El rincón de los lectores

Ricardo Zamorano, 'in memoriam'

El pintor Ricardo Zamorano.

Isabelo Herreros

El pasado día 8 de abril fallecía en Madrid Ricardo Zamorano, en este silencio que todo lo cubre y empaña, un relevante pintor vinculado a los movimientos de la vanguardia artística de los años cincuenta y sesenta. Tenía 97 años y hace tiempo que vivía retirado, debido a problemas de salud. Los medios de comunicación, en estos días aciagos en que la pandemia lo ocupa todo, no se han hecho eco de la triste noticia, ni siquiera ha habido lugar para una pequeña nota en alguna sección de Cultura, ahora inexistente, y no es queja, son las circunstancias, que a todos afectan y que todo condicionan.

Es lamentable que no exista una documentada biografía o una tesis doctoral sobre la trayectoria creativa de Ricardo Zamorano, pero su obra está ahí y nos habla, y se nos revela en unos casos como testimonio y denuncia, en otros con una gran belleza, esa que son capaces de crear los artistas influenciados por la luz y el paisaje del Mediterráneo. El erotismo es una dimensión muy relevante en su obra, y es seguro que cuando se pretenda abordar la historia del arte erótico en la España del siglo XX, en particular la segunda mitad, se tendrá que estudiar esa parte de la obra de Zamorano, al lado de Saura, Perellón, Roldán o Úrculo. Un erotismo que se erige en continuador del esplendor de los años veinte y treinta, sepultado por la férrea censura de la posguerra española. Casi todos estos creadores, como señalaba el crítico Moreno Galván en la revista Triunfo, tienen en Picasso y Goya fuentes de inspiración. Por suerte, el pasado año cuajó la iniciativa de mantener, de manera permanente, una exposición antológica de la obra de Ricardo Zamorano, y ello ha sido posible en la localidad cordobesa de Villa del Río, tras la generosa cesión por parte de la familia de una parte importante de los cuadros del pintor, así como por la apuesta de su Ayuntamiento por convertir la localidad en un referente del arte contemporáneo español, a través de esta y otras colecciones de importancia.

Buena parte de la formación inicial de nuestro artista tuvo lugar en la Escuela de Artes de San Carlos de Valencia, durante la Guerra Civil, cuando la ciudad del Turia era la capital republicana, por lo que coincidió, en aquella ebullición de cartelería de guerra, con artistas conocidos como Vicente Canet, Arturo y Vicente Ballester, Borrás Casanova, Eleuterio Bausset o Josep Renau. Gran parte de aquella ingente labor de propaganda de combate era anónima, no se firmaba, por lo que, salvo los cartelistas ya conocidos y consagrados, del resto es muy difícil seguir la pista, entre ellos un adolescente Zamorano.

Continuó su formación en los años cuarenta, con una beca de la Diputación de Valencia, y muy pronto tendrán lugar exposiciones y algunos viajes importantes, para su madurez como pintor y también para su vida privada, como lo fue la invitación que recibió para ir a Santander, auspiciada por el ya consagrado poeta José Hierro, y con cuya hermana, Isabel Hierro, Ricardo iniciaría una relación que ha durado hasta el final de los días de nuestro amigo. La muestra en Santander tuvo lugar en la sala de exposiciones de la revista literaria Proel, y que había sido inaugurada en 1949, nada menos que con una importante muestra de la obra de Vázquez Díaz.

En los cincuenta viajaría a la República Dominicana para realizar encargos del Gobierno, por mediación del gran pintor español exiliado Vela Zanetti, autor este de uno de los grandes murales que existen en la sede de la ONU en Nueva York. El gobierno de Trujillo quería también tener sus murales, siguiendo la estela estética que en México habían desarrollado Diego Rivera y Siqueiros. Un inocente comentario estuvo a punto de costarle caro a Zamorano, al alabar en presencia de Trujillo la morenez de la piel de este, pues el dictador quería ser blanco y que lo fueran también los dominicanos, y esa era una de las razones por las que había admitido exiliados republicanos, con la finalidad de "blanquear" la isla caribeña.

La obra de Zamorano es indisociable de su compromiso político y social, lo que no resta un ápice de calidad a su pintura. Es por lo mismo que tuvo un gran protagonismo en la fundación y desarrollo del grupo de artistas llamado Estampa Popular, creado en Madrid en 1959, y que tuvo como inspirador a José Ortega, que vivía exiliado en París. Los fundadores en Madrid fueron Javier Clavo, Antonio R. Valdivieso, Manuel Ortiz Valiente, Pascual Palacios, el citado Ortega, Antonio Zarco, Dimitri Papagueorguiu, Luis Garrido y Ricardo Zamorano. A través del guionista y dirigente cultural comunista Ricardo Muñoz Suay tuvieron conocimiento del manifiesto de un colectivo de artistas, Gráfica Popular de México, con inquietudes similares en cuanto a la plasmación en grabados de imágenes de crítica social y política.

Los artistas españoles de izquierdas se sentían más próximos a la sensibilidad y estética mexicana, en la traslación a la pintura o al grabado de su visión del mundo, que al ya trasnochado realismo social soviético. Puede decirse que en las artes plásticas no había las limitaciones y censura, que sí que existían, de modo asfixiante, en cine y teatro. La primera exposición tuvo lugar en la Sala de Arte Abril, en la calle Arenal de Madrid, en mayo de 1960. Se exhibieron aguafuertes, litografías, linóleos y maderas. En su segunda exposición, Madrid y Santander, en ese mismo año, dieron a conocer en el catálogo los fines de Estampa Popular:

“Nos hemos reunido un grupo de artistas con la intención de conseguir un movimiento de entusiasmo hacia el grabado como forma artística para una gran comunicación popular. No pretendemos ser un coto cerrado, sino, por el contrario, desearíamos que muchos pintores viesen la gran posibilidad de divulgar su arte y el que éste llegue hasta las clases menos privilegiadas. Por lo tanto, aceptaremos en Estampa Popular a todo aquel artista que siente interés por el grabado y por la intención que nos guía a los fundadores”.

 

Estampa Popular tuvo, con mayor o menor importancia, una existencia propia en varias ciudades importantes, como Valencia y Barcelona. En todos los casos las características de sus técnicas eran similares: se partía de un realismo crítico y social, y se llevaba a la estampación. Es decir, la representación de la realidad social de una España, en gran parte agraria, bajo la bota de una dictadura militar. Las estampas, que se pretendía fueran asequibles a las clases trabajadoras, se realizaban con planchas de madera y linóleo, con fuertes contrastes de blancos y negros, y una expresividad y unos trazos vigorosos, como correspondía al mensaje social que se quería transmitir. A veces se parte de noticias de prensa, escenas de barrios pobres, o de versos de Miguel Hernández. Ya se apuntaba en su declaración de principios:

“Un arte al servicio del pueblo ha de reflejar la realidad social y política de su tiempo y requiere imprescindiblemente la unión y contenidos realistas”.

 

Pronto la brigada político-social del régimen se percató de la intencionalidad "subversiva" y de agitación del grupo, de sus relaciones con el PCE, y no les puso fáciles las cosas, con seguimientos, persecución y clausura de exposiciones en algunos casos. Este colectivo, con altibajos, e independiente de la propia carrera artística individual de sus integrantes, tuvo vida hasta 1977 y su influencia fue muy de destacar en la lucha librada el mundo de la cultura. No hace falta reiterar la importancia de Ricardo Zamorano en el grupo, en particular por haber dado con un estilo muy propio, que se sale del corsé del realismo y roza el surrealismo en ocasiones.

Compaginaba esta actividad con la docencia como profesor de dibujo en institutos de Enseñanza Media, así como con una muy importante labor como ilustrador de referencia en revistas como Ínsula, por lo que era un habitual de la tertulia que en el Café Lion pastoreaba José Luis Cano, de quien fue gran amigo. En la revista Triunfo los dibujos de Zamorano ilustraban y llenaban las páginas del semanario antifranquista, eran como duendecillos que revoloteaban por todas las secciones. También fue muy destacada su presencia en Ruedo Ibérico, la editorial española en París, cuyos libros y revistas estaban prohibidos en nuestro país, y perseguida su circulación como si se tratase de propaganda subversiva. Estas y otras colaboraciones, consecuencia de su compromiso político, le ocasionaron problemas con la policía de Roberto Conesa y Antonio González Pacheco, la tristemente célebre Brigada Político Social, así como con el Tribunal de Orden Público, en cuyos sumarios eran incorporadas, como piezas de convicción, páginas y páginas ilustradas por nuestro amigo. Aunque no se decantó Zamorano por la prensa satírica, no dejaba de ser requerida su participación en cuantas publicaciones de este ámbito aparecían en los últimos años del franquismo y la Transición, como fue el caso de Hermano Lobo. Muchos conocían su querencia y afición por el humor anticlerical, que practicaba a su modo, en dibujos de sobremesa en cualquier papel o servilleta de papel, que generosamente regalaba después a sus amigos; era aquel humor de su Valencia natal, de publicaciones republicanas como La Traca.

Otra faceta importante en la vida de Ricardo Zamorano fue su participación en las tertulias literarias de su generación, convirtiéndose su presencia en imprescindible en varios de estos grupos. Fue muy amigo de Gabriel Celaya, Juan García Hortelano, José Hierro, Blas de Otero, Claudio Rodríguez, Vicente Aleixandre, Angela Figuera, Angelina Gatell, José Caballero Bonald, Carlos Álvarez, Antonio Ferres, Armando López Salinas, Ángel González y José Esteban. Con el mundo del cine también mantuvo relación, y amistades muy próximas con directores como Juan Antonio Bardem y con su paisano Luis García Berlanga. Hoy son muy valoradas ediciones ilustradas por Zamorano como la que hizo del poemario Los encuentros, de Vicente Aleixandre, en 1958, y una larga lista de ilustraciones de libros que merecen una labor de recopilación, así como, en la medida de lo posible, de localización de originales, dispersos la mayoría por esa generosidad del pintor, que no daba importancia a estas cosas.

Mientras pudo, no dejó de acudir a estas tertulias de amigos, vinculados a la literatura o a las artes, y lo hacía todas las semanas a la que aún dirige el escritor y editor José Esteban, o a la que él mismo presidía en el Café Gijón, conocida como Contra aquello y esto, y que presidió muchos años el escritor Meliano Peraile.

El andar errante de María Zambrano

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Impactaba su sencillez, su mirada limpia, de persona bondadosa y sin doblez, y su presencia de ánimo, incluso ante situaciones difíciles o tristes; siempre aparecía su humor valenciano, quitando gravedad a las noticias preocupantes. Incluso en momentos dramáticos era capaz de arrancar sonrisas. Que la tierra te sea leve, amigo.

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Isabelo Herreros es periodista y escritor.

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