Alexis Ravelo, más allá de la novela negra

El escritor Alexis Ravelo.

Selena Millares

Alexis Ravelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1971-2023) fue un novelista que no escribió desde la atalaya de las vanidades literarias, sino desde el corazón de la vida. Y que se entregó despeñadamente a la literatura, casi como un acto de amor. También como un destino: el que le concedió desde la infancia el paraíso de los libros, porque le tocó ser hijo de un cambista de bolsilibros dedicado a renovar novelas a domicilio. 

Con el tiempo, a aquel niño singular empezaron a brotarle poemas, cuentos y minificciones, y también piezas de teatro y artículos. Mientras, continuó bebiendo vida, y bebiendo más libros, como quien respira. Según sus propias palabras, le deslumbraron en particular Juan Rulfo, Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti y Mempo Giardinelli. También Leonardo Sciascia, Paco Ignacio Taibo II, Jean-Patrick Manchette y Patricia Highsmith. Poco a poco esos escritores se fueron convirtiendo en protagonistas de su panteón personal, mientras las palabras que le iban brotando encontraban al fin su hábitat preferido tras tanto deambular. Ese hábitat era la novela negra, y en ella alojó Ravelo su atracción por el misterio. Por esa oscuridad del vivir que acabó llevándoselo de pronto este año, sin que nadie pudiera siquiera imaginárselo, y con poco más de cincuenta años. 

Ravelo escribió sobre una violencia que se hace a veces catártica en sus novelas. También habló de la compasión, siempre con una prosa subyugante, cautivadora en su lúcida claridad y en su compromiso con los valores de la condición humana. Cuando Siruela editó La otra vida de Ned Blackbird en 2016, ya Ravelo era dueño de una trayectoria fecunda, centrada en ese género en que halló el medio más afín para señalar la abyección. Pero no recurrió a la violencia gratuita que tantos frecuentan para lograr adeptos. Él la administró con precisión eficaz de cirujano, mientras nos arrastraba a la vida real, a las calles, para que viéramos con nuestros propios ojos el alcance de la maldad y la miseria humanas. Lo hizo en novelas casi cinematográficas, cuya lograda oralidad discurría líquida, sin los artificios y las impostaciones de quienes buscan el efectismo del color local.

Sus libros conquistaron pronto a lectores y críticos. Ganó el Premio Getafe Negro en 2013, y el Hammett en 2014. En 2021 llegó un galardón de más peso, porque no era para novelas de género policíaco sino para novelas literarias sin más, y eso lo llenó de orgullo. Era el Premio de Novela Café Gijón, otorgado a Los nombres prestados por un jurado que incluía a Antonio Colinas, Rosa Regàs y José María Guelbenzu, y que enaltecía la trama de ese “thriller psicológico” vertebrado por temas como “la identidad, el perdón, la redención, la evolución y la verdad”.

La obra, publicada en 2022 y que ya lleva varias ediciones, relata una historia vibrante que comienza con el encuentro casual entre un muchacho discapacitado y un perro, sugerido desde la cubierta del libro. Poco a poco conoceremos a la supuesta madre del muchacho, que vive ahogada por pesadillas, y que se dedica a la traducción y al cuidado de ese adolescente. También conoceremos a un jubilado misterioso y de bigotito recortado, cojo de la pierna derecha, que pasea con su cámara y ese perro, y que es adicto a la lectura. “En general, leía novelas editadas en formatos baratos, realistas o fantásticas, románticas o de aventuras, históricas o de ciencia ficción”, nos dice el autor al retratarlo, para concluir con sorna autoparódica: “Las que menos le gustaban eran las policíacas. Solían parecerle falsas, impostadas, demasiado simétricas para ser creíbles. En cualquier caso, le gustaran o no, las leía hasta el final”. Ambos adultos no son lo que parecen sino policía y terrorista —estamos en los años de plomo— e interpretan una extraña representación, hasta que aparece en el pueblo un mochilero con motocicleta y se desencadena el drama. 

El mastín mencionado, llamado Roco, también se hace importante en la trama, y desde su mirada imprevista se cierra la novela en un extenso flashback que completa la historia desde su semilla. En ese epílogo Roco recuerda, y sabremos que llegó a Canillejas como regalo navideño para una niña, que fue abandonado en un descampado y que allí acabó amparando a un borracho que lloraba. “El perro entendió que el hombre lo necesitaba más a él de lo que él necesitaba al hombre y que no le quedaba mejor solución que adoptarlo como dueño”. En Roco hallamos la humanidad y ternura que falta en el duelo entre abyecciones que arma la trama.  

En estas líneas que quieren ser, más que una reseña, un mínimo homenaje al novelista malogrado, cabe recordar alguna más de sus obras, particularmente la más celebrada —y objeto ya de numerosas ediciones—: Los milagros prohibidos. Una novela sobre la “memoria chica”, ambientada en la llamada Semana Roja de la isla canaria de La Palma, en julio de 1936, cuando los milicianos se echaron al monte ante el desembarco de tropas franquistas y voluntarios de Falange, y se produjo uno de los episodios más sangrientos de la represión en las islas durante la guerra civil.  

Estructuralmente, la novela es de nuevo un wéstern —con forma coral—, y en su trama se entrevera la voz de un testigo que recuerda los hechos. A través de sus páginas asistiremos a lo que es en el fondo el duelo entre dos hombres por una mujer. La protagoniza un maestro entregado a una huida desesperada, y solo lo acompaña su zurrón con algo de comida y algún libro, como el Crimen de Agustín Espinosa —surrealista tinerfeño también represaliado en aquellos días—, del que por cierto Ravelo haría una apasionada edición —editada también por Siruela— como tributo a esa voz irreverente y deslumbrante, tan olvidada por las academias.

El telón de fondo de la novela son las prisiones flotantes de los barcos de carga de fruta que funcionaron como campos de concentración por aquellos años, y las cacerías humanas a través de los bosques de laurisilva. Ravelo da lo mejor de sí en ese marco insular, y se escora alternadamente hacia perseguidores y perseguidos, minucioso en la construcción de los personajes principales pero también de los secundarios. Como Rosita, la madre del asesino Floro el Hurón, que recrimina al hijo la bajeza de sus instintos. O la bella Emilia, hija de masón y esposa del maestro perseguido, que se desespera por saber el paradero de su marido mientras es acosada por los perseguidores. En esa nueva danza de la muerte participa infinidad de personajes, y hasta cabe el encantamiento de los versos del poeta Pedro García Cabrera, o la transformación de la isla de La Palma en otro personaje más, con su mítica caldera de Taburiente convertida en jaula, ratonera o infierno claustrofóbico, majestuoso y cruento.

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Y como siempre en Ravelo, el don de magnetizar al lector con su maestría para hilar la trama o manejar la oralidad desde un estilo hipnótico que arrastra como un vendaval. Con ese talento para la psicología, la intriga y las persecuciones trepidantes que electrizan en su crescendo cinematográfico, y que cumplen lo que anotaba Robert McKee como primer mandamiento de las artes temporales: lo mejor, para el final. Un final que en el caso de Alexis Ravelo es siempre un principio, porque nos seguirá atrapando incesante con una escritura destinada a perdurar más allá de su temprana pérdida.

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Selena Millares es escritora, sus últimos libros son Lámpara de madrugada. y Matrioska.También es autora de las novelas El faro y la noche y La isla del fin del mundo.

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