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Memoria histórica

La cultura despierta la memoria del conflicto vasco

Escena de 'La mirada del otro', parte del Proyecto 43-2, sobre los encuentros de Nanclares y la memoria en torno al conflicto vasco.

Han partido de posiciones distintas para reunirse en torno al mismo tema. En las últimas semanas, una obra de teatro y dos novelas han comenzado a abrir la puerta de la memoria del conflicto vasco. La mirada del otro, de la compañía Proyecto 43-2; El comensal, primer libro de Gabriela Ybarra, y El camino de los difuntos, del escritor francés François Sureau, abordan desde distintas perspectivas la herida abierta en Euskadi. Un primer paso hacia la construcción de un relato aún inexistente en torno a la violencia de ETA. 

"Creemos en el teatro como herramienta facilitadora del diálogo y la reflexión", explica María San Miguel, impulsora del Proyecto 43-2 —el nombre es una reducción de las coordenadas del árbol de Guernika—, en el madrileño Teatro del Barrio, que acoge la pieza desde el miércoles hasta el domingo. Este es, quizás, el principio común a las tres obras, que, aun creadas desde distintos puntos (por un grupo de actores ajenos al conflicto, una hija y nieta de víctimas y un magistrado francés, respectivamente) persiguen la recuperación de voces calladas durante años.

Así lo explica San Miguel, que quería dar a conocer un trabajo "pionero, basado en la justicia restaurativa". Esta es la segunda pieza de una trilogía que comenzó en 2012 con el estreno de un texto nacido a partir de entrevistas realizadas a víctimas del terrorismo de ETA, políticos de todos los partidos con representaciónen Euskadi y periodistas expertos en el tema. La mirada del otro, a su vez, sale directamente de las narraciones de los participantes en los encuentros de Nanclares, conversaciones entre víctimas y victimarios que tuvieron lugar en la prisión de este pueblo de Álava entre 2011 y 2012. Auspiciadas por Instituciones Penitenciarias e impulsadas por especialistas en derechos humanos como Xabier Etxebarria, la vía Nanclares se convirtió en un ejemplo de reconstrucción de la convivencia. 

Las voces que se escuchan en escena son tres: ella es la hija de un asesinado; él un disidente de ETA, encarcelado y arrepentido; y entre ambos, la de la mediadora. Pero son las de muchos: víctimas como Iñaki García Arrizabalaga, Maixabel Lasa o Josu Elespe; victimarios como Ibon Etxezarreta o Joseba Urrusolo. Con todos ellos se reunieron los integrantes de Proyecto 43-2. De la escucha de sus experiencias, San Miguel salió convencida de que "otro país es posible". 

Gabriela Ybarra pertenece al primer grupo. Su abuelo fue asesinado por la banda terrorista en 1977, su padre estuvo amenazado de muerte y sobrevivió a un intento de asesinato. Su novela El comensal (Caballo de Troya) es un tapiz formado por estas experiencias y el relato de la muerte de su madre por cáncer. Una pieza más del mosaico basada, ella misma, en el recuerdo y la exploración. "En mi casa se había vivido el dolor de forma individual. Cuando murió, mi padre no tuvo tanta libertad para compartirlo, porque había un clima social que lo reprimía", recordaba la autora en una entrevista a infoLibre. La escritura del libro ha supuesto para ella la recuperación de una memoria familiar ahogada. Un paralelismo con la restitución de una memoria de la sociedad vasca. 

"España es un país que siempre ha trabajado por su olvido, no por su memoria", se lamenta San Miguel. Tanto ella como Ybarra hacen referencia a la Guerra Civil como trauma fundador que ha marcado la manera en que el país se enfrenta a un conflicto. "La memoria es parte imprescindible de la identidad de un país y sus habitantes, y es necesaria para que no vuelva a ocurrir algo que ya ha ocurrido", reivindica la actriz.

La novela de Sureau, publicada en Francia en 2013 (Gallimard), añade una visión desconocida para la mayor parte de los españoles. En El camino de los difuntos (de próxima publicación en Periférica) narra en menos de 40 páginas su vivencia como abogado en la Oficina Francesa de Protección de los Refugiados y Apátridas a principios de los ochenta. Une en un solo personaje (el ficticio Javier Ibarrategui) tres casos similares que atendió y juzgó entonces. Los exmilitantes de ETA afincados en Francia demandaban asilo al Estado francés, que comenzó a denegarlos cuando España entro en la democracia ya que, teóricamente, su vida ya no corría peligro si regresaban al país. A los tres casos de Sureau se les negó la protección debido, en parte, a su postura. Poco después fueron asesinados en suelo español, supuestamente por grupos cercanos o pertenecientes a los GAL. El escritor compone una confesión —y el reconocimiento de responsabilidad estatal para con los exmilitantes— nunca antes escuchada en España. 

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Son ejemplos de lo que San Miguel ve como "los tonos de gris" existentes entre dos posiciones enfrentadas y opuestas. Las distintas voces que tendrán que componer una narración, la del conflicto vasco, aún por construir. "En el País Vasco, esto está empezando. El caso de mi abuelo ha aparecido porque es de los primeros, pero seguramente pronto aparezcan más, y eso es bueno", aventura Ybarra, consciente de entrar en un territorio "sin referentes canónicos", al menos en literatura. Nombra Los peces de la amargura, de Fernando Aramburu, que abordó esta temática en 2006, y el trabajo de Raúl Guerra Garrido. "Cuando la novela se publicó en Francia, la prensa la utilizaba para hablar del problema de la justicia. En el País Vasco, sin embargo, dejaba de ser un libro literario y era visto como parte del problema vasco", recuerda por su parte Sureau. 

San Miguel no sabe cómo interpretar esta confluencia de pasos más o menos firmes hacia la construcción de un debate público en torno al conflicto. No cree que el final de la violencia de ETA haya facilitado las cosas: "Como ETA no mata, parece que ya no lo hemos vivido. Se ha dejado de hablar del tema. Se quiere pasar página sin hacer una reflexión sobre lo que ha pasado ni construir un relato que tenga muchas voces". Los exmilitantes de la organización terrorista que participaron en los encuentros de Nanclares se negaron a pasar página sin más. Tampoco querían hacerlo las víctimas. Ni Ybarra, ni Sureau. 

La vía Nanclares es, para San Miguel, la demostración de que es posible labrar un futuro distinto más allá incluso de los límites del conflicto vasco: "Porque si dos personas tan alejadas por un hecho violento pueden sentarse a hablar, cualquiera puede sentarse a hablar sobre cualquier cosa de nuestra vida cotidiana o política". Víctimas y victimarios estuvieron reunidos, por primera vez en grupo y en público, con ocasión del estreno de la obra en Eibar. Sureau recuerda los ojos de aquel demandante de asilo arrepentido, "aquel hombre que era como nosotros". Ybarra asegura: "Nunca he sentido odio". 

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