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¿Blockbuster, neorruralismo o cine de autor? Claves para entender qué se juega el cine español en los Goya

Fotograma de 'La sociedad de la nieve'.

La forma en que el cine español se comunica con el mundo no solo obedece a una imagen que quiera proyectar, sino también a la forma en que se entiende a sí mismo. La Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas seleccionó tres películas para representar a nuestro país en los Oscar, compitiendo por una nominación a Mejor película internacional aclarada a finales de enero. Fueron 20.000 especies de abejas de Estibaliz Urresola, La sociedad de la nieve de J.A. Bayona y Cerrar los ojos de Víctor Erice. Que se eligiera el film de Bayona (y esté convocado a la gala de los Oscar el próximo 10 de marzo) no implica que sea el que más opciones tiene de triunfar en los Goya, ni que sea el más aclamado por la crítica internacional. Y ahí está lo interesante.

20.000 especies de abejas está nominada a 15 Goyas. A lo largo de su andadura en la industria patria ha ganado la Biznaga de Oro en el Festival de Málaga, el Forqué a Mejor película y el Feroz a Mejor película dramática: un palmarés impecable que hace difícil no pensar en que la victoria se replique de cara a la Academia. Por su parte Cerrar los ojos ha encandilado a la crítica especializada a lo largo del mundo, colándose en las listas de lo mejor del año de publicaciones como Sight & Sound o Cahiers du Cinéma mientras iba yéndose de vacío en las convocatorias de nuestro circuito de premios. Entre una y otra, el triunfo de Bayona ha maridado con el aplauso hollywoodiense y la conversación popular desde que se estrenara en una ventana masiva como Netflix

Son tres victorias de muy distinto pelaje. Victorias que ejemplifican la variedad de escenarios donde el cine español puede prosperar a día de hoy. La gala de los Goya que se celebra el 10 de febrero no equilibrará necesariamente estas narrativas —es bastante probable que Cerrar los ojos no mejore su suerte en los premios—, pero a través de sus nominaciones a Mejor película sí puede ejercer de termómetro de lo que se está moviendo en la industria, y entregarnos las claves para celebrar las distintas vías en que nuestro cine ido ha evolucionado a lo largo del último año.

Las ligas del blockbuster

La sociedad de la nieve parte con 13 nominaciones. Si Bayona ganara Mejor dirección sería nada menos que el cuarto cabezón que celebra su puesta en escena: consiguió el de dirección novel con El orfanato, y otros dos a Mejor dirección por Lo imposible y Un monstruo viene a verme. Es una figura plenamente consagrada en nuestra industria, de atractivo internacional. Sus amplios presupuestos —en consonancia a sus ambiciones espectaculares—, están al alcance de muy pocos, y la profesionalidad con la que los maneja ha calado en Hollywood de manera que ya lo hayamos visto al frente de grandes sagas como Jurassic World o El señor de los anillos.

Solo nos habíamos encontrado con un perfil así antes en Alejandro Amenábar —a quien pese a todo le costó más tiempo encabezar superproducciones—, y Bayona ha alineado los entusiasmos de la crítica y el público al tiempo que le dirigía una mirada desafiante a Hollywood. Por eso ha asegurado una y otra vez que su versión de la tragedia del vuelo de los Andes es más fidedigna y empática que la que ofreció ¡Viven! en los 90, al tiempo que se resistía a que Netflix recluyera a la gente en sus casas para ver la película desde el catálogo. Algo que terminó ocurriendo, claro, pero no sin que antes Bayona defendiera la experiencia en salas y se marcara una insistente promoción donde la nominación al Oscar a Mejor película internacional sólo era uno de los objetivos.

El cine de autor consagrado

Mientras que la obra de Bayona se fragua entre recaudaciones, premios y tuits, la obra de Víctor Erice es feudo de la cinefilia como un ente líquido, que va construyendo diversas historiografías de forma simultánea. El autor más esquivo del cine español —al tiempo que quizá el más adorado desde más órbitas distintas— parecía haberse resignado a trabajar entre colaboraciones y proyectos pequeños, luego de que su adaptación abortada de El embrujo de Shanghai se uniera al desarrollo inconcluso de una continuación para El sur. Estas decepciones profesionales intensificaron su desdén por jugar los juegos de la industria. Y todas estas decepciones, finalmente, se dan cita en Cerrar los ojos. Su primer largometraje en 31 años, su primer largometraje de ficción en 40.

Cerrar los ojos no solo está a la altura de esa legendaria obra previa, partiendo de Los desafíos y El espíritu de la colmena. También —quizá por las decepciones en sí, quizá simplemente por vejez—, es un paseo reflexivo por esa obra legendaria, que al concretarse entre indagaciones sobre la memoria acaba dirigiéndose también al hecho de ver cine, sentir el cine y pensar el cine. Cerrar los ojos es una película considerablemente más fácil y legible que los clásicos que cimentaron el prestigio eterno de Erice. De hecho, con su verborrea y su talante mortecino, recuerda más al cine de alguien como José Luis Garci que al explorador de las formas de El sol del membrillo. Pero, ¿no nos merecemos todos, en algún momento y más cuando se acerca el crepúsculo, parecernos a Garci?

El neorruralismo y la preocupación política

Mientras que el cine de Erice tiene un aire ermitaño, aislado de devenires industriales y fosilizado para la historia, 20.000 especies de abejas ejemplifica justo lo contrario. De hecho, varias películas y aproximaciones parecen haber estallado en el film de Estibaliz Urresola —o, si no estallado, sí al menos han encontrado el máximo respaldo académico—, que comenzó su modélica andadura allá por febrero con el Oso de Plata para Sofía Otero en el Festival de Berlín. Entonces recordábamos cuando en la anterior convocatoria Carla Simón había ganado el Oso de Oro de Alcarràs, y era aún más fácil entender el trabajo de Urresola según las coordenadas del neorruralismo

En los últimos años múltiples voces —en buena parte femeninas y jóvenes—, se han girado al campo para contar historias de variopinto alcance político, ilustrando un malestar generacional y demográfico en torno a los retazos de la España vaciada. 20.000 especies de abejas no elude esta narrativa al ubicarse en un pueblo del País Vasco —y estar hablada en euskera—, pero demuestra lo provecta que puede ser al estudiar la infancia trans en su marco. Urresola ideó la historia de Cocó a partir del trágico recuerdo de Ekai Lersundi, joven trans que se suicidó a los 16 años y alertó de que el colectivo necesitaba una mayor atención y comprensión pública. Utilizar esa ambientación concreta debió ser, para la directora, algo tan instintivo como sujeto al actual zeitgeist.

El desafío de la literatura

Las circunstancias de Un amor parecen complementarias, de entrada, al caso 20.000 especies de abejas. De hecho Laia Costa, su protagonista que aspira al Goya, se ha convertido en un rostro habitual del neorruralismo tras Cinco lobitos de Alauda Ruiz de Azúa y Els encantats de Elena Trapé, que se enfrentó a 20.000 especies de abejas en Málaga. Un amor, en efecto, puede obedecer a las inquietudes propuestas: en particular, a la necesidad de huir de la ciudad en busca de autodescubrimiento, y al contraste de subjetividades aparejado. Pero Un amor es, primero que todo, un film de Isabel Coixet. Y, en segundo lugar, la adaptación de una novela complejísima.

'20.000 especies de abejas', 'La sociedad de la nieve', 'Saben aquell' y 'Cerrar los ojos', favoritas a los Goya

'20.000 especies de abejas', 'La sociedad de la nieve', 'Saben aquell' y 'Cerrar los ojos', favoritas a los Goya

Coixet es una de las pocas mujeres que ha podido llegar a convertirse en una veterana de nuestro cine. Lleva trabajando desde los 80, nada menos. Ha ganado cinco premios Goya por escribir y dirigir, y ha querido ir variando su sensibilidad según el proyecto. Adaptar Un amor, libro de Sara Mesa caracterizado por la ambigüedad psicológica, suponía un reto al parapetarse en unos discursos bastante esquivos —sobre el deseo femenino, sobre las expectativas que depositamos en quienes violentan nuestra existencia—, que Coixet finalmente ha sabido llevarse a su terreno. De ahí que Un amor, la película, resuelva articularse como melodrama, y haya puesto de acuerdo a una crítica que pocas veces había mostrado tal respeto por la obra de la cineasta barcelonesa.

El biopic también se nos da bien

Quizá al biopic le pase como al musical o al western: es un género puramente estadounidense por coyuntura histórica, pero también por respaldar un tipo de ideología. En este caso el sueño americano, vivir una vida hacia el éxito de progresión perfectamente estructurada, que no obstante y a medida que desfilaban las películas precisaba no tanto fijar la biografía de una persona ilustre, como un aspecto concreto de ella que interesara. Que fuera cinematográfico. Los biopics más solventes son, en definitiva, los que enfatizan un rasgo y comunican desde él la importancia de la criatura. Por eso Saben aquell es un biopic mucho mejor que el Napoleón de Ridley Scott.

La película de David Trueba está embebida en el hermetismo de Eugenio: humorista tímido e impenetrable, que en sus actuaciones no hacía otra cosa que esconderse. Pero no es un acercamiento fallido, porque esos huecos de entendimiento implican tragedia y romance: la relación del cómico con Conchita (fenomenales David Verdaguer y Carolina Yuste) que focaliza claramente el guion, dejando las previsibles caídas en desgracia para los documentales. Saben aquell es, en fin, cine bello y de vocación popular, acometido con la convicción de las decisiones y no de los checkpoints, y ejemplificando la solidez alcanzada dentro de un género que históricamente se nos había resistido.

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