La 'operación verdad' de Ariel Dorfman

Allende y el museo del suicidio. Una historia de amor y muerte

Ariel Dorfman

Galaxia Gutenberg (Barcelona, 2023)

 

En España conocemos a Ariel Dorfman sobre todo por su ensayo Para leer al pato Donald. Comunicación de masas y colonialismo (1971), escrito en colaboración con el sociólogo Armand Mattelart, un libro —se alude a él en la novela (página 93)— que acabó convertido en un superventas, pues se han tirado 36 ediciones; por su estudio, conocido en el mundo académico, Imaginación y violencia en América (en 1972, lo editó Anagrama en Ediciones de bolsillo); y, sobre todo, por su obra de teatro La muerte y la doncella (cuyo título le debe a John Berger). Esta pieza fue estrenada en 1991 y publicada el siguiente año, y luego llevaba al cine por Polanski en 1994, con gran éxito en buena parte del mundo occidental. En cambio, no conocemos sus memorias, Entre sueños y traidores. Un striptease del exilio, publicadas en 1990 por Seix Barral en Buenos Aires.  

Ariel Dorfman nació en Argentina, en 1942, pero se considera sobre todo chileno, aunque en las últimas décadas haya vivido en los Estados Unidos, trabajando como profesor en la Universidad, país con el que mantiene una relación ambivalente. También ha residido como exiliado en Francia y Holanda. No en vano, fue asesor de prensa y cultura de Allende; si bien arrastró la culpa de no haber muerto al lado del presidente, por haberle sobrevivido, pues el día que se produjo el golpe, tenía que haber estado en la Moneda, costándole la vida a quien lo sustituyó. Es autor, además, de numerosos ensayos y de diversas obras de ficción, tanto narrativas (cuentos y novelas) como teatrales, que apenas si han tenido repercusión por estos lares. En la narración que nos ocupa, el autor confiesa que su tiempo se está acabando, pero que sus cajones rebosan de cuentos, novelas, obras de teatro y poemas que comenzó y que, probablemente, no vaya a concluir (páginas 386 y 387).

Lo primero que llama la atención en la obra que nos ocupa es su género, pues autor, narrador y protagonista coinciden, aunque el segundo –el narrador protagonista alter ego de Dorfman— se haya tomado ciertas licencias para adecuar las biografías reales a las necesidades de la trama. Y aunque tanto en el texto como en los paratextos, se presenta la obra como una novela (páginas 565 y 571), como una obra "que sondea los límites del género novelístico", lo cierto es que tiene componentes propios de las memorias (así se le denomina en las páginas 7, 146, 358, 416, 563 y 565), la autobiografía, la crónica (páginas 416, 418, 567 y 570), o el reportaje; de "invenciones ficticias en la realidad histórica" (página 567), así como de extensos diálogos con visos teatrales, como los que establecen Ariel y Hortha, e incluso incluye algunas entrevistas (las más significativas y contrapuestas son las que mantuvo con Patricio Guijón, el hombre que vio suicidarse a Allende, páginas 461—481, y Adrián Balmaceda, páginas 498—521). Sin embargo, en el subtítulo de la obra, se la define como "historia". En suma, creo que podríamos tacharla de novela (Ascensión Rivas la ha definido en El Cultural como "novela total"), pues me parece que como mejor se lee es considerándola tal, aunque se valga de los procedimientos y de los materiales propios de estos otros géneros citados. Además, la cita inicial de Javier Cercas nos recuerda los distintos géneros literarios que la novela ha fagocitado a lo largo de la historia. Sea como fuere, lo que al fin y a la postre le importa al lector es el resultado, y este es más que satisfactorio. Sorprende por ello (es un decir), que en los balances que la prensa española suele hacer a finales de año, no aparezca citada, cuando se le da cancha a tanto libro medianejo. Pero si tenemos en cuenta quiénes suelen opinar en ellas y cómo suelen privilegiar a los autores más conocidos y a los colaboradores de la casa, la extrañeza no debería ser tanta.      

En el centro del relato, desde el mismo título, aparece Salvador Allende, cuya muerte es investigada por el narrador, por encargo de un misterioso y multimillonario mecenas, llamado Joseph Hortha, que desea saber si el presidente chileno se suicidó o fue asesinado por los militares; si su muerte –en suma— fue trágica o épica. Un interés que, como iremos sabiendo, tiene que ver con la propia biografía de Hortha, un hombre de vida solitaria que se ha propuesto crear un Museo del suicidio. Algunos de los personajes secundarios, como Angélica ("la figura central en mi historia", confiesa el narrador, página 451) y Pilar Santana, esposas de los protagonistas, resultan eficaces para la construcción del conjunto, como motores de la trama e interlocutoras necesarias, e igualmente otros muchos personajes, aunque algunos de ellos solo aparezcan de forma esporádica, no por ello con un papel menos significativo, de modo que bien podría decirse que la narración es —en cierta forma— coral, como cuando le cede la voz a "la gente" (página 370). El caso es que se cuentan las vidas de Ariel, Hortha y de sus respectivas familias, con sus —a veces— oscuros pasados, además de las relaciones que ambos mantuvieron con Chile, y sus vinculaciones con Allende y con lo que el presidente representó. Así, el autor parte del mito, de leyendas consolidadas, para intentar que se abra paso la verdad.

Las cuatro citas iniciales, en especial la de Novalis, resultan definitorias, pues el romántico alemán nos alerta –según ocurre en esta ocasión— sobre cómo "las novelas surgen de las deficiencias de la historia". La narración aparece dividida en cuatro partes, cuyos títulos remiten a una cierta gradación temporal (Comienzos, Aterrizajes, Despedidas y Resurrecciones), compuestas por un total de veinte capítulos. Estas partes se completan con un "simulacro de epílogo" (páginas 561—571), en el que se incluyen los agradecimientos y donde el autor se pregunta por el futuro de la humanidad, además de sobre otras consideraciones de interés; en particular, cuando afirma que "la historia contemporánea reivindica en forma tajante la ficción que conjeture".

La trama se desarrolla treinta años después de haber llevado a cabo la misión, el encargo que le hizo Hortha, en 1990; o sea, en el 2020. Pero no habría que perder de vista otras fechas y hechos notables, como son: 1970, con la llegada de Allende al poder; 1973, el año del golpe, de la muerte de Neruda, no sabemos si envenenado o producto del cáncer que padecía; del asesinato del cantante Víctor Jara y de la apuesta de Berlinguer por el compromiso histórico; y ya más adelante, en 1977, cuando el Che Guevara es asesinado en Bolivia, y se suicida Beatriz Allende, la hija del presidente; y en 1986, cuando el narrador regresa por primera vez a Chile, tras el golpe.

Lo que en realidad se cuenta es, pues, la historia de una misión que consiste en llegar a saber, a ciencia cierta, si Allende se suicidó (la versión que alentaron los golpistas) o bien lo mataron luchando (idea difundida por muchos de sus partidarios, entre ellos, Fidel Castro y el propio autor, abusando del motivo del bel morir…, como reza el verso de Petrarca); junto con una reflexión sobre lo que supone el exilio, el regreso al lugar de origen (páginas 51, 246); y sobre cómo funciona la memoria (según Dorfman, zigzagueando, página 467); además de mostrar la "perpetua búsqueda" de la identidad, que se decanta entre dos países (Chile y los Estados Unidos), dos idiomas (el español y el inglés) y diversas lealtades (ideológicas y culturales), pues él se considera un exiliado, "un solitario émulo de Byron" (páginas 452—454); así como una reflexión sobre las distintas vías para alcanzar el poder, ya sea de forma pacífica, ya violenta; y sobre cómo ello afectó a los jóvenes que se comprometieron políticamente y optaron por la violencia (Roberto Bolaño reflexiona con su habitual lucidez a este propósito en Estrella distante, su novela de 1996) (páginas 33 y 504—507). Pero también se adentra en averiguar qué fue de los miembros del MIR; así como formula una sucinta historia de la evolución del pensamiento de izquierdas. Además, tanto al lector español como al chileno le interesarán las alusiones al Winnipeg, el barco fletado por Neruda, que llevó a los exiliados republicanos españoles a Chile, entre ellos, al pintor José Balmes, destacado militante comunista que apoyó la Unidad Popular de Allende, por lo que tuvo que exiliarse en Francia (ppágina 61—63).

La novela plantea, en resumidas cuentas, valiéndose tanto de la ficción como de la realidad histórica, un problema político y, en esencia, de convivencia, que bien podría aplicarse a España, Argentina, Uruguay o la antigua Yugoslavia: "¿Cómo construir un país dedicado a la verdad, si perpetradores y víctimas coexistían en el mismo espacio (…), y, lo peor de todo, se mentía sobre cuán normal era tal cohabitación, cuán fácil resultaba, se negaba que tal proceso nos corrompía el alma? ¿Cómo reconciliarse con la certeza de que no habría justicia plena, que era imposible esa justicia?" (página 385). Y, de inmediato, el narrador comenta que no es la novela el mejor género para tratar esos temas, y que "lo que el país requería era una obra de teatro", una pieza como La muerte y la doncella, la cual concluye sin que se produzca una reconciliación, porque "la insurgencia estética y moral de Paulina [la protagonista], su subversiva energía femenina que ponía en tela de juicio los mitos de esta transición, señalaban un camino hacia el futuro, un modelo a seguir" (ppágina 385, 389 y 437).

La novela tiene diversos momentos dignos de ser destacados, pero diría que, entre lo mejor, se encuentra la visita a la tumba de Allende, en Viña del Mar (páginas 233—240); el paralelismo que se establece entre el regreso de Ulises, en la Odisea, y el retorno del autor/narrador protagonista a Chile (página 244); la escena con los cabezas rapadas y, luego los comentarios con el taxista sobre Pinochet (página 263); o la búsqueda de una vieja foto (un grupo de camaradas, los líderes del MIR, andando por una calle de Santiago, los amigos ya muertos, con la certeza que tenían entonces de que marchaban hacia la gloria), sobre la que se comenta: "la foto está aquí para recordarme que hay que honrar a los muertos viviendo y no muriendo como ellos" (páginas 410, 498—502, 506—508 y 550). En suma, en treinta páginas se concentran algunas de las partes que literariamente más me han interesado. Otra de sus mayores virtudes estriba en cómo la narración transcurre entre las certezas y las dudas; no en vano, en el desenlace nos llevamos una cierta sorpresa. En diversos momentos del relato, se vale del procedimiento retórico de la anáfora, para intensificar lo que pretende decir, una idea o una necesidad, o para mostrar la variedad de opiniones posibles (páginas 359, 370, 375, 507, 545 y 550).

Creo, sin embargo, que hubiera ganado sintetizando algunos de sus materiales: la historia de la novela policíaca que escribe el autor, que no consigue concluir ("estoy armando una novela que ocurre en la Embajada argentina justo después del golpe", la que luego se denomina como "la novela de los asesinatos en la Embajada", ppágina 375 y 385); los detalles sobre el Museo del Suicidio, etc. En suma, hubiera necesitado una mayor contención y disciplina en el relato de alguno de sus episodios, como ocurre con el epílogo en el que abusa de la verborrea y cae, a veces, en el empalago. Quizás abarque demasiado: la historia de Chile, la vida y la muerte de Allende, además de la trayectoria vital tanto del narrador como de Hortha, las mujeres sacrificadas a la política masculina (página 401), el relato de la escritura de una novela o el feminismo y el ecologismo (traído por los pelos, a la moda del día, en el conjunto de la narración, por muy cierto que sea lo que se dice al respecto), que también en España fue una apuesta de marxistas como el filósofo Manuel Sacristán y algunos de sus discípulos, en la revista Mientras tanto, defensora temprana de una conciencia ecológica. Y, por último, el peligro de la extinción del mundo (página 377), en "este siglo de mierda", el XX, tal y como lo denomina Hortha (página 378). La labor del autor, al fin y a la postre, se sintetiza a la perfección en una pregunta que se formula en el desenlace: "¿No era esto, después de todo, lo que hacen los novelistas, no era esta mi faena y obligación, ahondar en las cavernas insondables de otros seres humanos, reales y ficticios, y emerger con palabras que dieran sentido al caos de sus vidas?" (página 542). Es lo que, en otro momento, se denomina con fortuna "imaginación compasiva" (página 99).

El escritor Juan Gabriel Vásquez (La persistencia del 11 de septiembre, El País, 15/IX/2023, página 11) la ha considerado como "una metáfora extraordinaria del lugar que ocupa ese episodio en la conciencia de Chile". Esta novela mantiene una actitud crítica con la historia chilena, sobre todo con los reformistas y con aquellos que acabaron acomodándose a la dictadura (página 419). Ese acomodarse en el poder es una experiencia que conocimos en España durante la Transición. En suma, podría decirse que el mito de Allende sigue vivo, pues su vía pacífica, democrática, al socialismo no ha perdido vigencia, aunque la derecha chilena siga hoy justificando el golpe. Y a pesar de que conozcamos mejor la injerencia de la CIA, que no solo intentó impedir que Allende alcanzara la presidencia, sino que también apoyó el golpe de Estado y el régimen de Pinochet. Todo ello, con la aquiescencia de Nixon y Kissinger.

Raúl Quinto: de gitanos, reyes y cortesanos

Sea como fuere, y obviando esas pocas objeciones, me parece que es uno de los mejores libros de ficción publicados en español, entre los que había leído durante el pasado 2023.

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* Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.

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