CINE

‘Doctor Strange en el multiverso de la locura’: Sam Raimi se divierte en el parque de atracciones

Fotograma de ‘Doctor Strange en el multiverso de la locura’.

En una escena de Doctor Strange en el multiverso de la locura, Doctor Strange y una joven llamada América Chávez atraviesan a toda velocidad varios portales por los que visitan distintos universos. Uno de ellos es submarino, otro, animado, y en otro se convierten en manchas amorfas de pintura. En ese momento parece, durante unos segundos, que Marvel se va a atrever a cumplir la promesa del título, y que realmente este será un viaje delirante por una infinidad de realidades inimaginables. Esa película habría sido muy divertida, pero Doctor Strange en el multiverso de la locura no es esa película.

Esta es la 28ª entrega de una franquicia llamada Universo Cinematográfico Marvel, más que una película es el capítulo de una serie, y como tal está obligada a continuar una historia ya empezada que no acabará realmente cuando lleguen los créditos finales (y sus sucesivas escenas post-créditos, claro). ¿Cómo va a volverse enteramente loca, entonces? Lo mismo ocurría con Bruja Escarlata y Visión, la serie que presentaba una de las premisas más interesantes a la vez que hacía la exploración de un personaje más profunda y comprometida de esta franquicia: al final el río tenía que volver a su cauce y ajustarse a los parámetros concretos que definen todo relato del UCM.

Uno de esos parámetros es: todos los títulos de Marvel tienen que haberte entretenido lo suficiente y no haberte excitado demasiado, como para que cuando llegue la próxima película o serie (dentro de tres meses, aproximadamente, al ritmo que van ahora) mantengas un recuerdo agradable y algo abstracto que te empuje a ver el nuevo capítulo. Que será lo suficientemente entretenido y poco o nada excitante, claro. Excitante, desafiante, estimulante. Esos son adjetivos que no van con Marvel.

Por eso llamaba la atención que la productora liderada por Kevin Feige (el showrunner de esta “serie” y el único autor real detrás de todo este entramado) fichara a Sam Raimi para dirigir la secuela de Doctor Strange. El hombre detrás de la primera, Scott Derrickson, abandonó el proyecto por “diferencias creativas”, algo que ya ha pasado antes entre otros cineastas y la productora. Marvel Studios funciona más como una cadena de montaje fordiana (Henry Ford, no John) que como una compañía dedicada a hacer cine.

Sin embargo, lo más gozoso y divertido de Doctor Strange en el multiverso de la locura es encontrar pequeños destellos de Raimi, un director que rebosa personalidad y estilo, precisamente lo que suele faltarles a todas las películas de Marvel (con muy pocas excepciones, entre ellas Guardianes de la Galaxia y Capitán América y el Soldado de Invierno).

Monstruos lovecraftianos y espectros gritones que parecen animados con “stop motion” y podrían haber salido de El ejército de las tinieblas; algún que otro susto muy leve; cadáveres andantes; enfrentamientos sangrientos con finales salvajes (fuera de plano, eso sí, porque Marvel hace cine familiar) y construcciones de atmósfera y de personaje a partir del uso de colores e iluminaciones distintas apuntan a que Raimi no es solo uno de los mejores directores que han pasado por esta ya larguísima franquicia: también es uno de los que mejor han sabido imprimir su propia visión en su encargo. Que, por otra parte, es a todas luces un producto manufacturado más dentro de la cadena de montaje. Queda la duda de si el enfrentamiento más imaginativo y memorable de la película y de toda la saga, una especie de batalla musical, fue ocurrencia suya o del guionista, Michael Waldron (quien firmó a su vez la serie Loki).

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Si hay algo que Raimi no es capaz de imprimir en esta nueva pieza del puzzle marvelita es emoción y corazón, eso que su trilogía de Spider-Man desprendía por los cuatro costados. ¿Se supone que tiene que importarnos lo más mínimo la relación de Strange con Christine, ese personaje vacío que interpretó Rachel McAdams en una película de 2016? En cuanto al drama que Wanda Maximoff arrastra desde Bruja Escarlata y Visión, y que tanto define su conflicto en esta película, se supone que es doloroso y trágico pero Marvel carece de la gravedad y el peso emocional para que una historia así se sienta como algo más que un uso estratégico y calculado de un personaje.

Al fin y al cabo, poco o nada es real (es decir, físico) en la mayoría de las imágenes que vemos ante nosotros. Benedict Cumberbatch, Elizabeth Olsen y la recién llegada Xochitl Gomez están todo lo convincentes que se puede estar cuando uno se pasa todo el rodaje delante de una pantalla verde. Y declaman con toda seguridad frases demasiado expositivas que sobreexplican una trama que no tiene lógica alguna, ni hemos de buscársela. ¿El problema? Un libro mágico. ¿La solución? Otro libro mágico. ¿Algo no tiene demasiado sentido? Como dijo Lucy “Sinley” en Los Simpson, lo hizo un mago.

Y qué más da. Pueden los fans enfadarse todo lo que quieran, pero Martin Scorsese tenía algo de razón cuando dijo que lo de Marvel, más que cine, es un parque de atracciones. Sam Raimi lo sabe, y lo que nos propone es un viaje relativamente divertido, con algún que otro salto que parece peligroso pero, tranquilidad, no lo es. Con Marvel uno siempre tiene puesto el cinturón de seguridad.

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