudas como para que, unos días después del entierro, vinieran del juzgado a embargar lo poco que tenían, menos los siete hijos, el yerno y los tres nietos. Muchas bocas que alimentar con nada en absoluto. De manera que había que ir a buscar a Juan, el hijo mayor que vivía en Orán, que ahora era el cabeza de familia.

Sigue siendo un misterio para mí cómo mi abuela viajó con toda esa pandilla desde Hernán-Valle hasta Orán, con qué dinero lo hizo, qué comieron, dónde se alojaron en el camino, cómo se lavaron, cuánto lloraron. Pero ella lo consiguió. Orán era entonces Territorio Francés de Ultramar y, al llegar, mi madre y una de sus hermanas fueron escolarizadas obligatoriamente. Mi madre, que ahora tiene cien años y casi dos meses, aún canta las canciones del lycée con un impecable acento y recuerda cada detalle de su profesora.

Las mujeres africanas que, para venir al primer mundo y poder comer y tener una vida, hoy cargan con sus hijos, a veces fruto de violación, tienen al menos (si no más) el valor que tuvo mi abuela, como también lo tienen las afganas para seguir estudiando

En 1936, mi tío Juan volvió a España para alistarse en el ejército y defender la República. Mi abuela permaneció en Orán hasta que, supongo, se le acabó el dinero y se las arregló para regresar con todos en el otoño de 1938 por un procedimiento tan misterioso para mí como el trayecto de ida. Solo sé que viajaron en barco a Marsella y, desde allí, en tren hasta Port-Bou. Mi madre cuenta que ametrallaban la estación cuando el tren estaba entrando. Después caminaron todos hasta Barcelona, en donde el otro hijo varón fue a parar a las listas de la Quinta del Biberón. Consiguieron avanzar hasta distintos lugares de la provincia de Valencia, en donde parece que separaron a la familia. Es un milagro que mi madre pudiera estar acogida con mi abuela. Mi abuela nunca volvió a saber del hijo del que se despidió en Barcelona.

Durante todo ese trayecto pasaron hambre, mucho miedo, tuvieron que ponerse en cola para lograr algo que comer, fingir que eran afines a quienes hacían el reparto. Siendo mi madre la menor, mi abuela le vendaba el pecho para que pareciera más niña a pesar de su gran estatura.

Terminada la guerra civil, el hermano mayor cruzó a pie los Pirineos y entró en un par de campos de refugiados. Allí se unió a la resistencia y luchó en el Massif du Vercors, donde el ejército alemán hizo una carnicería. Él sobrevivió y siguió luchando contra los ocupantes. Al acabar la Segunda Guerra Mundial, Juan recibió automáticamente la nacionalidad francesa y fue condecorado como héroe de guerra. Volvió a España en 1956 con pasaporte francés, pero mi madre no salía a la calle con él, no quería que saliera de casa, no lo presentaba a sus amigos.

Mi madre se había casado con mi padre y borró todo cuanto pudo de aquella vida de miseria y angustia, se olvidó del sufrimiento de mi abuela, que vivía con nosotros y que fue quien tuvo el valor y el coraje de hacer posible que tuvieran qué comer y de sacarlos a todos adelante. Así, mi abuela se había convertido en una sombra silenciosa que lloraba a escondidas la ausencia de sus dos hijos varones, que sufría el haber perdido todo para siempre.

Las mujeres africanas que, para venir al primer mundo y poder comer y tener una vida, hoy cargan con sus hijos, a veces fruto de violación, tienen al menos (si no más) el valor que tuvo mi abuela, como también lo tienen las afganas para seguir estudiando y todas aquellas que en esta especie de “consejo de administración” que es el mundo, formando parte del 51% de la población del mundo estamos sometidas al 49% restante, que es quien toma las decisiones de paz y, sobre todo, de guerra, de miseria, de explotación de todo tipo, quien decide quién vive y quién muere, en definitiva.

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Isabel Torné es socia de infoLibre.

Cuando he leído en El País el artículo de Elvira Lindo Las mujeres primero, me ha venido a la memoria mi abuela materna y su periplo, que es mi origen.

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