‘28 años después’, el logro de darle una nueva vida al cine de 'zombies'

No hay criatura de la ficción de terror más favorable a la metáfora o al diagnóstico social que el zombie. O desde luego, aceptando que el vampiro ya ostentó ese honor durante la Modernidad, no la hay en nuestra época. El zombie ha ejercido de catalizador de cambios históricos profundos. Ciñéndonos a Hollywood, nos topamos con la consolidación del muerto viviente a finales de los 60 gracias a George A. Romero, como resaca de los movimientos por los derechos civiles y antesala para el cinismo inmovilista de los 70. Décadas después, la actualidad vive un nuevo repunte de la fiebre del zombie, que cabe anclar en todo lo sucedido desde la Gran Recesión de 2008. Es el zombie precario, el zombie que imagina el fin del mundo antes que el fin del capitalismo, y demás.

Es el zombie de Walking Dead y Last of Us, del que no resulta tan interesante ahondar en particularidades propias como en la distopía que le rodea. Los artífices de Last of Us han insistido mucho en que lo que da más miedo de la obra no son los zombies sino los seres humanos, como si eso no fuera un tropo habitual del género; como si la clave no hubiera residido siempre en cómo la humanidad aprende malamente a habitar el nuevo mundo zombie. No deja de ser cierto, por otro lado, que el zombie precario acentúa la misantropía de estas ficciones, resignándose a que cualquier empeño civilizatorio termine mal. Cancelando, una y otra vez, el futuro.

Los artífices de 28 años después insisten mucho por su parte en que no lidian con zombies sino con “infectados”, sin que eso repercuta lo más mínimo en el fértil encaje de la obra dentro de los dominios del zombie precario. Aun cuando, y esto es lo primero que hay que destacar —y acaso justifique la inesperada fuerza del film que nos ocupa—, su origen sea previo a la crisis. 28 días después, con la que empezó la saga allá por 2002, pertenece a una fase totalmente distinta del cine de zombies. Fue una que además le tocó capitanear y que tenía al 11S como trauma fundacional.

El 11S no afectó tanto al caudal de emociones de la ficción zombie como a su constitución visual: al tiempo que estos muertos empezaban a correr, también se aceleraba el ritmo de las imágenes, nutriéndose de las catástrofes televisadas en el marco de un floreciente Internet para pulir una nueva subjetividad, marcada por la irrupción del digital y las posibilidades transmedia. A 28 días después —con una estética de vídeo enloquecida y feísta anclada en el tiempo— le rodean como títulos clave de esta fase Resident Evil y Amanecer de los muertos. Respectivamente, una adaptación de un videojuego, y un remake de un clásico de zombies de Romero.

El zombie precario ha heredado con naturalidad estas lógicas —por eso la citada Last of Us recrea un videojuego y lo hace clónicamente, difuminando los vectores de adaptación en un mercado hipermediado—, y de un modo u otro así las recoge también 28 años después. Film que, por ejemplo, tiene escasos grados de separación con una serie televisiva, trabajando una estructura episódica desigual y articulándose como el piloto de un proyecto de varias películas que han planeado Danny Boyle y Alex Garland, volviendo a dirigir y escribir tras el paréntesis de 28 semanas después en 2007. Así que la continuación de 28 años después llega ya mismo, en enero del año que viene.

Otras formas de enfrentarse a la muerte

Alex Garland, por su parte, es un perfecto discípulo de la escuela del zombie precario. Aunque no se haya reencontrado con los zombies en todo este tiempo, ha asimilado a la perfección el nihilismo propio de la época, bien practicando una fúnebre ciencia ficción, bien recurriendo a la metáfora machacona para aderezar sus ficciones sin que exista un compromiso realmente político. Pues el compromiso político, en fin, ha de creer en un futuro, y cuando los primeros compases de 28 años después apuntan a elucubrar una parábola sobre el Brexit —con ese Reino Unido en cuarentena, aislado del mundo por ser un hervidero de infectados—, es inevitable temerse otro artefacto grueso y presentista en la estela de Men o Civil War, sin que la dirección de Boyle alcance a evitarlo.

Y, sin embargo, las ramificaciones contemporáneas están muy bien tiradas gracias a una vigorosa construcción audiovisual. Es evidente que Boyle quiere recuperar la estética agresiva de 28 años después y de su primer cine —convertida en una caricatura de sí misma durante los últimos años—, un esfuerzo que no se libra de la sombra de la auto-imitación. El prólogo evidencia bastante desesperación en ese sentido, pero por suerte Boyle va remontando a partir de ahí con una intuitiva ejecución de las escenas de acción —la extraordinaria persecución que culmina el primer acto— y varias ocurrencias conceptuales muy jugonas, que realzan la escritura de Garland.

El aislamiento nacionalista post Brexit se crece así en tormentas de fotogramas fugaces de un cine medieval y colorido o en la recuperación la potencia retórica —ya ensayada en los trailers— de cierto poema de Rudyard Kipling acerca de la brutalidad de la guerra. Todo redunda sensorialmente en la fuerza con la que 28 años después reclama su sitio en la contemporaneidad, y si bien las arritmias o los giros de guion desafortunados puedan entorpecerla, termina compensando una vez Boyle y Garland desvelan el propósito real de esta reunión con los zombies. O con los infectados.

¿Y qué hay después?

28 años después es una película bastante imprevisible cuyo desarrollo esencial, no obstante, podríamos cifrar en el camino a la madurez del niño que interpreta Alfie Williams. A través de la relación con sus padres (Jodie Comer y Aaron Taylor-Johnson) y del encuentro providencial con Ralph Fiennes —con el que la película pega tal salto tonal como para ganarse muchos detractores—, Garland y Boyle se preguntan cómo sería crecer en un mundo que aparentemente ha acabado. Le han sacado, por decirlo así, el jugo primigenio a la fórmula del título, al …después.

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¿Qué es lo que hay después del apocalipsis? Las ficciones del zombie precario han querido responder a esa pregunta y normalmente lo han hecho de forma unívoca: nada bueno, la humanidad no podrá recomponerse, la civilización fue abortada. 28 años después, sin embargo, quiere ser constructiva, no tanto en un sentido político —tampoco podemos pedirle tanto a Garland— como espiritual. Es en ese sentido donde nos brinda imágenes e ideas verdaderamente disruptoras para el género, cuando asume que pese a la angustiosa convivencia con los zombies, hay que seguir buscando formas de relacionarse con la muerte e interiorizarlas como parte de nuestra existencia.

28 años después depara así unos minutos bellísimos y audaces en los que prueba a ponerse antropológica para preguntarse cómo podría negociarse la muerte en un mundo postapocalíptico cubierto de "no-muertos”. En los que hurga dentro de la condición humana para proclamar la aceptación de la finitud y los rituales correspondientes como estratos culturales inviolables —idiosincrasias que nos convierten en seres humanos, vaya—, a través de un niño que debe entenderlo en circunstancias chocantes a la vez que ingentemente evocadoras.

28 años después entiende a su vez que el zombie ha servido ante todo —y por eso es la última gran creación de la cultura popular— para replantear los términos en los que nos relacionamos con la muerte. Al interiorizarlo y expresarlo de una forma tan lúcida, el muerto viviente resulta estar, de repente, más vivo que nunca.

No hay criatura de la ficción de terror más favorable a la metáfora o al diagnóstico social que el zombie. O desde luego, aceptando que el vampiro ya ostentó ese honor durante la Modernidad, no la hay en nuestra época. El zombie ha ejercido de catalizador de cambios históricos profundos. Ciñéndonos a Hollywood, nos topamos con la consolidación del muerto viviente a finales de los 60 gracias a George A. Romero, como resaca de los movimientos por los derechos civiles y antesala para el cinismo inmovilista de los 70. Décadas después, la actualidad vive un nuevo repunte de la fiebre del zombie, que cabe anclar en todo lo sucedido desde la Gran Recesión de 2008. Es el zombie precario, el zombie que imagina el fin del mundo antes que el fin del capitalismo, y demás.

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