En octubre de 1994 mi, compañero y yo hicimos un viaje a Kenia y Tanzania. Antes de irnos, leímos mucho sobre esos países, fuimos a todas las exposiciones de arte africano y aprendimos algunas palabras en suajili.
Nos organizamos minuciosamente para aprovechar el tiempo y el dinero que habíamos invertido. De los treinta días que duraba el viaje, diez estaban destinados a hacer safaris organizados para turistas, y los veinte restantes a movernos los dos solos de un sitio a otro, para conocer los lugares que nunca se publicitan en los catálogos.
África se mostró ante nuestros ojos con una intensidad tal que en muy poco tiempo estábamos inmersos en los paisajes maravillosos, donde el sol se confunde con la tierra, y la tierra con los animales salvajes. Haciendo nuestra vía, tratando con la gente, utilizando sus autobuses, caminando por sus barrios de chabolas, intentando hablar suajili para acercarnos a ellos, sentimos la sensación cálida de la vida palpitante. Los pensamientos superficiales y seguramente neuróticos que traíamos de Occidente habían desaparecido.
Aprendimos muchísimas cosas, pero hoy sólo me propongo explicar la visita al hospital estatal de Zanzíbar. Zanzíbar... una maravillosa isla de cultura musulmana, conocida como la Isla de las especies, porque es tan fértil que en su tierra son capaces de crecer todas las plantas de las especies conocidas. Durante muchos siglos ha formado parte del sultanato de Omán y, si actualmente no fuera tan pobre, sentiríamos que estábamos paseando por el vergel de las mil y una noches. Desde 1963 forma parte del Estado de Tanzania.
Cuando el viaje se acabó, tomamos el avión para volver a España. Nuestras mentes se alejaron poco a poco de África para volver a nuestras vidas y a nuestras ridículas preocupaciones
En el hospital estatal los enfermos estaban instalados en salas de veinte o treinta camas, la mayoría sin sábanas. Nos explicaron que prácticamente carecían de medicinas. Los grandes laboratorios multinacionales no estaban interesados en los países que no pueden permitirse pagar los elevados precios de sus productos. Hacen fármacos de ciencia ficción contra la malaria pero, por un sistema capitalista absurdo, éstos no llegan a los enfermos que la padecen. Los médicos también escasean porque su sueldo es de unas dos mil pesetas mensuales y no tienen más remedio que complementarlo con la práctica privada. Por ello pasan poco rato en el Hospital y no pueden ni soñar en comprarse los carísimos libros de medicina tan necesarios para estar al día.
La monja enfermera que nos acompañaba nos contó la siguiente historia: un chico de unos diecisiete años tuvo que ingresar porque se rompió la pierna. Como las camas estaban ocupadas, compartió cama con un viejo que estaba muy enfermo. La comida era muy escasa: un cuenco de té con un trozo de pan por la mañana y un cuenco de arroz con un puñado de vegetales mal cocidos por la tarde. El chico se moría de hambre. Por eso, cuando pasados unos días murió el anciano, en lugar de avisar, lo escondió debajo de las sábanas para poder comer ración doble. Dos días después, el olor a putrefacción del cadáver delató al chico… Cuando el viaje se acabó, tomamos el avión para volver a España. Nuestras mentes se alejaron poco a poco de África para volver a nuestras vidas y a nuestras ridículas preocupaciones. Al llegar tomamos un taxi para ir a casa. ¿Sabéis qué fue lo primero que dijo el taxista? —La Sanidad en Cataluña es un desastre, no sé cómo la Generalitat no se avergüenza de… Quería gritar, hablarle de África, decirle que si fuésemos conscientes nos daríamos cuenta de que vivimos en un mundo privilegiado... pero no tenía ganas ni esperanzas de que lo entendiera. Entonces cerré los ojos para soñar con los magníficos leones de la sabana.
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Mercè Carandell es socia de infoLibre.
En octubre de 1994 mi, compañero y yo hicimos un viaje a Kenia y Tanzania. Antes de irnos, leímos mucho sobre esos países, fuimos a todas las exposiciones de arte africano y aprendimos algunas palabras en suajili.