Su nombre difícilmente nos sonará, pero Will Tracy ha estado en el centro de dos de las tendencias culturales más influyentes de los últimos años. Gracias a curtirse como editor de la revista satírica The Onion (esa versión estadounidense de El Mundo Today que terminó siendo atropellada por la realidad, un poco como El Mundo Today), Tracy pudo trabajar una cierta distancia irónica hacia los grandes traumas de su tiempo. Así es como cultivó ambas tendencias. La primera fue el eat the rich: el malestar de clase ante estamentos privilegiados en tiempos precarios, que Tracy canalizó escribiendo el guion de El menú y trabajando en Succession. La segunda no le pilló muy lejos.
Al eat the rich, la sátira contra los ricachones, le separan pocos grados de las teorías de la conspiración que Tracy luego ha abordado también. Pues ambas ofrecen un consuelo frente a los traumas colectivos que nos aquejan. Un consuelo inútil, en el mejor de los casos, y funcional al poder en el peor. Noel Ceballos escribió El pensamiento conspiranoico en 2021 y elaboró una lúcida disección de las fuerzas que lo mueven. “En el fondo se trata de intentar ordenar el caos cacofónico de la vida moderna, lo que no diferenciaría tanto al pensamiento conspiranoico del religioso”. Sí, parece que la vuelta del interés por la religión también tiene que ver con esto.
“En lugar de aceptar que las sociedades contemporáneas han llegado a un nivel tal de aceleración que nos es absolutamente imposible plantear una teoría del todo, la conspiranoia propone una causalidad que niega el azar, la torpeza inherente a toda burocracia o la multiplicidad de puntos de vista”. Mientras que el eat the rich alivia las fricciones socioeconómicas con la burla, este tipo de pensamiento hace lo propio atribuyéndoles a las altas esferas un plan maléfico de escala demencial. Son dos formas de consuelo, en fin, porque se proyectan desde la impotencia. Mientras que el eat the rich apunta a sofocarse dentro de la ficción, ha llegado el momento de otro tipo de pensamiento. La mano de Tracy está detrás tanto de Eddington como de Bugonia.
Tracy produjo Eddington para Ari Aster y ha escrito el guion de Bugonia, estando presente Emma Stone en ambas películas junto a un retrato más o menos preciso de la fuerzas de la conspiranoia. Ocurre algo curioso en este segundo film además, y es que lo que Tracy ha escrito es un remake de ¡Salvar el planeta Tierra!, un título de 2003 dirigido por el coreano Jang Joon-hwan.
Es extraño regresar hoy a este film semi olvidado, perdido entre la maraña de producciones de Corea del Sur que en los primeros 2000 se empezaban a mover internacionalmente con gran excitación occidental. Pero claro. Aquella época precedía un tiempo (el nuestro) en que Corea del Sur deviene una potencia cultural de primer nivel, habiendo introducido el eat the rich con Parásitos y haciendo lo propio con la conspiranoia en ¡Salvar el planeta Tierra!, hace más de veinte años.
En su día ¡Salvar el planeta Tierra! nos contaba cómo un chaval trastornado secuestraba al presidente de una gran compañía química al sostener que era un alien, procediendo a torturarle para que desistiera en una supuesta invasión a nuestro planeta. Tal cual lo que nos cuenta Bugonia, cambiando el género de algunos personajes —Emma Stone interpreta a la persona secuestrada, mientras que sus captores ya no son marido y mujer sino Jesse Plemons junto a su primo autista (el debutante Aidan Delbis)—, y sobre todo esforzándose por recargar su argumento con las preocupaciones de los últimos años. Y así marcar distancia del film previo.
Es complicado describir ¡Salvar el planeta Tierra! como adelantada a su tiempo. De hecho vista hoy parece más una de tantas inercias de un modelo productivo por macerar que jugaba a la extravagancia y al humor burro para impactar a ojos foráneos. Pasa, sin embargo, que desde que se estrenó la conspiranoia ha alcanzado rango de patología mundial. Y pasó mucho antes de que el coronavirus diera paso a la psicosis antivacunas o a los chemtrails; ya en 2016 la teoría de la conspiración conocida como Pizzagate motivaba un tiroteo en una pizzería de Washington. Un evento fundacional que resultaba ser por cierto el punto de partida de otro film reciente, The Sweet East. Que Bugonia se remita a ¡Salvar el planeta Tierra! es, entonces, puramente sintomático.
El tiempo de la conspiranoia
The Sweet East sostenía que la subjetividad estadounidense estaba tan dañada como para fragmentar la nación en un caótico conjunto de sectas, incapaces de dialogar entre sí y condenadas a la beligerancia. El guion que ha firmado Tracy plantea algo parecido, sustituyendo las sectas por una miríada de relatos que imposibilita la comunicación entre los principales interlocutores de la película. Es el mayor acierto de Tracy, quizá. Las típicas modas discursivas de redes sociales y comunicados de prensa —con la mención de “cámaras de eco”, psicoanálisis apresurados y la “diversidad” como arma arrojadiza— devienen en Bugonia aparatos kafkianos, ruido existencial que condena al personaje de Plemons a la histeria violenta y al de Stone a la ambigüedad total.
Otro de los valores categóricos de Bugonia radica en la interpretación de estos dos: un duelo vibrante, de alta intensidad, que por supuesto es divertidísimo. Stone en particular vuelve a hacer uso de su gestualidad weird, sumamente extraña, para o bien ser icónica —cuando le hace los coros en la radio del coche a Chappelle Roan— o simplemente adueñarse de la película con ligeras inflexiones en la voz, de forma que nunca parezca sincera ni mentirosa del todo. Es todo un espectáculo que reafirma su lúdico compromiso con la actuación, toda vez que reivindica un apego por trabajar con Yorgos Lanthimos, a estas alturas, más que comprensible.
Claro, porque Bugonia es lo nuevo de Yorgos Lanthimos. Puede que sea lo menos decisivo del entramado de Bugonia aunque está bien tenerlo en cuenta. Sobre todo porque la autocomplacencia en la que caían sus últimos trabajos —de Pobres criaturas a Kinds of Kindness, siempre al lado de Stone—, ahora ha sido matizada a costa de que Bugonia se acerque a ser, casi, un film de encargo.
Uno en la mejor tradición, donde el autor de turno emplea los recursos que domina tan bien en favor de una propuesta que habría salido igualmente adelante sin él. Las formas de Lanthimos realzan, cómo no, la propuesta de Bugonia. El ritmo de los diálogos, el irónico empuje de la música, la genial fotografía de Robbie Ryan, la seca planificación proclive a las fugas fantásticas. Es una película de Lanthimos, desde luego. Pues también es tremendamente misántropa.
Ahora bien, esta misantropía acoge menos gravedad de lo habitual. No tiene necesidad de sermonear, solo emana de un paisaje emocional muy constreñido y del que no hay escape posible, en este caso por limitarse a seguir la estela de Jang. Por mucho que Tracy enriquezca la retórica de la prisionera y su enloquecido secuestrador —y Lanthimos, junto a él, haya blindado tanto la progresión dramática como el timing cómico—, el esquema de Bugonia es idéntico al de ¡Salvar el planeta Tierra!, y esto depara un par de problemas. Alguna subtrama innecesaria, la previsibilidad de las motivaciones “ocultas” del personaje de Plemons, y sobre todo la obcecación de la premisa en agotarse a sí misma. En quitarse importancia, en alejarse de lo que en principio quería estudiar.
Porque Bugonia es, fundamentalmente, una tontería. Como lo era ¡Salvar el planeta Tierra! Un chiste muy largo sin una moraleja fuerte, sin deseos ni capacidad de arrojar una luz relevante a los lugares que explora. Desde luego que el perfil de Plemons como conspiranoico está estupendamente documentado —como posible estampa del presente, la cinta funciona mucho mejor que Eddington y es más satisfactoria que The Sweet East—, y que el toma y daca con Stone alcanza puntos muy sugerentes. Pero, hacia el final, se niega a extraer conclusiones de esa confusión coreografiada que se alejen demasiado de las inquietudes reconocibles de Lanthimos, agotadas más o menos desde que empezara a compadrear en Hollywood.
Esto sirve para que Bugonia sea una comedia negra estupenda. Sirve para echarse unas risas, incluso para disfrutar alegremente con la desmesura de los minutos finales. Pero no sirve para mucho más. La conclusión a la que llega Bugonia con el pensamiento conspiranoico es que solo es una forma nueva de que el ser humano haga el ridículo. Porque aunque se empeñe en buscar la verdad, aunque llegue a rozarla con los dedos, es tan patético que ni eso le salvará.
Que bueno, es una idea como otra cualquiera. Sin demasiada profundidad, sin mucho ánimo reparador, pero la lógica de nuestros tiempos también puede conducir a esto. Que del pensamiento conspiranoico, pasemos al pensamiento tuitero.
Su nombre difícilmente nos sonará, pero Will Tracy ha estado en el centro de dos de las tendencias culturales más influyentes de los últimos años. Gracias a curtirse como editor de la revista satírica The Onion (esa versión estadounidense de El Mundo Today que terminó siendo atropellada por la realidad, un poco como El Mundo Today), Tracy pudo trabajar una cierta distancia irónica hacia los grandes traumas de su tiempo. Así es como cultivó ambas tendencias. La primera fue el eat the rich: el malestar de clase ante estamentos privilegiados en tiempos precarios, que Tracy canalizó escribiendo el guion de El menú y trabajando en Succession. La segunda no le pilló muy lejos.