Marta Sanz: "Me parecería aterrador guardar silencio sobre Gaza, las palabras ayudan a visibilizar el dolor"

Después de reflexionar sobre el oficio de escribir en Los íntimos (Anagrama, 2024), Marta Sanz nos entrega ahora Amarilla (La bella Varsovia, 2025), un poemario cuyos versos se extienden como un delicado manto sobre el paisaje de lo cotidiano y cruzan las carreteras de una geografía personal atravesada por la enfermedad, el deseo, la memoria, el paso del tiempo, la vejez, el duelo la muerte e incluso el genocidio del pueblo palestino. "Ahora seguramente nuestras palabras no pueden servir para mucho más que para aliviar y acompañar, pero quizá quede un residuo en el que, con el paso del tiempo, incluso los ciudadanos y las ciudadanas de Europa nos demos cuenta de la dimensión de nuestra complicidad", destaca en esta conversación con infoLibre.

¿Qué es Amarilla?

Un libro de poemas que intenta expresar un estado de ánimo a través de la metáfora o de la sinestesia del color amarillo. Es una indagación sobre cómo muchas veces esos estados de ánimo que tenemos, melancólicos, eufóricos o tristes, los que sean, no se pueden desvincular de lo que sucede en el mundo. 

A la vez, hay mucha intimidad en todos estos poemas.

Son poemas, por una parte, muy íntimos, muy personales. Pero por otra parte son poemas en los que hay una mirada sobre todo eso que nos debería preocupar y ocupar todos los días si nos consideramos verdaderos seres humanos: Palestina, el problema de la vivienda, los desahucios, la situación de las personas mayores... Este tipo de asuntos.

Y no falta el sentido del humor, tan necesario para sobrellevar el día a día con su justa dosis de ironía.

En realidad, lo que caracteriza al libro es un nervioso sentido del humor y la ironía. A veces, nuestra herramienta para expresar las cosas más abominables y dolorosas es esa mirada humorística que, por una parte, te lleva a un lugar distante, pero también te mete de lleno en lo que sería la profundidad de la llaga. El propio color amarillo, columna vertebral del texto, tiene esa doble dimensión dentro de la poesía y en la vida misma, pues hay facetas del amarillo que se relacionan con lo más luminoso, con el esplendor de los campos, hasta con cómo destellan las monedas. Hay algo amarillo que tiene mucho que ver con la vida que explota, pero luego es también el amarillo de las enfermedades hepáticas. El amarillo es un color incluso de mal agüero en nuestro imaginario cultural. Se juega con esa doble dimensión y, en este caso, la referencia inmediata es un poema de Juan Ramón Jiménez que se llama Primavera amarilla

Hay quien incluso ve determinados colores cuando escucha música. "Mi melancolía es un golpe de amarillo", escribe. Eso es sinestesia pura.

Sinestesia pura. Y tampoco hay que olvidar que tenemos otra posibilidad del amarillo, que es el amarillo chillón. Es importante también recordar que la palabra de la poesía a veces sigue siendo un arma cargada de futuro. La palabra de la poesía sigue sirviendo para visibilizar nuestras llagas y grietas, y lo absurdo sería callarse, por lo que es importante utilizar la poesía para no caer en formas de silencio cómplice. También creo que en el mundo en que vivimos, donde parece que estamos abocadas todas a una especie de alegría sistemática y obligatoria, es bonito e importante enfocar hacia la posibilidad de la tristeza, el malestar, sin que eso sea una anomalía y una monstruosidad, sino que sea conciencia.

Hay una dimensión hermosísima de la poesía, que es un lugar en el que puedes escaparte. Pero en esa manera de escaparte estás generando una conciencia que te coloca en el centro de la humanidad y te hace ser más sensible

"Nada es después, todo es aquí", afirma. ¿Es la poesía un freno de mano para vivir en el ahora y bajarse de un mundo que gira a demasiada velocidad? 

El lenguaje de la poesía invita a la lentitud y a esa relación con los textos desde una mirada espeleológica. Frente a la velocidad de los tiempos, el ruido, la prisa, la lectura de la palabra poética y de los textos literarios está invitando a la búsqueda del matiz, del sentimiento, de todo aquello que sigue formando parte de nuestra condición humana. Esa forma de leer por debajo, con atención y con lentitud, también está en la base de la construcción de el pensamiento crítico. Hay una dimensión hermosísima de la poesía y es que es un lugar en el que tú puedes escaparte, en el copo de nieve del lenguaje. Pero en esa manera de escaparte estás generando una forma de conciencia que te coloca en el centro de la humanidad y te hace ser incluso más sensible.

La hipersensibilidad está también presente en estos poemas.

Hay un tema que a mí me interesaba mucho en Amarilla, que es ver en qué medida la hipersensibilidad es la raíz de nuestros sentimientos hipocondríacos y de nuestras neurosis, o es al revés, son nuestros sentimientos hipocondríacos los que nos hacen hipersensibles. En todo eso también está la reflexión sobre una sociedad enferma, sobre cómo no podemos separar el dentro y el fuera, el texto del contexto, la forma del fondo... Y hay una cosa que me gustaría que no se me olvidara, porque a veces en la poesía hablamos de las metáforas y hablamos de lo que significará no sé qué palabra, a qué remite, pero en este poemario se juega muchas veces con palabras que significan exactamente a lo que están aludiendo. Por ejemplo, hay un poema en el que hablo del frío que se puede sentir en la vejez, y pongo mucho cuidado en decir que con ese frío yo no estoy hablando de la soledad, ni del desamparo, sino que estoy hablando del frío, de la estufa. Al final, muchas veces, cuando escribimos textos poéticos, a lo que nos estamos refiriendo es a la factura de la luz. 

Cuando escribo poemas siento que voy a llegar a una especie de comunidad intelectiva y sensitiva en la que me puedo sentir más cómoda y más amparada que cuando sales al mercado salvaje de las novelas de primera división

El paso del tiempo es otro de los temas presentes en Amarilla. Hacernos viejos es "aclimatarse muy gozosamente a la pérdida progresiva en los cinco sentidos".

Por una parte, está la conciencia del cuerpo, las metamorfosis del cuerpo, y cómo esa conciencia te lleva a tener también una conciencia social y política de todos los factores externos que intervienen en que tu cuerpo sea más vulnerable o más frágil. Y, por otra, me di cuenta de que llevo preocupada por el tema de la vejez desde hace muchísimos años. Esa ha sido una constante permanente en mi literatura que se relaciona con esa obsesión por la fragilidad y cómo los cuerpos se hacen vulnerables en función también de cómo una sociedad es agresiva contra esos cuerpos.

La vejez también es bella.

En Amarilla, he hecho es el esfuerzo de, frente a los estereotipos publicitarios de la juventud, la jovialidad, mantenerse eternamente jóvenes a base de agresiones quirúrgicas o la impostura de actitudes que son propias de la edad juvenil, reivindicar lo que significa ser mayor, ser viejo, que tu percepción cambie y que incluso las transformaciones que se han operado en tu cuerpo puedan llegar a ser hermosas. Intento proponer un modo distinto de mirar, más allá de las reglas de esta sociedad de mercado en la que parece que las personas solamente somos válidas cuando somos agilísimas y bellísimas de una manera estereotipada.

Ahora nuestras palabras no pueden servir para mucho más que acompañar a Gaza, pero quizá quede un residuo en el que, con el paso del tiempo, incluso los ciudadanos de Europa nos demos cuenta de nuestra complicidad

Está también presente Gaza en este poemario. ¿Qué puede hacer la poesía ante un genocidio?

Lo que no tendría sentido es guardar silencio sobre Gaza, eso me parecería completamente aterrador. Yo sí que confío en las palabras y soy optimista respecto al poder de impregnación de las palabras. Las palabras ayudan a visibilizar el dolor de las personas más castigadas y más frágiles, y construyen historia. Por eso, también confío en el relato de esa historia. Aunque en la literatura trabajemos con la subjetividad, ahora seguramente nuestras palabras no pueden servir para mucho más que para aliviar y acompañar, pero quizá quede un residuo en el que, con el paso del tiempo, incluso los ciudadanos y las ciudadanas de Europa nos demos cuenta de la dimensión de nuestra complicidad.

¿Es la poesía la única manera de mirar al mundo con toda la verdad posible? ¿Cabe la impostura en la poesía? 

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Todo es verdad, todo es auténtico pero, y esa es la cosa hermosa del arte, valorando la posibilidad de la impostura y el artificio. Porque al fin y al cabo, cuando estamos escribiendo un poema, estamos utilizando los recursos del lenguaje, y todo eso es un artificio, un artefacto. La maestría de un poeta consiste en utilizar bien esas palabras para intentar aproximarte a algo que se parezca a esa verdad que se construye a través del arte, que es siempre subjetiva. Lo maravilloso de la literatura, de la poesía, de las artes en general, es que chocan de plano contra la simplificación publicitaria de la vida, y contra esa manera de hacer política sin matiz. Se trabaja con el lenguaje, ese lenguaje vuelve al cuerpo de los receptores, de quienes leen la poesía, y es así como el impulso personal del poeta se termina convirtiendo en una resonancia política. Por eso digo que tengo una visión esperanzada de los poemas y de las palabras porque, si no, apaga y vámonos. Si ya desconfiamos de la palabra, no nos queda nada.

¿Qué sería un éxito comercial con este poemario para una novelista?

Siendo conscientes de cuáles son las características de nuestro campo literario y nuestro campo cultural, pensar que yo voy a escribir un libro de poemas que pudiera llegar a ser un best-seller sería una ingenuidad enorme (risas). Sí que he depositado la confianza para poder llegar a un público más grande cuando he escrito determinadas novelas, pero con la poesía no es así. Y eso que cuando escribo poemas me siento bastante menos expuesta, ya que siento que voy a llegar a una especie de comunidad intelectiva y sensitiva en la que me puedo sentir más cómoda y más amparada que cuando sales al mercado salvaje de las novelas de primera división.

Después de reflexionar sobre el oficio de escribir en Los íntimos (Anagrama, 2024), Marta Sanz nos entrega ahora Amarilla (La bella Varsovia, 2025), un poemario cuyos versos se extienden como un delicado manto sobre el paisaje de lo cotidiano y cruzan las carreteras de una geografía personal atravesada por la enfermedad, el deseo, la memoria, el paso del tiempo, la vejez, el duelo la muerte e incluso el genocidio del pueblo palestino. "Ahora seguramente nuestras palabras no pueden servir para mucho más que para aliviar y acompañar, pero quizá quede un residuo en el que, con el paso del tiempo, incluso los ciudadanos y las ciudadanas de Europa nos demos cuenta de la dimensión de nuestra complicidad", destaca en esta conversación con infoLibre.