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'La izquierda herida'

'La izquierda herida', de Gaspar Llamazares.

Gaspar Llamazares

infoLibre publica un extracto de La izquierda herida, de Gaspar Llamazares, que La esfera de los libros pone a la venta este miércoles 22 de enero. El líder de Actúa y exdirigente de Izquierda Unida esboza en el ensayo, de algo más de 300 páginas, su proyecto contra "el espejismo del populismo". A lo largo del libro, Llamazares desarrolla también su diagnóstico de la situación de la izquierda en España, que ve "herida, más que dividida, que en la rama tradicional cuenta con una militancia reducida y envejecida, desconfiada con respecto a sus dirigentes y hacia sus cargos públicos; con unos órganos de dirección rituales, con un empobrecimiento rampante de la elaboración, la participación y la vida interna". 

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Ser de izquierda en el siglo XXI

La ventaja de las organizaciones políticas frente al fetichismo de las redes sociales es el marco de ideas, valores y experiencias que compartimos, la capacidad de analizar la realidad más allá de los datos y sobre todo la capacidad de integrar en un proyecto la fragmentación social, la pluralidad y la identidad, con el objetivo de cambiar la realidad con instrumentos de socialización como la participación, el compromiso y el activismo militante.

Si mantenemos esta tensión entre lo que se conoce, se reflexiona y se hace, los partidos políticos de una izquierda abierta y de cambio estaremos capacitados para intervenir y avanzar. Un proyecto político de compromiso y solidaridad compatible con la autonomía individual y la realización personal. Un marco para la relación cara a cara y la interacción, hoy tan escasas. También un espacio para la amabilidad y el afecto. Si, por el contrario, nos quedásemos solo en la selección de cuadros, la celebración de las ideas y en la fiscalización desconfiada de las instituciones, lejos del cambio, seremos factores de bloqueo.

Por eso tengo la impresión de que vuelve la solución mágica de retornar a las bases, a los movimientos sociales y al debate estratégico ante una crisis que de nuevo se atribuye a la institucionalización, a los aparatos y sus tácticas. Un nuevo bandazo basado en el prejuicio y la vuelta a los dogmas. Esta supuesta alternativa tópica elude lo esencial.

El objetivo debe ser organizar un proyecto compartido, ideológico y programático de encuentro, que recomponga las múltiples fracturas sociales, sentimentales y territoriales de la izquierda. Se trataría, por tanto, de articular una nueva organización plural y federal, con la participación en primarias, los grupos de interés, la inteligencia compartida y la dirección colectiva y en red. Existe suficiente experiencia hoy para renovar profundamente la forma partido sin liquidarla ni sustituirla por el personalismo o el populismo. Si se refuerzan la transparencia, el pluralismo, la amabilidad y la responsabilidad en la democracia interna, se puede hacer. Es preciso compatibilizarlo con los nuevos instrumentos de democracia participativa de simpatizantes, facilitados por las nuevas tecnologías, pero siempre como auxiliares, no como sustitutivas.

En la complejidad social, territorial y cultural actual, como consecuencia de las fracturas de la globalización y el impacto de las nuevas tecnologías, habrá que ensayar nuevos modelos de participación adaptados a las distintas realidades. Organizaciones de sector, de profesiones, de interés.

Hay evidencias sobradas de la necesidad urgente de marcos de reflexión de ideas y modelos de gestión plurales de la izquierda que alimenten la renovación de ideas, técnicas y prácticas. Una renovación que debiera extenderse a las políticas de alianzas, las organizaciones civiles y las instituciones. Porque los partidos no son muy diferentes ni están al margen del resto de la sociedad, y en ellos deben integrarse y no ser anuladas ni estigmatizadas la cultura política, la memoria y el relato de las distintas izquierdas. Debe tener mayor espacio la renovación política, ideológica y programática, pluralista sin dogmatismo, sectarismo ni exclusiones. Ha de ser un marco en el que la relación con la sociedad civil y los sindicatos se fortalezca, respetando la autonomía de los movimientos sociales, en el que primen el diálogo, la colaboración y las alianzas plurales de las izquierdas frente al monólogo, el antagonismo, el bloqueo y la parálisis.

El problema será que los autodenominados nuevos partidos no sean mejores que los partidos tradicionales como instituciones de organización de ideas, de representación y mediación. El futuro está tan lejos de las oligarquías de hierro como del monopolio de la agitación.

No es de extrañar que con este estrecho panorama interno, la función de los partidos se haya centrado más en la agitación de los convencidos y la confrontación con los adversarios, más incluso con los más cercanos, que en el reconocimiento mutuo, el diálogo y el pacto, valores todos ellos imprescindibles para hacer gobernable una representación política multipartidista en democracia.

La serie de televisión danesa Borgen no ha sido hasta ahora nuestra referencia. Seguimos, por el contrario, con la cultura aversiva del bipartidismo en una sociedad pluripartidista, a la que hemos añadido el ingrediente personalista y publicitario del populismo. Un anacronismo que solo genera más bloqueo, inseguridad y descrédito ciudadano. Ni siquiera se ha intentado que estas formas de reconocimiento y diálogo se abrieran paso como consecuencia de la moción de censura. Ahora, en un clima de elecciones permanentes, parece que tampoco va a ser fácil.

Abocados a un pulso constante de marcas y egos, se hace más necesaria que nunca la recomposición y renovación de la izquierda. Ante la decepción de la nueva política, de nada vale volver la vista atrás, como si todavía fuera posible encontrar las respuestas en las fuerzas políticas del pasado.

Mejor será reconocer nuestra orfandad, para la que no valen los sucedáneos de las casas de acogida puntuales o de las adopciones forzadas, y para la que necesitamos recomponer el diálogo entre los que creemos en la buena política de los valores y las ideas de izquierdas, de las organizaciones amables como foros de compromiso y de la política de cambios posibles animada por la imaginación, la esperanza, la cooperación y la fraternidad. En esa tarea difícil y callada, casi homérica, merece la pena embarcarse.

En definitiva, nosotros venimos del partido político de izquierdas de tradición comunista como intelectual colectivo, con el marxismo como instrumento para el conocimiento y para el cambio, que como toma el pulso a la realidad, valora la relación de fuerzas e impulsa la conciencia y la acción colectiva. Un modelo de partido que ha cambiado a su vez con las transformaciones que hemos impulsado (Vázquez Montalbán) y de las que hemos participado, en particular entre los trabajadores. Primero con los distintos procesos revolucionarios, luego con la defensa de la democracia frente al fascismo y más tarde con la construcción del Estado social.

Desde principios del siglo XX se produjo la división en las estrategias de la Segunda y Tercera Internacional. La Guerra Fría consolidó la división con la influencia de la dinámica de bloques entre las dos izquierdas. De un lado, el partido como burocracia para la selección de cuadros, confundido con el Estado, la política y el control de la gestión. De otro, el partido como vanguardia revolucionaria, y en Europa como maquinaria electoral y como gobierno de gestión pragmática u oposición. La socialdemocracia se convierte en garante del Estado del Bienestar, mientras el eurocomunismo se sitúa en un primer momento fuera de los límites del cordón sanitario para más tarde comprometerse en la colaboración, incluso a un programa común, con gobiernos de izquierdas o en la oposición.

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La citada tercera vía de Blair y Schröder introdujo los criterios neoliberales de gestión privada en el sector público, tanto en los servicios públicos como en el modelo laboral precario, contribuyendo a su privatización y aumentando de nuevo la desconfianza y la dificultad de las alianzas entre las dos corrientes de la izquierda.

En el siglo XXI se consolida la pérdida de vitalidad y utilidad del partido político en la izquierda como intelectual colectivo, atrapado entre la gestión liberal de los socialdemócratas y el fin de la estrategia del eurocomunismo. Una historia de división, desencuentros, cordones sanitarios y ahora acuerdos de programa o coaliciones de gobierno en Europa. En España, entre la colaboración en la acción local y autonómica y mayoritariamente la oposición y el sorpaso en el nivel estatal.

La actual dinámica populista, a partir de la rebelión de las bases y la conexión presidencialista con el líder, refuerza la disciplina y la exclusión del pluralismo político y abre la puerta al partido plebiscitario, el nuevo centralismo y el confederalismo parlamentario, así como el mimetismo de los movimientos sociales y la incorporación oportunista de sus demandas.

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