Última memoria

Virginia Cantó

 

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  Última memoria

Padre, algún día llegarán las garzas al arroyo

y serán más altos nuestros brazos para poder apresarlas.

Algún día, el cuerpo diminuto de las flores

poblará las laderas de ese bosque de los vientos rojizos

y silbarán las ramas de los chopos una canción surgida de repente

pero que ya estaba ahí, latiendo en nuestro labio,

y podremos tararearla en nuestro propio lenguaje

mientras danzamos sobre el pie único del tiempo

y la cáscara de lluvia que humedece la tierra

empapará lentamente nuestros dedos descalzos.

Así será, algún día,

y bajarán las luces altas de las copas

al pie de nuestro paso,

y ese sol, ese bocado rojo de fruta que madura

nos quemará en las manos y hará brotar de ellas

pájaros diminutos que volarán tan fuerte

que ni siquiera nuestros brazos altísimos

podrán apresarlos encima de los chopos. Encima de la luz.

Encima del recuerdo.

Padre, es este tiempo nuestro un espacio de difícil memoria,

esa memoria frágil que te queda y confunde los nombres

como letras sin patria, que detiene las fechas

al borde del abismo

en el tiempo repentino en que los cuerpos

no sentían el frío del pasado, ni cortaba la luz

entre los párpados como una hoja de acero

hendida en el iris con su gota de lluvia.

Y nos llegan las voces de repente. Y nos prestan sus gritos

de madera de chopo en medio de la sala

y yo alzo los brazos como alambres de musgo

para apresar tu cuerpo, tu cuerpo tan alto

como el silencio de un bosque

y yo alzo los ojos en un gesto de hierba

para ofrecerte a la hija que mereces

la hija pretérita que no conoció la lengua en que le hablabas

y que ahora te abraza débil como un pájaro

que no bate sus alas ni conoce

del dolor del que carga tu maleta de olvidos

y verdades a medias, del dolor que me habita

en el cuerpo imposible que contemplas extraño

cuando cruzo despacio el salón de esta casa

como las altas garzas bajan de los árboles

su plumaje límpido hasta el arroyo

y yo hago crujir la tierra muy cerca de tus brazos

y salpico en tus ojos mil peces diminutos

que brillan tan fuerte

que cerramos por inercia los párpados para no cegarnos con su luz.

Padre, es este tiempo nuestro un espacio de difícil recuerdo

y la memoria última que queda en tu senil belleza

no será suficiente para poder encontrarnos.

Pero un día, un día alto, muy alto,

llegarán las garzas al arroyo con su plumaje intacto

y donde había brazos ya tendremos dos alas

−dos alas puras, y blancas, e infinitas−

para apresar su vuelo.

(Del poemario inédito Los ojos amarillos.)

*Virginia Cantó es poeta. Su último libro, Virginia CantóPasaporte renombrado (Huerga y Fierro, 2013). 

 

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