David Trueba normaliza en el cine que mujeres maduras se líen con hombres más jóvenes: "Queda mucho por avanzar"

Miguel (David Verdaguer), arquitecto paisajista de cuarenta y pocos, viaja a Bélgica con su novia Marta (Amaia Salamanca) para participar en un congreso. Allí se acaba su relación y él decide quedarse unos días a solas para reubicarse lejos de casa. Roto y desubicado, conoce a Olga (Isabelle Renauld), una mujer de más de sesenta años que trabaja en el congreso de arquitectura y que inesperadamente le abrirá nuevos caminos hacia la reconstrucción personal. Ese es, a grandes rasgos, el motor emocional de Siempre es invierno, película en la que David Trueba (Madrid, 1969) adapta por primera vez al cine una novela propia —Blitz (Anagrama, 2015)— y que llega este viernes a los cines con reflexiones sobre las segundas (o terceras o cuartas) oportunidades, el paso del tiempo, los afectos o la tiranía de la belleza.

¿Qué es Siempre es invierno?

Es la historia de una reconstrucción, de cómo se reconstruye una persona después de la debacle.

¿Es la tragicomedia el género más certero para contarnos la vida misma?

Sin duda. Si haces un corte al trasluz a la vida de una persona encontrarás elementos de comedia, alegría, tragedia. También de tristeza, emoción, pérdida o encuentro. Me han preguntado muchas veces por qué no practico los géneros concretos que existen, tanto en cine como en literatura, y siempre digo que el único género al que respondo es al de la vida.

Es la primera vez que hace una adaptación de una novela propia. ¿Por qué esta vez sí? 

Seguramente porque quería extraer la novela hacia un público más amplio, pues creía que diez años después algunos de los asuntos que trata todavía no estaban siendo del todo tratados socialmente. Obviamente, no iba a volver a escribir la novela, pero sí podía trasladarla al cine y, de esa manera hacérsela llegar a un público nuevo y más amplio. Ha sido una labor de expansión que me apetecía mucho hacer.

¿Cómo es reencontrarse con un texto que uno escribió hace diez años?

Me he visto reflejado e identificado con muchas cosas y, al mismo tiempo, también me he visto que hoy en día seguramente estoy más cerca del personaje femenino en esa cierta paz contemplativa en la que parece estar viviendo. Más cerca que del protagonista masculino febril, enérgico pero al mismo tiempo con dudas y perdido. Creo que eso es porque vas avanzando en tu vida y te vas encontrando con personajes más maduros. 

¿Hacen falta más papeles de mujeres mayores de sesenta que disfrutan del amor, del sexo, de la vida? Hay una escena en concreto que todavía puede resultar incómoda.

Y si resulta incómoda tampoco pasa nada, porque está buscando precisamente que te preguntes por qué es incómodo. Y la respuesta es porque no estás acostumbrado a verlo. Una gran cantidad de los papeles de mujeres a partir de los 60 años están muy reducidos a ejercer de mamá o de abuela, y tienen poca autonomía personal y en su vida íntima. Además, sobre todo, corporalmente están ocultas en una especie de barrera que marcan los 40 años, a partir de la cual es como si no tuvieran cuerpo, ni cara, ya no tienen sexo. Todo eso estaba en la novela y diez años después sigue sin estar del todo en la sociedad, por lo que venía además a hacer una pequeña contribución al desorden, para que la gente se replantee si vivimos en un mundo excesivamente diseñado con crueldad para la mujer que cumple años. 

¿Qué le ha llegado de los espectadores que han visto esa escena?

Fue muy curioso, porque justo cuando rodamos esa secuencia se pudo sentir la propia incomodidad del equipo, que era muy joven. Recuerdo que alguien dijo 'es maravilloso, estamos haciendo una película sobre por qué esto causa pudor esto y los primeros a los que nos causa esas sensaciones es a nosotros'. El propio David Verdaguer me decía 'yo soy una persona abierta, no le tengo miedo a nada, y de pronto me encuentro aquí como muy atemorizado, pensando '¿qué estamos haciendo? Enseñando algo que no es nada habitual ver'.

Vivimos en un mundo excesivamente diseñado con crueldad para la mujer que cumple años

No solo no es habitual, sino que hay quien lo utiliza para atacar personalmente cuando en una pareja ella es mayor que él. Lo estamos viendo en el caso de Brigitte Macron, la mujer del actual presidente de Francia.

Es un buen ejemplo de la presión y el ataque desatado por la rareza que supone para las convenciones que una mujer sea mayor que el hombre con el que está, y cómo eso se ha utilizado como arma para intentar hacerles daño, humillarlos y avergonzarlos públicamente. Cuando a mí la gente me dice que hay cosas superadas en ese campo, le digo que más bien lo contrario. Por eso creo que estamos bastante en el mismo sitio y quizá por eso tampoco me importaba incumplir esa norma de no adaptarme al cine en este caso, porque me parecía que el asunto lo merecía.

Un hombre en una pareja puede ser mayor, con más de sesenta y ella con menos de treinta y no pasa nada. Pero al revés se ve claramente la brecha de género.

Se considera que el hombre mejora con el tiempo, como el vino, ahí está Brad Pitt capitaneando la lista de los hombres más atractivos del mundo con sesenta y tantos. Pero, sin embargo, las mujeres más atractivas siempre están en la horquilla de los dieciocho a los treinta años como mucho. Eso, claro, nos lo vamos tragando como la normalidad, cuando la normalidad de repente es mi película. Por eso, yo reivindico que mi película es la normalidad y la anormalidad son los demás.

Vivimos 35 años más de media que nuestros abuelos y, sin embargo, parece que tenemos que consumir nuestra vida en un suspiro, sin darnos tiempo a experimentarla completa

Es que está aceptado que los hombres con más de sesenta son 'maduros', pero ellas son 'viejas'. Lo dice también el protagonista de esta película: "Me he liado con una vieja". 

Sí, lo dice en el momento en que se avergüenza de lo que ha hecho e intenta protegerse del qué dirán aliándose con la mirada externa, algo que pasa mucho, en vez de reivindicar la mirada propia. Somos animales gregarios, nos autoconvencemos de lo que piensan los demás como si lo pensáramos también nosotros. Ese momento de la película es clave, pues es cuando él reniega como una especie de Judas emocional, siendo además el que más delata cómo es el funcionamiento de la tiranía social. Esto está también hecho para incomodar. El espectador tiende a ser pasivo, a ser muy facilón, pero aquí le damos una cosa que le remueve, lo cual es fantástico, porque le haces hacer un viaje por sus propios prejuicios.

¿Siempre hay tiempo para las segundas, terceras o cuartas oportunidades? Porque parece que siempre vamos tarde para todo. Incluso los jóvenes de veinte años sienten que van tarde por la vida.

Es curioso que vivamos 35 años más de media que nuestros abuelos por la esperanza de vida y, sin embargo, parece que tengamos que consumir nuestra vida en un suspiro sin darnos tiempo a experimentarla completa, a disfrutar de todos los periodos, a estar abiertos a los accidentes, a las recomposiciones, a las nuevas aventuras que te depara el vivir. Yo siempre soy un defensor de vivir lo que la vida te echa por delante y no meterte en un refugio donde las cosas ni te tocan ni te llegan. Eso me parece muy, muy empobrecedor.

La vida a veces exige volver a la intemperie para estar seguro de que el nido que has construido es el correcto, y no un nido que también es una jaula

Eso es justo lo que le pasa a la pareja formada por David Verdaguer y Amaia Salamanca, que está cómoda en algo así como estamos juntos y todo está bien aunque en realidad esté mal o regular, hasta que ella rompe la baraja. 

Para mí era muy importante empezar la película diciéndole al espectador que esa pareja va a tener una ruptura. El espectador sabe que la pareja está rota pero ellos siguen representando la normalidad, algo que me interesa mucho porque creo que pasa muchísimo en la sociedad. Efectivamente, ellos están haciendo que va bien lo que va mal.

¿Estamos en un momento en el mundo en el que se busca esa normalidad como refugio más que nunca? (hasta que llega la bofetada y es cuando espabilamos y nos abrimos a la vida)

Estamos muy refugiados en nuestras urnas de cristal, en nuestras burbujas de protección, y cuando se rompen estamos más desamparados que nunca porque parece que no podemos vivir si no estamos a resguardo. Pero la vida a veces exige volver a la intemperie para estar seguro de que el nido que has construido es el correcto, y no un nido que también es una jaula.

Dice Luis Mateo Díez que "hacerse viejo es una de las peores cosas que te pueden pasar en la vida". 

Es que los que lo edulcoran mienten. ¿Cómo va a ser bonito perder el esplendor, la energía y la salud de la juventud? El problema es que no hay alternativa. 

Nos queda muchísimo camino todavía por avanzar en la percepción de la mujer mayor y de su cuerpo

¿Y qué dice entonces de nosotros como sociedad que rechacemos la vejez? 

Que vivimos de espaldas al proceso biológico. Esto es como los que hacen las casas en el curso de los torrentes. La tecnología, la arquitectura, la ingeniería, todo ha mejorado muchísimo, somos infinitamente más poderosos, pero contra la naturaleza, nada. Contra la naturaleza seguimos siendo hormiguitas. Negar nuestra naturaleza biológica y animal es negarnos a la verdad.

¿Puede Siempre es invierno quizás ser un poquito un dique de contención frente al empuje conservador y tradicionalista que estamos viviendo en el mundo, según el cual todo tiene que ser de una determinada manera? ¿Dice la película cosas nuevas en este contexto diferente al de la novela diez años atrás?

Creo que es más oportuna que nunca, y una de las razones por las que me he prestado a hacerla es porque considero que no solo a lo mejor en esto no hemos avanzado, sino que hemos retrocedido. Tenemos normalizado al presidente de la nación más poderosa del mundo casi cuarenta años mayor que su esposa y, sin embargo, lo contrario se convierte en un escarnio. Seguimos donde estamos, incluso muchísimas cosas están en cierta regresión, en cierto reaccionarismo. Por eso, es importante seguir contando cosas, haciendo avanzar la visión de las personas, seguir contribuyendo a denunciar a veces situaciones que hemos normalizado y que son anómalas. El cine es un arma poderosísima para eso y se ha adelantado en muchísimas ocasiones a la evolución social porque ha sabido contar a la luz cosas que estaban escondidas en la sociedad: hablar del aborto, de la homosexualidad, la transexualidad o el racismo cuando estas eran cosas que parecían que tenían que ser así y no se podían mover. Pero, a partir de contarlas en películas, en novelas, hemos conseguido moverlas, hemos conseguido cambiarlas en la sociedad. Nos queda muchísimo camino todavía por avanzar en la percepción de la mujer mayor y de su cuerpo.

¿Cambiar un poquito a mejor el mundo sería el gran éxito de Siempre es invierno?

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La mera discusión es interesante. A mí me gusta mucho cuando salen las parejas discutiendo sobre la película. Las que concitan unanimidad no me suelen atraer mucho. Me alegra la discusión. Creo que nos falta la visión desde puntos de vista distintos, que como estamos tan autoconvencidos de que nuestra visión es la verdadera somos incapaces de aceptar una visión distinta de la nuestra. Y, a veces, una película puede abrir un pequeño debate entre los que han ido juntos a verla.

¿Cómo lleva uno verse de repente con el pelo blanco? Porque pasa de repente. 

Joder, es increíble. Para que te hagas una idea, a mí todavía me pasa que me cuesta reconocerme cuando veo fotos mías, sobre todo en tiempos de promoción. Me cuesta reconocerme porque entre que el pelo está en la cabeza y que no soy una persona que se mire mucho al espejo, me pregunto ¿pero soy yo? Si yo era un niño rubio. Cuesta aceptarte en ese proceso, pero en aceptarte consiste también un poco la vida. Y, mira, hay algo que empieza a cambiar en España y nos empezamos a parecer más a Francia y Alemania, en que antes era obligatorio teñirse para las mujeres españolas a las que les empezaban a salir las canas partir de los treinta y pocos, pero ahora comienzo a ver a muchísimas que se han sacudido esa tiranía, esa mentira, esa estupidez, y comienzan a decir que si un hombre puede ser elegante con canas, una mujer puede también puede serlo con el pelo blanco. Eso es algo que celebro, porque hace años solo lo podías ver en Estados Unidos o en Francia, pero algo hemos avanzado.

Miguel (David Verdaguer), arquitecto paisajista de cuarenta y pocos, viaja a Bélgica con su novia Marta (Amaia Salamanca) para participar en un congreso. Allí se acaba su relación y él decide quedarse unos días a solas para reubicarse lejos de casa. Roto y desubicado, conoce a Olga (Isabelle Renauld), una mujer de más de sesenta años que trabaja en el congreso de arquitectura y que inesperadamente le abrirá nuevos caminos hacia la reconstrucción personal. Ese es, a grandes rasgos, el motor emocional de Siempre es invierno, película en la que David Trueba (Madrid, 1969) adapta por primera vez al cine una novela propia —Blitz (Anagrama, 2015)— y que llega este viernes a los cines con reflexiones sobre las segundas (o terceras o cuartas) oportunidades, el paso del tiempo, los afectos o la tiranía de la belleza.