Eduardo Halfon y el laberinto de la violencia

Tarántula - Eduardo Halfon

Libros del Asteroide (Barcelona, 2024 - 184 págs)

Premio de la Crítica en España a la mejor novela de 2024

Premio Médicis en Francia a la mejor novela extranjera 2024

 

La realidad es el tintero de todo novelista, que con su alquimia la desnuda de lo inmediato en busca de esa rara luz que la trasciende. En el caso de Eduardo Halfon (Guatemala, 1971), la ficcionalización de su propia biografía —de su "fondo sentimental", diría Baroja— se convierte en eje de una larga aventura narrativa construida como un sistema de vasos comunicantes, reconocida con prestigiosos galardones y traducida a infinidad de lenguas, con hitos como El boxeador polaco (2008), Duelo (2017) o Canción (2021).

Hijo de la diáspora —desciende de un abuelo polaco y otro libanés—, y emigrante también él mismo, Halfon hace de la exploración en la propia identidad el centro de su vida y escritura. Y de ahí ese sabor a verdad de un trabajo literario articulado por una claridad fulgurante, donde las palabras desnudas ruedan limpias como piedras de río. Y donde la inteligencia de la composición, con un hipnótico contrapunteo de tiempos y lugares, no empaña en ningún momento la transparencia del conjunto.

Un inicio inquietante, entre fuertes gritos, marca la pauta narrativa de Tarántula, su última novela, y no nos da tregua hasta el final. La obra nos sobrecoge así con la visión de unos niños judíos atrapados en un campamento de verano para judíos, en la selva de Guatemala, que resulta ser un centro de perverso adoctrinamiento. Lo lidera Samuel Blum, de cuya fisonomía aria se nos dice: "en unos bellos ojos celestes también cabe lo siniestro". Pronto se dejará ver armado, y vestido con uniforme negro y un brazalete rojo con la imagen de una esvástica que el niño protagonista, en su ingenuidad, asimila a una tarántula. Samuel Blum se erige en líder de ese campo de concentración, ante el estupor de esos muchachos. Entre ellos hay un nicaragüense apellidado Martínez, el único que osará enfrentarse a los designios del jefe.

Halfon no recurre a subterfugios ni rodeos literarios para plantear la acción, y tampoco es nunca maniqueo: las cartas, manejadas con exquisita lucidez, están sobre la mesa. Y es el lector el que ha de afrontar la realidad esquizoide que aturde al protagonista y narrador, que en un segundo tiempo de la novela se nos presenta en Berlín, ya adulto, intentando dilucidar lo ocurrido. Y debatiéndose entre sus dos heridas: las mismas que aquejan a su autor, desdoblado en un personaje que es él mismo y es otro, porque su memoria personal no es más que un camino para abrir la puerta a la memoria colectiva.

El primer tajo es el de la dolorosa patria guatemalteca —esa cuna de la magna civilización maya y de grandes escritores, como Miguel Ángel Asturias—, maltratada durante décadas por la barbarie de gobiernos militares —y el enfrentamiento con las guerrillas que los combaten—, lo que llevó a su familia al exilio en la Florida, y a él, a la condición de nómada, de eterno errante. Un país donde los niños jugaban rugby entre ruidos de ametralladoras, como vemos en la novela, en una época en que el triunfo del sandinismo en la cercana Nicaragua había enardecido la crudeza militar por el miedo al contagio: "me pregunté a cuántos guerrilleros habría matado esa misma escopeta. Era finales del 84. El país seguía sumido en la violencia e inseguridad del conflicto armado interno".

De otro lado está la también dolorosa condición de judío, que lo lleva a contrastar el drama de su abuelo polaco huido de Auschwitz y la atroz violencia del sionismo —escrita antes del 7 de octubre de 2023, Tarántula adquiere especial simbolismo a partir del genocidio de Gaza por parte de Israel—. El hallazgo, en la selva, de un cuaderno de adoctrinamiento de los militares amplifica el horror intuido desde esa inocencia de la mirada infantil. En sus ilustraciones se muestra a unos hombres violando y rapando a una mujer, o torturando a un sacerdote. Los victimarios visten de verde en una imagen, y en otra, de negro, con boinas rojas. Lo siniestro vuelve a emerger ante los ojos de esos muchachos. Aunque aún no sepan lo que sí puede saber el lector avezado: que aquellos temibles soldados del ejército guatemalteco —los kaibiles—, instruidos por boinas verdes estadounidenses, vestían igualmente de rojo y negro, como los nazis de las SS, infiltrados por cierto en Guatemala desde 1939. Como viste Samuel, en cuya fisonomía parece espejear un guiño secreto a Cara de Ángel, el favorito del tirano en El Señor Presidente de Asturias, que también era "bello y malo como Satán".

Ese sutil juego de simetrías evoca un contexto, y enlaza de inmediato al mundo nazi con el gobierno militar guatemalteco. Ambos fueron autores de graves genocidios, uno contra judíos —y eslavos—, el otro contra los pueblos originarios —con 200.000 muertos—, algo que fuera denunciado mundialmente por la líder indígena Rigoberta Menchú, premio Nobel de la Paz, en páginas donde estremece especialmente la narración de las torturas y violaciones de su gente, algo evocado en más de una escena de esta novela. Porque ese momento histórico en que transcurre su comienzo, donde los hechos son apenas sugeridos, es el punto álgido del holocausto maya. Cuando los militares se ocuparon de destruir masivamente las aldeas de Guatemala para hacerse, sin escrúpulos, con el control de la tierra y de sus pobladores. Entre las víctimas de todos esos años de guerra civil hay por cierto connotados escritores, como Otto René Castillo, Roberto Obregón Morales o Luis de Lion.

Y queda en el aire, agazapada en los silencios del texto minimalista de Halfon, otra realidad. Y es la colaboración del gobierno de Israel con el terrorismo de Estado guatemalteco, como estrecho aliado de Estados Unidos, relevándolo y apoyando al dictador Efraín Ríos Montt —condenado luego como criminal de guerra a 80 años de cárcel— con la provisión constante de asesores, armas, tanques, helicópteros y aviones. La estrategia de guerra no fue solo militar sino también psicológica, e incluyó la infiltración de sectas religiosas para erosionar el arraigo del catolicismo como iglesia de los pobres. Esas sectas, además, se ocuparían de entrar en las casas, hablar con las gentes y delatar a los que pertenecían a la insurgencia. En la novela, la imagen de un sacerdote torturado, vista por los ojos asombrados de un niño en un manual hallado en la selva, es punta de todo ese iceberg.

Con Tarántula, Halfon radiografía la violencia, el miedo y la intolerancia —también la que acorrala a los judíos— desde una difícil templanza. Sus páginas, contenidas, vibrantes, señalan el fanatismo y el odio. Y una suave ironía lleva a nombrar a uno de sus personajes como Juan Sandino o Sandía: el guiño nombra, como al azar, al líder de la resistencia nicaragüense contra la ocupación estadounidense, y el emblema que representa los colores de la bandera palestina —desde que en 1967 fuera prohibida por Israel—y la protesta contra la ocupación israelí de ese territorio.

Eugenia Ladra y la banalidad del mal

Eugenia Ladra y la banalidad de la violencia

La trama de la novela se configura como un mosaico de fragmentos y silencios, lo que otorga al texto un aliento poético. Y es sabia la decisión de Halfon de contar algo tan brutal desde la mirada de un niño que despierta al amor al tiempo que al odio. Y que en su madurez, mientras maneja sus recuerdos o pelea con una enfermedad, reencuentra a Regina, la niña judía que lo acompañó en aquel campamento. "Debido a la luz, a las sombras, a los años ya muertos, tenía ella a veces cincuenta y a veces catorce". El proceso vital de esa mujer también estará signado por aquellos acontecimientos, y se convierte en el personaje más enigmático de la obra.

Tras ese viaje penitencial a través de las venas de su propia identidad, al escritor le queda un puerto y refugio posible en el calor de la palabra. La palabra umbilical, la palabra libre. La palabra madre, y la tierra madre. Así parece desprenderse de esta novela perturbadora y subyugante, de su juego de espejos y su laberinto de violencia, cuya dimensión simbólica y ética recorre algunas de las grandes heridas de la historia del último siglo.

* Selena Millares es escritora, sus últimos libros son Lámpara de madrugada y Matrioska. También es autora de las novelas El faro y la noche y La isla del fin del mundo.

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