La violencia institucional y las artes

España tiene una Real Academia en Roma. Está en lo alto de San Pietro in Montorio, en un convento erigido por los Reyes Católicos donde, según la tradición, dieron matarile al príncipe de los apóstoles crucificándolo bocabajo. El edificio tiene sus encantos: el más célebre es el templete de Bramante, que se encuentra en medio de uno de los claustros. A finales del siglo XIX, los artistas reemplazaron a los frailes (entre mendicantes anda el juego) y desde entonces, bajo distintos patronazgos (la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el Ministerio de Asuntos Exteriores) han ido desfilando pensionados y becarios.

El plan es de ensueño: investigadores, comisarios, escritores y artistas compiten por una beca que concede nueve meses de honorarios, hospedaje y un montante con el que sufragar la producción de sus trabajos. La precariedad da muchas dentelladas en el barrio de las artes, así que, como imaginarán, no faltan candidatos dispuestos a instalarse un curso en el Trastevere. Con tanto postulante, el proceso de selección se ha vuelto laborioso, así que la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) —que es la responsable— ha incluido un nuevo requisito para los becarios: la bilocación. Verán, este primero de octubre ha terminado la fase de entrevistas (la última del proceso). Denle diez o quince días al comité para que delibere y tendremos veredicto. Las residencias comienzan el primero de noviembre. Conciliación, beso tu nombre. ¿Tienes hijos? Ándate listo buscando un internado. ¿Gato? A la perrera ipso facto. ¿Empleo? Suerte solicitando la excedencia en semana y media. La resolución de la beca romana siempre ha sido particularmente árida: hará unos años se comenzó a publicitar cada etapa del proceso selectivo; antes, los interesados solo se enteraban de que habían sido descartados en tal o cual paso si algún colega les contaba que él había tenido mejor suerte.

Abundan las subvenciones que solo financian los materiales para producir la obra pero no los honorarios, como si los artistas no pagasen alquileres y se alimentasen del aire

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Si traigo como ejemplo esta convocatoria es porque la organiza todo un ministerio: un estamento que tendría los posibles para resolver el asunto en tiempo, forma y afecto. Pero, lamentablemente, los desmanes se prodigan por todo el organigrama nacional. Hace tiempo les conté el calvario al que el Ayuntamiento de Madrid estaba sometiendo a los beneficiarios de unas ayudas de producción, a los que, por minucias formales, les estaba reclamando devoluciones con recargo. Hay muchos ejemplos sangrantes: abundan las subvenciones que solo financian los materiales para producir la obra pero no los honorarios, como si los artistas (escritores, investigadores, larguísimo etcétera) no pagasen alquileres y se alimentasen del aire. Otras, pagan a posteriori, de modo que el beneficiario se compromete a adelantar gastos hasta que, tras una ristra de justificaciones kafkianas y eones burocráticos, la entidad de turno abone lo convenido. (Esto, claro, descarta a todos aquellos que no tengan respaldos familiares o ahorros con los que afrontar el desembolso inicial). Cualquier profesional del sector podría relatarles un buen número de sinsabores a cuenta de algún escarceo institucional y no sería provechoso engolosinarnos con los detalles de tal o cual diputación, fundación o comunidad autónoma. Más bien, quisiera apuntar a la lógica que parece actuar bajo todos estos casos particulares: la idea de que el apoyo institucional a la producción artística es una dádiva, una limosna ante la que sería descortés mostrarse desagradecido.

Una vez, montando una exposición de premio (al comisario le llegan los trabajos seleccionados y debe armar con ellos una muestra más o menos coherente), escuché a una de las funcionarias que pululaban por la sala quejarse a la otra: "Nosequién dice que los plazos no son adecuados: les das un premio y encima se quejan". La convocatoria, claro, había tenido (de nuevo) un sinnúmero de irregularidades que nadie se estaba molestando en subsanar, y resultaba casi milagroso que la exposición fuese a inaugurarse el día acordado. Con todo, la encargada de turno consideraba que eran los artistas los que suponían un gasto prescindible para el erario, no su puesto, que sería inservible si ese mismo programa expositivo (tan absurdo y despilfarrante) se extinguiese. Aunque me parece estúpido, puedo entender a los que quieran cepillarse las políticas culturales del país y condenar a las nuevas generaciones a no ver más arte que el que se hizo a cuenta del mecenazgo de burgueses y archiduques. Prefiero esa oposición frontal (siempre conviene verle los contornos al enemigo) a la perpetuación de unas prácticas paternalistas y violentas (ordeno y mando) ejercidas por gestores que viven holgadamente del mismo sector que tratan a puntapiés. Si tal beca, ayuda o premio no puede convocarse sin menoscabar los derechos más elementales de artistas y adláteres, sería conveniente que se dejase de convocar. Porque, de lo contrario, parecería que las tan defendidas políticas culturales obedecen más al interés publicitario de las instituciones que las promocionan ("el ayuntamiento de tal invierte nosecuántos miles de euros en…", "la consejera inaugura la muestra del premio…") que al provecho de sus beneficiarios.

(También, puestos a desear, sería maravilloso que la famélica legión consiguiese armar una respuesta articulada y conjunta con la que replicar a estos desmanes: si el problema es general, la réplica también debería serlo. A veces, permítanme, a uno le gusta soñar). 

España tiene una Real Academia en Roma. Está en lo alto de San Pietro in Montorio, en un convento erigido por los Reyes Católicos donde, según la tradición, dieron matarile al príncipe de los apóstoles crucificándolo bocabajo. El edificio tiene sus encantos: el más célebre es el templete de Bramante, que se encuentra en medio de uno de los claustros. A finales del siglo XIX, los artistas reemplazaron a los frailes (entre mendicantes anda el juego) y desde entonces, bajo distintos patronazgos (la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el Ministerio de Asuntos Exteriores) han ido desfilando pensionados y becarios.

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