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Hombres sin nombre

Portada de 'Hombres sin nombre'.

Gutmaro Gómez Bravo

Esta es la historia de la clandestinidad socialista durante el franquismo. La historia de gente corriente que llevaba una doble vida, hombres y mujeres, asalariados, trabajadores manuales, maestras depuradas, que se jugaron la vida y siguen siendo hoy prácticamente desconocidos.

Desde la cárcel consiguieron conectar con antiguos militantes y organizarse por gremios, ramas, sectores y barrios. Un modelo que, en algunas áreas montañosas, convivió con la guerrilla, y que subsistió a duras penas.

Este libro trata de rescatar el rostro anónimo de las personas que llevaron a cabo esta reconstrucción, a través de la documentación que generaron e intercambiaron dentro y fuera de España, la mayor parte incautada por la policía, razón por la que esta historia se ha mantenido inédita hasta el momento.

infoLibre publica un fragmento de Hombres sin nombre. La reconstrucción del socialismo en la clandestinidad (Madrid, Catedra, 2021), la última obra del historiador Gutmaro Gómez Bravo.

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La reconstrucción del socialismo durante el franquismo

En un discurso pronunciado en México en 1943, Indalecio Prieto clasificó en tres los grupos que el impacto de la guerra y de la represión habían dejado entre ellos: “los privilegiados” (el exilio), “los muertos” y los que estaban “en cautiverio”, en los campos y cárceles franquistas. A lo largo de las páginas anteriores se ha podido comprobar la certeza, y también la dureza, de esa división, porque esta historia de cuatro décadas está hecha básicamente de muerte, exilio y encierro prolongado. Fue desde aquí, desde los campos de concentración y las cárceles, de donde surgió el mayor esfuerzo de reorganización política llevado a cabo en todo este período por los socialistas dentro de España. El mayor y más importante, porque surgió en un momento en el que estaban absolutamente solos, toda vez que la promesa de negociación y rendición con los franquistas, que precipitó el final de la guerra civil, se desvaneció por completo. Casi al instante, sin tiempo para reponerse ni reagruparse, estalló la Segunda Guerra Mundial y Europa era ocupada por los nazis. Al igual que el resto de organizaciones, no planificaron su paso a la clandestinidad, y trataron de reagruparse en Madrid y la zona centro en torno a la figura de Julián Besteiro. Las cifras de ejecuciones y conmutaciones de penas de muerte de los primeros años de postguerra son escalofriantes y explican por sí solas la parálisis generalizada que se vivió entonces. Queda todavía por inventariar otras formas de violencia llevada a cabo contra ellos y sus familias: depuraciones, destierros, incautaciones, trabajos forzados y sobre todo, la cárcel, en la que, a pesar de los esfuerzos por “redimirlos” y convertirlos, mantuvieron su identidad grupal, su cultura política y sindical desde la que proyectaron su propia reconstrucción.

Antonio Pérez, de UGT, recordaba así este paso decisivo que dieron los militantes, anónimos y encarcelados, para reactivar la organización, como una forma de supervivencia colectiva desde su espacio y su modelo tradicional:

como la dictadura franquista creyó haber desecho, al igual que los demás, el PSOE y la UGT, grupos de compañeros nuestros que por ser desconocidos quedaron en libertad, echaron sobre sus hombros la peligrosa tarea de reorganizar aquellos. Esta es la explicación de que nuestro Partido no haya perdido nuestra fisonomía y haya tenido siempre una dirección, modesta, pero dirección al fin. En el año 1942 se hicieron los primeros ensayos, al objeto de establecer la coordinación entre las agrupaciones locales y conocer con exactitud lo que había quedado de nuestro Partido. No habíamos recibido ningún auxilio del exterior, ningún aliento de propios ni de extraños, y las persecuciones por aquella época eran terribles. En las cárceles se continuó agrupados y funcionando, primero para auxiliar a los compañeros más necesitados y segundo para conservar la moral que no decayó nunca. En 1943 volvió a intentarse la organización con carácter nacional, es decir, el contacto y las relaciones entre los grupos. Esta labor se encomendó a los jóvenes socialistas que trabajaron bien y con coraje. En abril de 1944 nombró su primera Comisión Ejecutiva.

El impacto y la omnipresencia de la represión franquista marcaron para siempre la reconstrucción socialista. Perseguidos en España y en la Francia ocupada, apartaron las diferencias que arrastraban antes de la guerra civil pero que la derrota terminó de agravar. Partido, Sindicato y Juventudes, a pesar de mantener sus estructuras propias, pasaron a centrarse en una única causa, la de la supervivencia y la reconstrucción interna, por encima de cualquier otra tarea. Una posición que marcó toda organización socialista en la clandestinidad, de los comités de cárcel, a la guerrilla o los sindicatos, distanciándoles de otras formas de organización de masas como la del PCE, que a comienzos de los cincuenta renunciaba definitivamente a su estrategia ofensiva (Unión Nacional) y pasaba a la de Reconciliación Nacional, hecha pública en 1956. Una particularidad que posibilitó también a los socialistas la estrategia conjunta con CNT, los republicanos y los nacionalistas a través de ANDF, principal instrumento de Hombres sin Nombre en la clandestinidad.

A pesar de la derrota, la dispersión y la división interna, consiguieron mantener una continua labor desde la cárcel, donde copiaron y distribuyeron el Manifiesto del Campo de los Almendros, o las cartas de despedidas de Zabalza, Gómez Osorio, Aceña, Acero o tantos otros compañeros ejecutados. Esta solidaridad, dentro y fuera de prisión, supuso un fuerte impulso organizativo y emotivo. Era, prácticamente, la única forma de vida comunitaria que podían permitirse trabajadores y obreros manuales como eran la mayoría de ellos. Y así la mantuvieron a pesar del riesgo que entrañaba. Contando con aquellos que empezaron a quedar en libertad, gracias a controlar el cómputo de la redención de penas por el trabajo, comenzaron a organizarse en la calle. Primero, conectando la guerrilla, el llano y la ciudad, en el caso asturiano, hasta poner, poco después, en marcha una primera Comisión Ejecutiva en la clandestinidad a nivel nacional, siguiendo el modelo de reconstrucción política desde lo sindical, por ramas, gremios y sectores de barrio, diseñado en la cárcel. A pesar de la presión y desarticulación policial, llegaron a constituir ocho Comisiones Ejecutivas dentro de España, que funcionaron ininterrumpidamente hasta 1954. A pesar de todo, todavía hoy buena parte de la historiografía sobre la oposición al franquismo apenas hace referencia a la actividad de los socialistas del interior. A ello ya contribuyó la propia propaganda franquista que unificaba toda su acción contraria bajo el manto de “los comunistas”, algo de lo que se quejaban amargamente los propios militantes socialistas.

A pesar de su presencia, la principal consecuencia de la represión, fue la desaparición o el aislamiento de la organización en las áreas rurales y en los pequeños núcleos urbanos, que precipitaron la decadencia de las agrupaciones del interior. Las federaciones andaluzas estuvieron aisladas mucho tiempo, y las aragonesas desconectadas entre sí buena parte de la dictadura. La actividad de Logroño, León o Navarra, por ejemplo, desapareció con las redadas de los cincuenta y no reapareció hasta los años 70. Una situación paliada, en buena medida, con la renovación generacional y el impulso que sufrió la organización interior desde mediados de los años cincuenta, que fue ampliándose a las capas urbanas y medias cada vez con más presencia. Muchos de los caminos y alianzas que abrieron y exploraron hombres sin nombre profundizaban en esta nueva base social y sirvieron de cauce para establecer la organización de nuevo dentro de España. El exilio, por su parte, era una organización muy compleja que se extendía prácticamente por medio mundo. El PSOE celebró 13 congresos en el exilio hasta que, en 1972, se escindió entre renovadores e históricos. El papel de las alianzas, sobre todo con comunistas y monárquicos, el nivel de democracia interna, la participación en las nuevas formas de oposición de masas como la estudiantil y la laboral (sobre todo a partir de la irrupción de las Comisiones Obreras), y, muy especialmente, la polémica sobre dónde debía residir la Comisión Ejecutiva, marcaron la división de los años sesenta, aunque las experiencias previas encauzaron ese proceso.

La guerra siempre marcó una brecha generacional entre “viejos” y “jóvenes”, pero la represión que sufrió el interior fue decisiva en la separación con el exilio y abrió una fractura que ni siquiera su anticomunismo compartido pudo paliar. A pesar de todo, la mayoría de estas personas que soportaron el peso de la reconstrucción del socialismo en la clandestinidad, siguen siendo anónimas y han sido olvidadas hoy, en contraste con las figuras del exilio, mucho más conocidas y valoradas en nuestro tiempo. Este libro no trata de recoger o aislar sus figuras individualmente, a pesar de sus largas y ricas trayectorias biográficas, sino de comprender su perfil colectivo, como una forma de acción conjunta, una moral comunitaria que atravesó varias generaciones. Gracias a ella lograron mantener su presencia y su prestigio político, sobre todo, a nivel local, a pesar de la estigmatización y criminalización sufrida durante los largos años de dictadura. Un factor esencial para comprender su vigencia mostrada en la vuelta a la vida democrática poco después. Un balance final sobre la reconstrucción del socialismo no puede pasar por alto este valor histórico, ya que gracias a todas estas personas anónimas, no desapareció de la España franquista.

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