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Los diablos azules

Cristina Rivera Garza busca justicia para su hermana

La escritora Cristina Rivera Garza, en una imagen de 2017.

Liliana Rivera Garza fue asesinada a los 20 años, el 16 de julio de 1990. La policía dio la orden de detención de su exnovio, Ángel González Ramos, que no aceptaba la ruptura. Él desapareció al día siguiente del asesinato y nunca pudo ser arrestado ni juzgado. Tres décadas más tarde, Cristina Rivera Garza (Matamoros, México, 1964), escritora, profesora en la Universidad de Houston, autora de títulos como Nadie me verá llorar, La cresta de Ilión o La muerte me da, y también hermana de Liliana, llamó por primera vez a la Procuraduría preguntando por el expediente de la investigación del homicidio. Al otro lado del teléfono alguien le preguntó qué buscaba exactamente. “Busco el expediente”, dijo ella. “¿Solo eso?”, preguntó la voz. Ella alcanzó a responder, y quizás a responderse por primera vez: “Busco justicia. Busco justicia para mi hermana”.

Lo cuenta en El invencible verano de Liliana, un ejercicio de memoria, de reconstrucción de la hermana perdida y también un clamor contra los feminicidios. En México, la violencia machista se cobra la vida de 10 mujeres cada día. En España son ya 17 las mujeres víctimas de la violencia machista en 2021. (Estas líneas se escribieron antes de la concatenación de noticias que recordaron, el jueves por la noche, que la violencia machista es mucho más que un fantasma lejano). Con el paso de los años, con las cifras que crecen y crecen hacia el horror, los nombres desaparecen, se esfuman. No el de Liliana, no para su familia, que visita con frecuencia su tumba para desbrozar las malas hierbas y plantar flores, para conversar con la que hace demasiado tiempo que no está. “Liliana tiene, ahora, muchos más años bajo tierra de los que vivió sobre ella”, escribe Cristina Rivera Garza. Es 4 de octubre y recuerda: “Habría sido su cumpleaños número 51. Es su cumpleaños 51”.

El libro se parece mucho a regresar a la tumba con flores nuevas. Con nuevas herramientas. Las herramientas del feminismo y las del lenguaje, que aquí son una sola cosa. La palabra feminicidio, que no existía cuando llamaron “crimen de pasión” al asesinato de Liliana, y también la tipificación del feminicidio, incorporado al Código Penal Federal mexicano en 2012. La conciencia íntima de que Liliana no era culpable, y la expresión pública de esa realidad en la performanceUn violador en tu camino del colectivo chileno Las Tesis, que Rivera Garza cita en los primeros capítulos: “Es feminicio. / Impunidad para mi asesino”. Y que parafrasea para hablar en esa tercera persona de Liliana: “Y la culpa no era de ella / ni dónde estaba / ni cómo vestía”.

El título, una llama en medio de la injusticia, viene de una cita del escritor francés Albert Camus que Liliana anotó en varias ocasiones en sus cuadernos: “En lo más profundo del invierno aprendí al fin que había en mí un invencible verano”. Su hermana se pregunta si no estaría, escondido en esa frase, el sufrimiento por la violencia machista que la familia no pudo atisbar, el peligro que se la acabó llevando. Ahora esa sentencia alumbra a la autora, pero también a las víctimas y a las hermanas, madres, hijas, amigas de las víctimas a las que sabe que irremediablemente encarna en el libro.

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Dice la autora en su texto El desamueblamiento que este libro en realidad es la continuación de uno que no comenzó a escribir ella. Porque El invencible verano de Liliana nace del archivo que la joven fue construyendo voluntaria o involuntariamente a lo largo de su vida: cartas de amigas y amores, borradores de las cartas que escribía continuamente ella misma, cuadernos, diarios, anotaciones de todo tipo, constantes y libres. El libro es en cierto modo una reconstrucción. En los primeros capítulos, el lector sigue a la autora en la búsqueda infructuosa del archivo de la investigación, perdido en las oficinas de la enorme maquinaria estatal, que le recuerda que 30 años son muchos años para un expediente. “¿Quién puede decidir si treinta años son pocos años o muchos años?”, se pregunta Rivera Garza. “Los expedientes no viven para siempre”, le advierten desde la administración. Una cita de Chris Marker parece contestar desde el encabezado de la primera parte: “El tiempo lo cura todo, excepto las heridas”.

“La rabia se parece mucho a la resignación. La impotencia al espanto”, escribe durante la búsqueda. “Pero este es solo el principio”, le contesta su acompañante en esa peregrinación por los archivos. La frustración se transforma en creación: ¿no existe expediente?, vale, se crea uno. Cristina Rivera Garza se sumerge en las cajas donde han conservado durante tres décadas las pertenencias de su hermana, conversa con sus padres, consulta la prensa, localiza a los que en 1990 eran los mejores amigos de su hermana, se entrevista con los familiares que más la trataron. Busca a la hermana que perdió pero no solo eso, también lo que se manifestaba en torno a ella. Como las palabras de su padre: “Yo a Liliana le di mucha libertad. Como a ti. Siempre he creído en la libertad porque solo en la libertad podemos conocer de qué estamos hechos. La libertad no es el problema. El problema son los hombres”.

El nombre de Liliana, su rostro, están en la portada de un libro. Habrá lectoras y lectores que lo aprendan y pronuncien. No se perderá como los expedientes en el entramado administrativo. Esa es una forma de justicia. Pero no es una forma completa de justicia. El 28 de mayo, Cristina Rivera Garza escribía este tuit: “Los feminicidas tienen nombre, apellidos, parientes, vecinos, amigos, cómplices. ÁNGEL GONZÁLEZ RAMOS, presunto feminicida de mi hermana #LilianaRiveraGarza, huyó desde julio de 1990 y sigue impune. Si alguien tiene algo que contarnos: elinvencibleveranodeliliana@gmail.com”.

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