Las dichosas listas de lo mejor del año

Es otra tradición navideña; como el panetone, los (odiosos) calendarios de Adviento o el empacho de turrón. El año enfila diciembre y las secciones de cultura se llenan de listas con «lo mejor del año», estadillo general del quehacer de las industrias culturales y sentencian, en una parca enumeración, sobre la multitud de eventos que caben en un año.

"Lo mejor", ¿qué será eso? ¿Lo más interesante? ¿Lo más arriesgado? ¿Lo más correcto? ¿Lo más novedoso? Vaya por delante: no tengo nada en contra de estas listillas. No solo las leo con fruición; a veces, incluso, he colaborado en su elaboración. Sin embargo, me fascina el acontecimiento: que, como si fuera un evento cósmico, el año se remate con esa pedrea que fija el canon de la flor y nata.

En cualquier otro momento, un crítico necesita entre seiscientas y mil palabras para argumentar qué le parece tal o cual cosa

Puestos a dictaminar algo tan rotundo ("¡lo mejor!"), uno esperaría un complejísimo sistema de valoraciones: tablas con decenas de casillas en las que críticos y redactores venidos desde todos los rincones del imperio se dejasen las pestañas calibrando méritos y reproches. Hasta donde sé, el procedimiento es más pedestre. El responsable de la cabecera pide a sus colaboradores unas preferencias enumeradas y, tras evaluarlas al peso, las que se repitan y las de los primeros puestos acaban consagradas en el decálogo del año en curso. Tiene su gracia: en cualquier otro momento, un crítico necesita entre seiscientas y mil palabras para argumentar qué le parece tal o cual cosa pero, cuando se trata de fijar "lo mejor" en la hemeroteca, basta con una enumeración de diez líneas y santas pascuas.

El formato también me parece intrigante. Un podio con diez escalones. ¿Por qué no doce? ¿O siete? ¿Será que «lo mejor» se manifiesta más puramente en una escala decimal que en una ternaria? ¡Cuántas preguntas! Reconozco que semejante atracón de arbitrariedades empieza a desconcertarme y que, quizás a causa del mareo, comienzo a sospechar que el objetivo de la dichosa lista tiene menos de ejercicio crítico que de mascarada. De quedar bien con tal institución ("mira, te he incluido entre lo más sensacional"), remediar cuentas pendientes ("la verdad es que no le hemos dedicado media línea a tu exposición, pero llega el aguinaldo") y reajustarnos los chakras del bienquedismo y la geopolítica interior. Los seleccionadores se dan lustre mientras los beneficiarios comparten en las redes, ufanos, su inscripción en ese efímero paseo de la fama: todos contentos.

Aunque aquí nos dediquemos al negociado plástico, no hay gremio que no disfrute de su top ten antes de las uvas. Series, novelas, películas, poemarios, teatros de pulgas, prestidigitadores o boticarios. "Los diez mejores antidepresivos del 2025", miren, ojalá. Entiendo lo conveniente de que, en plena campaña navideña, los periódicos de relumbrón señalen los libros más bellos, buenos y verdaderos del año: al lector le facilitan la elección de algún regalito y las librerías dan palmas mientras sueñan con estanterías vacías. Lo mismo con el audiovisual o las discográficas; incluso en las escénicas, porque hay obras que se reponen o itineran. En el ámbito de las artes plásticas, me parece, las cuentas del Gran Capitán son esencialmente honoríficas: un marchamo para poner en el currículo. Anunciado en televisión, seleccionado por tal revista como chachipiruli en este año de nuestro señor.

Aunque toda crítica sea publicidad (entre el maremágnum de propuestas que uno tiene por delante, escoger una —para bien o para mal— y dedicarle espacio es señalarla) hay artefactos que son más publicitarios que otros. El de las listas parece serlo plenamente: con todas las justificaciones normalmente exigidas haciendo mutis por el foro, los críticos nos ponemos el gabán de prescriptores para despacharnos (¿será cosa del espíritu navideño?) con una indisimulada ligereza. Así sale lo que sale: una ensalada sin matices, con mucho de Madrid, algún museo nobletón más allá de la M30 y de lo pequeño no me preguntes. Los vicios del sistema resumidos en diez sinopsis.

Es otra tradición navideña; como el panetone, los (odiosos) calendarios de Adviento o el empacho de turrón. El año enfila diciembre y las secciones de cultura se llenan de listas con «lo mejor del año», estadillo general del quehacer de las industrias culturales y sentencian, en una parca enumeración, sobre la multitud de eventos que caben en un año.

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