Los libros

Recuerdos, preguntas y algunas respuestas

Portada de Utilidad de las desgracias, de Fernando Aramburu.

Fernando Aramburu

Utilidad de las desgracias

Tusquets

Barcelona

2021

Fernando Aramburu

Ilustraciones de Marta Elza

¿Por qué estaba triste el río?

Alfaguara

Madrid

2021

Nos encontramos ante una recopilación de artículos y ante un cuento destinado a los lectores infantiles. El primero se compone de seis partes, encabezadas por un prólogo en el que el autor, Fernando Aramburu, se plantea en qué consiste el articulismo literario. En mi opinión, los textos que forman el conjunto, publicados en el 2017 en el diario El Mundo, como parte de una sección titulada “Entre coche y andén”, se hallan más cerca del artículo, sin más, o del ensayo breve, que del artículo literario propiamente dicho, pues me parece que este debería elaborarse con otra retórica, y una –digamos— mayor voluntad de estilo. El título, la selección de los textos y su ordenación son obra de Juan Cerezo, editor de Tusquets.

Al final del libro Aramburu se formula diversas preguntas, empezando por cómo sería un debate con el joven que fue, para terminar interpelándose: “¿Qué hiciste de mis certezas, de mis aspiraciones, de mis proyectos? ¿Tú eres el hombre al que yo me encaminaba?” (p. 347). Aun cuando estos artículos no aludan de manera explícita a esas cuestiones, sí podemos deducir algunas respuestas. Podría decirse que se centra, en suma, en cuatro temas: en su experiencia vital, con su infancia y juventud; en los libros que frecuentó; del cuestionamiento de algunos aspectos de la sociedad; y, por último, en la condición de escritor, con todo lo que ello supone.

Lo que más aprecio de estos textos es su sencillez, el tono discreto, humilde, siempre generoso en sus juicios, honrando a menudo a sus maestros, a veces profesores anónimos, a las gentes que le ayudaron en sus inicios, como la escritora Ana María Navales (p. 47). Así, se muestra, digamos, sincero, creo que verdadero, y no se atiene a modas ni a opiniones establecidas, que a veces cuestiona con razón.

Su perspectiva es múltiple, pues si pasó su infancia en San Sebastián y, a partir de 1979, la juventud universitaria en Zaragoza, donde conoció a su mujer, la Guapa, como suele llamarla en sus libros, la madurez de nuestro autor ha transcurrido en Alemania, en dos ciudades, primero en Lippstadt y luego en Hannover, donde sigue viviendo. Estas cuatro ciudades aparecen a menudo en sus rememoraciones, como cuando recuerda las placas en el suelo (Stolperstein) en memoria de las víctimas del nacionalsocialismo; o al comparar el carácter de las gentes del Norte con las del Sur; o para denunciar una torpeza diplomática, otra más, del expresidente Zapatero.

Nos habla Aramburu de las costumbres de su casa familiar en San Sebastián, de cómo eran sus padres, el matriarcado que prevalecía; de algunos de sus primeros profesores, en las Escuelas Públicas de El Antiguo, donde no faltaban las bofetadas: “hay dos o tres que hoy agradezco y yo sé muy bien por qué”, confiesa para irritación de buenistas y papanatas (p. 24). Luego, él mismo ejerció de profesor, sufriendo, como lo sufrimos todos los enseñantes, las ridículas “directrices pedagógicas” que –entre otros muchos disparates— han relegado la ejercitación de la memoria. Y aconseja que se les enseñe a los chicos en las escuelas a estar solos, en silencio, a cuestas con sus musarañas y pensamientos. Él, en cambio, nos confiesa que memorizó poemas, como los de Espronceda, a quien considera “un rapero del siglo XIX” (p. 28).

En diversos textos cuestiona el patriotismo, cuyo peor resultado han sido los atentados de ETA, y el apoyo que gozó en la sociedad vasca: unos porque estaban de acuerdo con los asesinos y otros porque miraron hacia otro lado, como ocurrió a menudo con el PNV. Así, rememora el asesinato del guardia civil Pardines en 1968, el primero de la banda terrorista; los atentados contra la Librería Lagun, de María Teresa Castells, y contra la farmacia del escritor Raúl Guerra Garrido, pionero en relatar en la ficción el sufrimiento de las víctimas de ETA; y se refiere en un par de ocasiones a su novela Patria (2016), a propósito de algunos de estos trágicos sucesos (pp. 64 y 74). Así, mientras otros intentan blanquearlos, concluye este asunto: “el relato de ETA no se sostiene” (p. 78).

Su pasión por la literatura ocupa muchas páginas, empezando por su pertenencia al grupo vanguardista vasco CLOC, aunque su trayectoria como escritor se haya desarrollado fundamentalmente en Alemania, con la suerte de haber tenido un editor en Barcelona que ha confiado en su obra, desde mucho antes de que alcanzara el éxito comercial con su citada novela. Le dedica artículos a obras de Unamuno, Nabokov, Carmen Laforet, Ramiro Pinilla o Gonzalo Hidalgo Bayal, cita en diversas ocasiones al malogrado escritor Félix Francisco Casanova de Ayala, y elogia los libros de Nuccio Ordine (La utilidad de lo inútil y Clásicos para la vida), en defensa de las Humanidades.

Pero también nos proporciona una receta culinaria, cuyo protagonista es el ajo, y una apología de la pera, quizás en recuerdo de la exquisita Birne Törte, tarta de pera, alemana (pp. 144-148); critica el mal uso que se está haciendo de los teléfonos móviles, el abuso y la falta de respeto por los demás, al imponerles –con frecuencia— su cháchara y conversación insustancial (pp. 93, 97 y 289); y las versiones modernas, y disparatadas, de algunas óperas (p. 108). Estas críticas suyas resultan necesarias en una sociedad como la nuestra cuyas gentes tienen, por lo general, amplias tragaderas, pues siempre encuentran una justificación para los más grandes dislates.

Su concepción de la literatura, sus lecturas y los elogios que le dedica a varios poetas recientes (Isabel Bono, Rosa Berbel, Eloy Sánchez Rosillo y su gran amigo Francisco Javier Irazoki, Zoki, excelente poeta y, por lo visto, gran cocinero), así como su interés por las citas falsas aparecen en estas páginas. Pero yo destacaría el artículo dedicado a “El oficio de entrevistar”, que deberían leer y tener en cuenta todos los que cultivan el género, concluyendo que “entrevistar es sacar a bailar verbalmente a un interlocutor, y llevarlo y traerlo, y que colabore de buena gana” (p. 174).

Comparto asimismo con el autor la afición por la música y por el gusto de visitar las casas de los escritores y los cementerios en los que descansan; no en vano, sitúa una escena de una de sus novelas en un camposanto de Berlín, donde está enterrado Brecht, entre otros individuos ilustres. Si bien compara las ciudades europeas que suelen cuidar estos recintos, con la poca atención que se les presta en España, según ocurre con la casa de Aleixandre.

Tampoco falta el humor de situación, como cuando rememora que Rosa Montero le espetó que Cristina Fernández Cubas era mejor escritora de cuentos que él. Fernando aceptó el juicio y parece ser que Cristina, presente, lo ratificó también con su silencio. O el artículo que le dedica a cómo abrazan los escritores que conoce, sin esconder los nombres de los más cariñosos.

Por último, en el libro infantil cuenta la historia de un río contaminado por el hombre, que Mariluz, una niña, consigue salvar, restableciendo el orden ecológico, la perdida armonía de la naturaleza. Se trata de un volumen, además de para leer, para ver y oír en voz alta, entre padres e hijos.

América en blanco y negro

América en blanco y negro

Quienes quieran conocer más a Fernando Aramburu y entender mejor sus obras, deberían leer este libro de artículos.

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Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.

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