La canción de los siglos y el instante

Juan Manuel Romero

Arqueologías

Ada Salas

Pre-Textos (Valencia, 2022)

 

El mayor poema de su siglo, según Brodsky, lo escribió en 1904 un joven de vida nómada y en continua crisis personal. El poema, de una belleza fría, delicada e inquietante, trata de una bajada a los infiernos, y se titula, sin énfasis, Orfeo. Eurídice. Hermes. Su autor, con solo veintinueve años, fue Rainer Maria Rilke. Tras la lucha desesperada y el fracaso de Orfeo intentando rescatar a Eurídice, su amada "suavemente" se vuelve hacia la muerte, regresa a lo infinito, mientras que el descendimiento del célebre músico termina con un regreso trágico a la vida. Precisamente, los versos que cierran Bañista, la pieza final de Arqueologías, de Ada Salas, citan el relieve que inspiró su canto al autor de las Elegías de Duino, y no sin motivo. En el poema de Salas, alguien se adentra, también en otra catábasis, "suavemente" en el agua, y entonces contemplamos el cielo, sus colores, el gris, el rosa y, entre las nubes, "un azul / que nunca has conocido". Lo infinito y lo desconocido se encuentran al final de ambos descensos. Para cerrar el círculo, resulta que Descendimiento (Pre-Textos, 2018) es el título del libro anterior de Salas, cuyo tema es igualmente una separación, un fracaso, un adiós.

Hemos empezado por el final, un final memorable por ese trenzado de conexiones (entre otras razones), pero es que en la poesía de Ada Salas (Cáceres, 1965) todo está sutilmente entrelazado: la vida no es una línea cronológica sino, como señala la cita de María Zambrano que abre el volumen, "una red de diversas mallas donde tenía que entrar". Una red que se extiende ante nosotros para que nos internemos en ella y también nos enredemos y confundamos. Una red en la que, sin embargo, la conciencia puede, en un instante de intensidad y lucidez "lacerante", como ocurre en el central Tiempo, sentir o recordar o verse a sí misma al completo, un "caer en la cuenta" sabiéndose "partícipe" del todo. En su ensayo Alguien ahí (Hiperión, 2005), Salas ya explicaba que en la escritura poética es posible descubrir una secreta coherencia: "cómo, sigilosamente, los nuevos poemas vienen a ocupar espacios aún vacíos en el mapa, en el microcosmos del conjunto; cómo otros responden a textos anteriores, o los completan, haciendo nacer diálogos de amor o de guerra (poemas-reflejo, poemas negación de su pareja). O poemas-red, copa del tronco de algún poema que se convierte en centro generador de otros".

Buscar un plano de visión a través de la red del tiempo es, de hecho, el objetivo principal de Arqueologías, un estudio de nuestra vida mediante la observación de restos materiales dispersos en la geografía, accediendo al "sustrato", desenterrando y catalogando artefactos y edificios antiguos, archivos históricos o paisajes naturales y culturales que nos expliquen de alguna forma el paisaje de lo que somos ("Lo que fuimos entonces constituye un paisaje / -constituye el paisaje"). La observación de yacimientos, estelas y ajuares funerarios, sarcófagos, frescos, metopas, taraceas, y todo tipo de objetos exhumados (cuencos, platos, diademas, estatuillas) a lo largo de Antiqvarivm, la primera parte del conjunto, pone el acento en el pasado como antropofanía, como punto de partida para un ejercicio de encuentro con la existencia. Solo que la existencia también propone constantemente la posibilidad de un reinicio, de empezar otra vez como si nada hubiera sucedido; así unos pájaros en la tibieza del aire al llegar la primavera "piensan // es preciso cantar / como si el mundo // comenzara de nuevo". Este es el canto de la vida a que nos invita Ada Salas, un canto trágico, cíclico y hermoso: la canción de los siglos y el instante.

Fuertemente sensitivos e introspectivos, fragmentarios, con resonancia simbólica, muchos poemas de Ada Salas parten de detalles concretos en escenas ancestrales para dar con un "pensamiento en lo que es / tiempo sólo en reposo". Ya en los primeros poemas del libro hay un cadáver, un esqueleto de mujer "tumbado en posición / fetal / sobre la tierra", hay tumbas de guerreros, hay huesos podridos, hay un animal abierto en canal ("del vientre a la garganta un solo / tajo"), aparece Isis (esposa de Osiris, dios de los muertos). La meditación luctuosa no rehuye lo atroz para dejar constancia de lo inestable y frágil de la vida: "Todo / lo que ahora ves // estuvo sepultado", se nos recuerda en Torre. Paralelamente, en otro poema se nos avisa: "No hay tumba más profunda que el propio / corazón". Los versos hacen suyos una sensación de vértigo, un deslumbramiento de nuestra propia intimidad: por ejemplo, en las marcas hechas con conchas o uñas o con un punzón en una antigua vasija, la autora se plantea "disponer / las heridas / como un humilde mapa / –muy íntimo / tan íntimo–. // Como un humilde mapa / de belleza." 

Cómo mirar de frente las heridas

Poemas de intimidad quizás más expuesta, aunque mucho más tensados en lo elíptico que en lo confesional, se encuentran en Civitas, la segunda parte del volumen, donde se halla el citado Tiempo, y donde algunas de sus piezas fundamentales se dedican, con sentimientos a veces enfrentados, a las figuras del padre (Orión y La quema de rastrojos) y la madre (Espina). Esta sección, algo más breve, comienza con una explícita refutación de Platón, y, de paso, de Claudio Rodríguez, al afirmar que "Hay una claridad que viene desde dentro", en consonancia evidente con la exploración del "sustrato", de los tiempos y las capas de las cosas (y de la mente) antes defendidos. La arqueología se convierte aquí en hondura psicológica para excavar en el amor y el daño, lo que nos acerca y lo que nos distancia, lo que termina pero nunca acaba, la nostalgia y la tristeza y el olvido. Porque "debajo del dolor hay algo / siempre –ahora mira / qué–. Debajo / del amor // hay algo siempre". Este es el trayecto que recorremos en Arqueologías, un viaje al interior, una indagación en el pasado para descubrir lo que habita muy dentro de las emociones y, desde ahí, acercarse a lo indecible: "oír al no-tiempo" cantar que finalmente todo "perece y se renueva".

El encuentro con el misterio ha exigido, desde luego, una lucha órfica (como en el poema de Rilke) que tiene que ver con el canto pero también con el silencio. La poesía de Ada Salas le da igual peso a las palabras que se dicen como a las que no se dicen (como hicieran Valente, Juan de la Cruz o el cancionero popular). Sin embargo, no todo el que se calla alcanza un silencio fértil: el uso de la elipsis, el encabalgamiento entrecortado y la ruptura espacial de los versos, muchas veces muy breves, los saltos argumentales, los verbos en infinitivo o la ausencia de verbos en determinadas piezas, las repeticiones apoyadas en mínimas variaciones, la actitud contemplativa y de borrado del yo, la desnudez de un decir sin adornos, dejando vacíos lingüísticos, el fluir intuitivo no caótico sino guiado por una sensibilidad libre… así construye Ada Salas el silencio, llenándolo de atención y escucha profunda y reverberaciones de sentido. Con un pulso metafórico y sinestésico vívidos, de una imaginación precisa. Con una música elegante y culta (sin culteranismo) y desasida. Así restituye Arqueologías la historia de lo que somos a la eternidad.

Juan Manuel Romero es poeta. Su último libro es 'Contra el rey' (Hiperión, 2020).

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