Corresponsales novelistas: la verdad de la mentira

Fotograma de la película 'La corresponsal' sobre Marie Colvin.

Quizá la hayan leído, o tal vez la escucharan de labios de Meryl Streep en Los papeles del Pentágono: "el periodismo es el primer borrador de la Historia". En esa película, la actriz interpretaba a Katharine, la viuda de Phil Graham, editor de The Washington Post, que fue quien acuñó el apotegma.

Desde entonces, la fórmula ha sido recogida y utilizada en innumerables ocasiones: Y no se trata aquí de refutar esa atribución, pero sí de recordar que, antes, Albert Camus, un enamorado del oficio, había esbozado la idea en una formulación más poética: el periodista es el "historiador del instante". Sea en el formato que sea, de la afirmación deriva Pablo Francescutti las siguientes consecuencias: a) la prelación cronológica del periodista sobre el historiador a la hora de referir lo ocurrido; b) el carácter provisional de la escritura periodística y c) la sanción definitiva de lo ocurrido a cargo del historiador.

Historiador es Paul Preston, autor de Idealistas bajo las balas, donde defiende la tesis de que la Guerra Civil española supuso la consagración del corresponsal de guerra. Informadores como Ernest Hemingway, Martha Gellhorn, John Dos Passos, Mijaíl Koltsov, W.H. Auden, Arthur Koestler, Cyril Connolly, George Orwell o Kim Philby que, con muchas limitaciones y arriesgando sus vidas, lograron que el mundo mirara a España. Su labor, corrobora Preston, demuestra que "el periodismo es el primer borrador de la historia".

"Desde luego. Los corresponsales de guerra somos los testigos de la historia y la memoria viva para dar fe de todo lo que han visto nuestros ojos durante las coberturas que realizamos. Auschwitz es historia porque allí había un fotoperiodista (acompañando al ejército rojo) para documentar el Holocausto". Es Antonio Pampliega, corresponsal. Su colega y amiga Mayte Carrasco, sin embargo, añade algún matiz. "El periodismo es una pura narración de los hechos. Por lo tanto, esa es quizás una afirmación un poco pretenciosa, decir que los corresponsales somos los primeros cronistas de la historia; porque la Historia con mayúsculas solo se escribe después, cuando se tiene una visión poliédrica de los hechos y una interpretación de los mismos, que es lo más importante". Cita al filósofo alemán Spengler, la historia no es solo el análisis de una sucesión de hechos, sino la interpretación de los mismos; por ejemplo, no se trata de contar el asesinato de César: hay que interpretar el contexto, ver cuál era el momento y las circunstancias del Imperio Romano en su conjunto en aquel entonces. "El periodismo tiene otra función, narrar los hechos sin interpretación ni opinión, en eso consiste la objetividad periodística. Por lo tanto, la Historia la escriben otros. A menudo, los vencedores, también hay que añadir".

Carrasco y Pampliega, corresponsales de guerra, acumulan decenas de coberturas, han asumido riesgos (Antonio fue secuestrado por Al Qaeda), y siguen defendiendo la necesidad de una información veraz y comprometida. Sin embargo, hubo un momento en el que sintieron que las piezas periodísticas no son suficientes.

En el caso de Mayte Carrasco, esa revelación se produjo cuando cubrió la guerra de Siria y se dio cuenta de lo complicada que era una realidad tan alejada, tan remota. "No solo allí, era una idea que me rondaba desde que viajé a Afganistán, Chechenia, Georgia o Malí. Nuestra mente está plagada de falsas creencias sobre el islam y el mundo árabo-musulmán. Prejuicios y confusiones. La gente a menudo confunde términos como talibán o mujahedeen, que son dos cosas muy distintas y antagónicas; piensan que Afganistán es un país árabe sin saber que es persa, o por ejemplo sitúan Libia en Oriente Medio". Los ejemplos se le acumulan: la yihad no es solo la guerra santa, sino el modo en el que un musulmán encuentra el mejor modo de ser piadoso y hacer buenas obras; y poca gente sabe que Jesucristo aparece en el Corán como uno más de los apóstoles. O bien que un refugiado no siempre es pobre, ni desea invadir tu país, quedarse en tu mundo porque es mejor que el suyo; la realidad es que muchas veces los que llegan eran ricos en su mundo del que querrían no haber tenido que salir perdiendo todas sus pertenencias, familia, inmuebles, trabajo: en muchos casos, anhelan regresar cuanto antes, pero si vuelven, los matan. "El día que entendamos eso acabará el racismo contra el refugiado ―asegura―. Y volviendo a la pregunta: Un día me dije que hacía falta escribir para romper todos los estereotipos".

Hay otro factor, si quieren más prosaico: el clic se produce "en el momento en el que te das cuenta de que tus crónicas quedan reducidas a poco más que un breve, cuando no tienes espacio suficiente para poder sumergirte a fondo en una historia y donde el espacio prima por encima de una historia". En este instante, asegura Antonio Pampliega, "te das cuenta de que debes dar un salto y subir al siguiente escalón, la crónica periodística donde tienes un mayor espacio para profundizar en aquellos temas que en las páginas de un periódico solo puedes tocar superficialmente". De ahí a la novela hay solo un paso…

La ficción honesta 

Antonio Pampliega acaba de debutar en el mundo de la novela con Flores para Ariana. "He intentado ser lo más riguroso posible, ceñirme a la verdad y a los hechos reales a pesar de que los personajes que aparecen en la novela son ficticios, pero todo, absolutamente todo lo que narra Ariana es verdad. Tristemente es verdad." Es su convicción que los periodistas, y más cuando dan ese salto al mundo de la ficción, deben escribir sobre lo que saben y han vivido para impregnar ese trabajo de todos sus conocimientos. "En mi caso, ceñirme al principio de verosimilitud no era suficiente. Yo quería ser riguroso aunque, en muchas ocasiones, me pasé de purista, por lo que siempre agradeceré al editor Jordi Berché que me supiese guiar y me ayudara a desprenderme del traje de periodista para ponerme el mono de novelista."

En la pregunta que les he dirigido, utilizo la expresión "el imperio de la verdad" para referirme a la tarea del informador. Mayte Carrasco me corrige: más bien el imperio de la honestidad. "Porque la verdad absoluta dudo que exista; cada uno tiene su verdad, y no hay más que ver una película de Akira Kurosawa que se titula Rashomon y que le pongo a mis alumnos. Se trata de un filme en el que se presenta un hecho y varios testigos lo cuentan, cada uno desde su punto de vista. Ahí se ve claramente que depende de quién lo vive o lo ve, entiende una realidad o una verdad distinta". Por eso, cuando escribe una novela (y ella ha firmado dos: La kamikaze y Espérame en el paraíso), hace ficción pero basándose siempre con honestidad en los hechos de los que ha sido testigo. "De este modo, uso la ficción de otro modo, para hacer lo mismo que con el periodismo, denunciar hechos que de otro modo no podría contar, como es el caso de la masacre de Baba Amro en Homs, que aparece en Espérame en el Paraíso, cuyos hechos acontecieron tal y como cuento, y doy debida cuenta de aquello sucedió. Algo así hizo Hemingway con Por quién doblan las campanas, sobre la guerra civil española".

Cuando preparaba las preguntas para este texto, me rondaba una frase que todos hemos escuchado, si no dicho, alguna vez: "lo mío da para una novela". Confundimos una vida interesante con un interesante material literario. Sospecho que para mis interlocutores no fue sencillo convertir unas experiencias fascinantes, terribles pero fascinantes, en literatura. "Lo que realmente me costó fue crear el escenario en mi cabeza ―explica Antonio Pampliega―. En la novela todo parte de nuestra cabeza. E ir enlazando y tejiendo una historia a mí me resultó harto difícil. Las ideas las tenía, la historia también, e incluso las voces que quería incluir en el relato, pero el armazón me creó muchísimas dificultades, y prueba de ello es que tardé dos años en terminar Flores para Ariana."

La implicación personal con las historias que están en la base de su narrativa es relevante: bien está que la realidad inspire, pero, si se impone, lastra. "Mis novelas afortunadamente me salieron del alma; tenía historias de más que contar; más que narrar hechos ficcionados, lo que escribí eran hechos reales convertidos en ficción". Para Carrasco, escribir fue una terapia: "necesitaba sacar todo aquello de mí, como si se tratara de un exorcismo. Mi sensación después de todos esos ejercicios es que me dejé sin contar tres cuartas partes de las anécdotas y vivencias de aquellos años, las buenas y las malas; bien porque las he olvidado, bien porque son tantas ¡que no me caben en un libro!" Quizá entren en una biografía…

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De una u otra manera ambos escriben para dar a conocer, pero también remover conciencias. "Con la ficción tienes una herramienta muy poderosa porque el lector logra entrar hasta el fondo de la historia y le haces sentir cosas que con una crónica sería impensable", sostiene Antonio Pampliega. Más aún: "Mi novela la han leído adolescentes y adultos. No puedo decir lo mismo sobre mis crónicas".

Mayte Carrasco defiende, por su parte, que la reacción de la opinión pública no depende del formato, sino de algo más profundo y que está en crisis: nuestros valores. "Prestar atención al dolor ajeno es un ejercicio de empatía no apto para esta sociedad actual; la de la opulencia, la de la frivolidad, la del miedo al extranjero y a la crisis económica", lamenta. "En nuestra vieja Europa se nos ha olvidado pronto lo que es luchar por nuestros derechos; nos creemos que están ahí para siempre, pero no. Hay que batallarlos a diario, o los perderemos. Incluso el derecho a la paz, comprendiendo que puede ser finita".

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