De cuando América conquistó a España

Marisa Martínez Pérsico

José Luis Ramírez Luengo, bilbaíno asentado en Madrid, nos ofrece en este libro un canto de amor a esa vasta geografía de ultramar a la que viene dedicando su vida docente e investigadora. Lingüista por la Universidad de Deusto, enseñó durante años en la Universidad Autónoma de Querétaro y es académico correspondiente en Madrid de las Academias Mexicana, Hondureña y Guatemalteca de la Lengua, así como académico honorario de la Ecuatoriana. Este somero repaso de su trayectoria es el substrato experiencial –o, tal vez, el superestrato, para acudir a otra palabra cara a un dialectólogo como él– de este poemario magnífico y valiente.  

El primer misterio que se nos presenta es el "tú" del título. Estará tu nombre en todo es un acierto rotundo porque, página a página, el lector o lectora intentará atribuirle un sujeto al posesivo. Y nunca le quedará claro si el poeta se refiere a una ciudad, a un continente, a un hombre en particular, a una categoría (los amantes) o, incluso, al idioma. Esta ambigüedad nunca se resuelve –aunque aparezcan guiños aquí y allá que nos lleven a optar por una u otra interpretación pasajera– y alimenta una curiosidad que, sin duda, engrandece a este libro.

Los dos exergos nos anticipan el lugar privilegiado que el paisaje y el amor ocupan en las páginas sucesivas: el epígrafe de la Geographía Histórica, IX. De la América del jesuita andaluz Pedro Murillo Velarde y Bravo en el que se menciona la abundancia de climas, territorios y gentes de Latinoamérica que le hicieron creer a Colón que había llegado al paraíso, y una segunda cita de La muerte en Venecia de Thomas Mann, que dice que los poetas son unos aventureros de los sentimientos. Esta doble valencia geográfico-amatoria será el hilo conductor del libro, en el que se despliega un meticuloso inventario de lugares de encuentro y de cortejo amoroso. Se trata de cuarenta y ocho poemas con diferentes historias de amor. Algunas se concretan y otras no franquean el límite de la observación interesada pero siempre conducen a una prolífica reflexión del yo lírico sobre los cuerpos contemplados.

Se nombran diecisiete países de América, uno de América del Norte y dieciséis de América Latina: poemas que transcurren en Argentina (Buenos Aires I, II, III, IV, V, VI Mar del Plata, Tres Morros, Iguazú, Ushuaia, Banfield); Brasil (Congonhas do campo, João Pessoa, Rio de Jaineiro, Natal, Belém do Pará); México (Ciudad de México I, II, III, IV, V, Mérida, Acapulco I, II, Santa María Tonantzintla, Querétaro); Estados Unidos (Nueva York I, II); Guatemala (Ciudad de Guatemala); Uruguay (Montevideo I, II, III); El Salvador (San Salvador); Bolivia (Potosí, La Paz, San Xavier en Chiquitos, Santa Cruz de la Sierra); Cuba (La Habana I, II); Honduras (Tegucigalpa); Colombia (Cartagena de Indias, Medellín); Ecuador (Quito); Paraguay (Asunción); Costa Rica (San José de Costa Rica); Chile (Santiago de Chile); Perú (Lima) y Nicaragua (Granada). En ellos se describe una casuística de relaciones amorosas y de técnicas amatorias. Están escritos, en su mayoría, en versos alejandrinos con patrón de acentuación en la tercera y decimotercera sílaba, aunque hay variaciones sobre este modelo hegemónico. El protagonista del libro es un "viajero" que se identifica con el enunciador lírico y que nos presenta un friso de personajes: clavadistas, alumnos anónimos, arcángeles ingratos, gigolós y "garotos de programa", amantes mercenarios, amores clandestinos, transexuales benevolentes ("cuerpo de muchacho mudado en hermosísima hembra"), chacales traidores, congresistas inesperados, príncipes orientales (en el sentido de uruguayos), jóvenes de rostro aniñado y profundidad azteca, segundas oportunidades perdidas y ángeles andinos que dejan al poeta sumido en el enamoramiento, el desengaño y la nostalgia, meditando sobre los mejores remedios para curar el desamor. Casi siempre los destinatarios de este canto amoroso son hombres jóvenes, efebos que recuerdan a los fanciulli del perugino Sandro Penna.

José Luis Ramírez Luengo actualiza, en clave contemporánea, el Ars amatoria de Ovidio y los poemas homoeróticos del poeta latino Cayo Valerio Catulo, célebre por sus versos de aventuras y pasiones no correspondidas donde inserta consejos e imperativos morales. Esto sucede, por ejemplo, en el poema ambientado en Potosí: "Olvida, hazme caso, el manual de conquistas,/ todo el ars amatoria que tantas tardes te dieron/ (...) Aquí las reglas son otras, y no sirve/ ni seducción ni trampa conocida. Pues no hay forma,/ hazte a la idea. No hay forma,/ de que por amor se endulce su corazón de pintura". El autor traslada el mundo clásico a América Latina, entablando analogías físicas entre hombres de épocas distantes, por ejemplo, en "João Pessoa: El viajero intenta descubrir Grecia en un gimnasio". El enunciador lírico entra, en efecto, en un gimnasio, y allí los cuerpos le recuerdan a "un mediterráneo antiguo" aunque "hoy el mar es otro mar", porque se trata del mar que baña las playas de Paraíba, en Brasil.

Otra de las constantes es el tratamiento del tópico latino collige virgo rosas de Ausonio aplicado a los jóvenes con los que se cruza el viajero durante sus travesías de ultramar. Les recuerda que aprovechen la belleza de la juventud, que sean conscientes de ese regalo del presente. En Acapulco, el viajero admira a un clavadista de diecinueve años antes del salto y celebra su turgente virilidad marmórea. En Buenos Aires, ciudad definida como una "irreal conjunción de la cigarra y el tráfico", observa a unos "adolescentes joviales cuya belleza aún ignoran" y en Nueva York aconseja a los muchachos de Brooklyn, semejantes a Aquiles fortísimos que llegan tarde al trabajo: "Gozad, pues de ocasión tan venturosa: los lloros/ aún están lejos de vuestra gracia dulcísima".

Muchas páginas se circunscriben al amor de visu. La contemplación atenta inflama de deseo al observador, que a veces se coloca en una posición de subalternidad por identificación con el "invierno" de la vida. En Montevideo, dice, los estudiantes de marzo caminan despreocupados y felices con premura infantil "y pasan a mi lado, y yo los miro/ como se miran de lejos las historias imposibles". En Ciudad de Guatemala el viajero observa a los estudiantes camino de la universidad y no ahorra superlativos al hablar de sus brazos "fortísimos" y de las "afortunadas camisas, con precisión entreabierta" que desembocan en el amargo desenlace de la despedida veloz, porque "llegamos al final de la avenida/ y se pierden para siempre entre las aulas". También el metro de Ciudad de México impone sus propias reglas y extravía a los amantes potenciales: "esta ciudad-infinito (...) no acostumbra a otorgar oportunidad segunda" así como sucede con los desencuentros metropolitanos de À une passante de Baudelaire o En una estación de metro del chileno Óscar Hahn.

Uno de los poemas más impactantes del conjunto, en mi opinión, es "Santa Cruz de la Sierra: relato de una mentira" en el que se denuncia el autoboicot de quien se niega a aceptar su identidad de género no-cis: "Fingir puedes, sí, los besos y gestos aprendidos,/ las caricias por su piel que solo a ella deslumbran,/ las palabras al oído en que se mece,/ las sonrisas repetidas que de memoria conoces,/ y toda esa serie, tan puntual y perfecta,/ de rutinas necesarias que, en el fondo,/ a tus ojos nada son, porque nada significan./ (...) Mientras calibro con precisión minuciosa/ la asombrosa plenitud de tu belleza,/ el lazo sutil que entre los dos se entreteje,/ ese placer animal que nunca conoceremos/ y el tamaño colosal de tu mentira".  

La belleza sobrecogedora de la geografía latinoamericana ocupa largos pasajes del libro: se celebran los volcanes y cerros de San Salvador, que inspiran una solemne saluctación del poeta: "Yo te saludo de lejos, país dolido y hermoso (...) qué ganas se me florecen de abrazarte entero". La ciudad de La Paz se deshace en rocas, "casi herida", y deja una fragancia en los labios. Tres morros, en Salta, reúne la puna y el infinito, "esa tristeza flexible que entre la luz se entrepierde" en "una disección de bordes tenues", "de límites callados y constantes" y es capaz de redimir al observador con su majestuosidad. Mérida es una "catarata tropical de verde y pájaros" donde el cielo se resuelve en un "rompimiento de gloria". Iguazú empuja al viajero a meditar sobre lo sublime, Ushuaia es definida como un titán de ciclópea belleza, Asunción "tiene un algo/ de gran playa sin mar", Santiago de Chile danza hasta transformarse en un océano que gime y la nicaragüense Granada se le desnuda al poeta: "Tu púdico rubor de rosa herida/ y un temblor vegetal que te distingue./ (...) hacerte así, tan puramente mía".

Estará tu nombre en todo se abre y se cierra con poemas dedicados a Buenos Aires, un espacio epifánico de afectos inmarcesibles que no disminuyen su intensidad a pesar de la distancia: "Qué extraña emoción amarte de esta forma,/ (...) que ni el tiempo ni el espacio/ (...) te esconden o te roban./ También estarás tú, y estará tu nombre en todo". El canto de amor a América se completa con una apelación a los europeos para que abandonen la utopía de explicar, por medio de la razón, el fascinante misterio de América, su "lógica triunfante", su ser y su secreto:

No busquéis, pues, cuando todo se confunde,

se confunde febril en desvelado concierto,

la mano del artífice, su firma,

el trazo de su nombre, o el preciso

indicio que os señale la frontera

entre la iglesia y la selva, los arroyos,

los santos y los árboles, los muros.

No: nada significa vuestra pregunta perpleja,

vuestro afán lacerante de ordenadas premisas,

pues la torre, las palmeras, los retablos,

el río y la misión, la selva toda,

lo mismo son en realidad: la misma cosa;

y tan iluso es buscar diferencias ahora

en la profunda unidad del artificio y la vida

como intentar separar la arena de la arena,

comparar la tibieza del aire con el aire

y buscar, bajo el ardor constante de los astros,

la luz que los distingue de otras luces iguales.

Música de fauna y tocadiscos

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Al final de este viaje nos queda la sensación de que América es, para el poeta, un único hombre que va cambiando de cuerpos y de países. O, para decirlo con Neruda, un único amor que es como es un largo río: solo cambia de tierras y de labios. Como la acción de conquistar significa ganar un territorio pero, también, obtener el amor de alguien, José Luis Ramírez Luengo nos ofrece un lúcido y lírico poemario donde un español no es ya un conquistador, porque el conquistado es él.

 

Marisa Martínez Pérsico es escritora e investigadora argentina radicada en Italia. Su último poemario es 'Las cosas que compramos en los viajes' (Granada, Esdrújula, 2022).

José Luis Ramírez Luengo, bilbaíno asentado en Madrid, nos ofrece en este libro un canto de amor a esa vasta geografía de ultramar a la que viene dedicando su vida docente e investigadora. Lingüista por la Universidad de Deusto, enseñó durante años en la Universidad Autónoma de Querétaro y es académico correspondiente en Madrid de las Academias Mexicana, Hondureña y Guatemalteca de la Lengua, así como académico honorario de la Ecuatoriana. Este somero repaso de su trayectoria es el substrato experiencial –o, tal vez, el superestrato, para acudir a otra palabra cara a un dialectólogo como él– de este poemario magnífico y valiente.  

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