'Oro tejido con paja': terminan las celebraciones por el 25 aniversario de 'Generaciones'

La Casa Encendida acaba de inaugurar la última de las celebraciones por el vigésimo quinto aniversario de Generaciones, probablemente la convocatoria para artistas emergentes más célebre de nuestro país. Los fastos se han resuelto con tres exposiciones, más la correspondiente de los ganadores de la edición del año en curso. En la primera, la comisaria Rocío Gracia Ipiña reexaminó un sinnúmero de piezas premiadas a lo largo de la historia del concurso, tratando de componer con ellas una cierta genealogía. En la segunda, Ángel Calvo Ulloa y Julia Castelló reunieron una quincena de trabajos actuales —de ganadores pasados— en una muestra armada en torno a la idea de generosidad. Finalmente, la terna se cierra atendiendo a aquellos artistas que, por azares biográficos, nunca pudieron probar suerte en Generaciones; es decir, que, aunque residentes o nacidos en España, sumaban más de treinta y cinco años cuando arrancó el proyecto.

La premisa me parece ambiciosa, porque pareciera convertir la convocatoria en un parteaguas de la historia general de las artes. Antes de Generaciones, después de Generaciones. Con todo, no le arriendo la ganancia a Beatriz Alonso, la comisaria encargada, porque ha tenido que batallar en una horquilla que, bien mirada, incluiría a Francisco de Goya, Maruja Mallo y los pintores de Altamira. Felizmente, Alonso —que ya ha probado exitosamente sus armas en otros encargos de pretensiones canónicas, como Querer parecer noche (CA2M, 2018)— ha huido de propuestas enciclopédicas o totalizadoras en favor de un formato más concreto: programa doble protagonizado por artistas que, aunque reconocidos en su contexto local, han tenido una presencia discreta en el contexto nacional. De un lado, Elena Mendizabal (San Sebastián, 1960); del otro, Joan Rom (Barcelona, 1954).

Como la propuesta, que lleva por título Oro tejido con paja (el título está tomado de un ensayo de Ursula K. Le Guin), se estructura como dos pequeñas exposiciones individuales, quizás sea conveniente abordarlas desde esa independencia. La sala que ocupa Elena Mendizabal recibe al visitante con Ese quiebro (2025), un coro de esculturas surgidas de las variaciones de una forma originaria —una vara cubierta gruesamente con plastilina— cuya disposición muta de vertical a horizontal, de firmemente fijada a inestablemente colgante. También cambia su materialidad: si, como decíamos, las primeras están hechas con plastilina (un material blando y maleable, también cromáticamente), sus reproducciones se han logrado mediante una impresión tridimensional posteriormente coloreada con óleo. Este conjunto de esculturas (que se completa con unas obras hechas con cilindros de acero esmaltado) arropa una obra anterior de Mendizabal: Melena (1986), un entramado similar a una densa cabellera o a un racimo de algas movido por la marea formado por un conjunto de varillas soldadas.

En el otro extremo de la sala, un par de esculturas tubulares suspendidas en paralelo frente una a pantalla de acero (un cancel doble) nos complican la visión del grupillo variopinto que se refugia tras tantas protecciones. En esa pequeña partición (que, a pesar de la frialdad de los materiales mencionados, produce una cierta sensación de intimidad) se distribuye Sur le sol comme le débris [En el suelo como los escombros] (2023), una instalación conformada por un conjunto de piezas pequeñas de referencias heterogéneas. Tres de ellas aluden a formas que encontramos en la parte principal de la sala.

La ansiosa 'rentrée'

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Cruzando el recibidor, entramos en la sala dedicada a Joan Rom, cuyo espacio vertebra un enorme pilar construido para albergar, en una de sus esquinas, una escultura hermosa e inquietante de colores amarillentos y grisáceos (Crosta [Costra], 2023). Las obras de Rom parecen situarse en una deliberada vulnerabilidad material y semántica. Esto resulta evidente en las formas dibujadas con restos de ladrillos (material de desecho, recuperado) que, ensartados en un hilo de cobre, están a un tropiezo de volver a considerarse simplemente escombros. También, en las delicadas flores (Jaeggy, 2024) formadas con el cartón de unas hueveras (un material frágil que soporta a un alimento quebradizo), ahora claveteadas contra un muro blanco.

En el centro de la sala, como armando nidos o remolinos, unas esparragueras secas (Erm [Despoblado], 2024-2025) nos enseñan los pinchos en los que el artista ha convertido sus ramitas secundarias (afilándolas cuidadosamente): una actitud belicosa (¡usted no es bienvenido!) que podría vencerse con un simple pisotón. Un idéntico protagonismo vegetal (unas ramas de sarmiento que se yerguen, desde unas placas de cobre sazonadas con elementos hechos en caucho, hasta tocar unas láminas de vidrio) vemos en Redorta [Sarmiento] (1990), la pieza «histórica» con la que dialogan estos últimos trabajos de Rom. Completa el conjunto una serie de fotografías de indeseable belleza (Coses penjades dels arbres [Cosas colgadas de los árboles], 2021) en las que restos de plásticos (residuos de la industria petroquímica del Camp de Tarragona) posan enmarañados en las ramas de un árbol.

Si bien Oro tejido con paja rehúye planteamientos ambiciosos y alambicados (lo que uno podría esperar para el colofón de estas celebraciones generacionales), resulta reconfortante encontrarse, sencillamente, con dos exposiciones articuladas con inteligencia y montadas con elegancia de dos artistas con los que muchos espectadores tendrán su primer encuentro. Sin embargo, enmarcada en el contexto en que está, parece necesaria una justificación más firme del formato elegido, de sus protagonistas y sus disciplinas. La premisa, ya lo decíamos, no lo pone fácil: como enseña el refrán, quien mucho abarca, poco aprieta.

La Casa Encendida acaba de inaugurar la última de las celebraciones por el vigésimo quinto aniversario de Generaciones, probablemente la convocatoria para artistas emergentes más célebre de nuestro país. Los fastos se han resuelto con tres exposiciones, más la correspondiente de los ganadores de la edición del año en curso. En la primera, la comisaria Rocío Gracia Ipiña reexaminó un sinnúmero de piezas premiadas a lo largo de la historia del concurso, tratando de componer con ellas una cierta genealogía. En la segunda, Ángel Calvo Ulloa y Julia Castelló reunieron una quincena de trabajos actuales —de ganadores pasados— en una muestra armada en torno a la idea de generosidad. Finalmente, la terna se cierra atendiendo a aquellos artistas que, por azares biográficos, nunca pudieron probar suerte en Generaciones; es decir, que, aunque residentes o nacidos en España, sumaban más de treinta y cinco años cuando arrancó el proyecto.

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