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“Mañana saldrá volando el hollín y serás tú”

Una ilustración de 'El diario de Helga'.

Antonio G. Maldonado

“Hemos acabado, sin saber cómo ni por qué, bajo la protección del Tercer Reich.protección También nos han dado un nuevo nombre. En lugar de Checoeslovaquia, ahora nos llamamos Protectorado de Bohemia y Moravia”, escribe en 1939 la pequeña Helga desde su ciudad natal, Praga. Apenas tiene diez años y en su diario comienza a anotar los cambios que se producen en su vida de clase media judía checoeslovaca. No lo abandonaría desde entonces hasta 1945, año en que es trasladada desde el campo de concentración de Terezin a Auschwitz, y de allí Mauthausen, donde sería liberada al final de la guerra junto a su madre. En medio dejaría amigos y parientes, todos pendientes de los así llamados “transportes” que se los llevaban al “otro lado”, eufemismo con el que la mayoría se autoengañaba para no pronunciar la verdad de lo que les esperaba: el gas. Ella misma lo resume en un comentario: “Si no lo hubiera visto con mis propios ojos, no me creería que hoy en día, en el siglo XX, algo parecido sea posible en absoluto”.

"Hoy los alemanes han invadido Polonia; por la tarde he ido a la piscina", escribió Franz Kafka en su diario en septiembre de 1939. Lejos de la parquedad de su compatriota, Helga Weiss, pese a su corta edad, advierte el dramatismo de su situación desde el principio, con una mirada entre inocente y aterrada. No hay en este diario de su cautiverio entradas alejadas del horror diario. La mayoría de textos hablan de su cotidianeidad, primero en la Praga invadida, después en los transportes, y finalmente en los distintos campos donde padeció la vesania racista del Tercer Reich. “Que llegue ya. El aplazamiento tampoco será para mucho y es horrible esperar así, en la incertidumbre”, escribe aún desde Praga.

Mirar hacia otro lado

El primer destino en cautiverio de Helga fue el campo de Terezin. Sinónimo de la ignominia y la hipocresía, el lugar fue el escaparate en el que los nazis pretendieron mostrar ante una opinión pública alarmada por las primeras denuncias, el trato “humano” que daban a los judíos allí encerrados. Helga cuenta los pormenores de la visita del Comité de la Cruz Roja, y cómo prepararon el campo para dar la sensación buscada. "Es ridículo, pero es como si Terezin se tuviera que convertir en una ciudad balneario”. Tan pronto el Comité abandonó el campo, volvió la brutalidad indisimulada de raciones escasas, frío, hacinamiento, separación de familias, trabajos forzados, humillaciones y muertes. Y volvieron los conocidos “traslados”, como el que la propia Helga sufrió a Auschwitz, junto a su madre, pero ya sin su querido padre, Otto, al que ya no volvería a ver. “Cómo te tembló la mano cuando me apretujaste contra ti por última vez. ¿Qué significaba? ¿Hasta la vista o adiós? Papá, ¿creías que volveríamos a vernos?”, escribe el día en que se separan.

Weiss, antes de ser trasladada a Auschwitz, dejó en Terezín, al cuidado de un tío suyo, sus cuadernos y sus dibujos, entre naif y expresionistas, y que la editorial Sexto Piso ha tenido el tino de reproducir en una edición cuidada al máximo bajo el nombre de El diario de Helga. Al finalizar la contienda, la propia Weiss pidió a su familiar que rescatara sus páginas del escondite emparedado donde las había escondido. No sería hasta muchas décadas después cuando la autora se percataría del valor histórico y artístico de su producción, que había estado hasta entonces guardada y expuesta parcialmente. “En Terezin se escribían muchísimos diarios, no sólo los niños, los escribían también los adultos, porque la gente necesitaba ajustar las cuentas con la situación y empezar a escribir”, afirma en la entrevista incluida en el libro y que infoLibre reproduce.

La comparación con el Diario de Anna Frank es recurrente, por obvia.Diario Pero la proliferación de diarios y testimonios sobre una de las mayores carnicerías de la historia de la humanidad no puede verse como un aprovechamiento de un tema de moda. La Segunda Guerra Mundial, sea en su vertiente militar, estratégica o racista, es inagotable. La amplia y rica bibliografía (y filmografía) parece dejarnos un poso momentáneo de comprensión del fenómeno y de catarsis, que desaparece apenas cae en nuestras manos o en nuestras carteleras otra película, otro libro, otra serie. Si con Salvar al soldado Ryan creímos que ya no nos sorprendería nada que hablara del Desembarco de Normandía y el descubrimiento aliado de los campos de exterminio, al ver los diez memorables capítulos de Band of Brothers nos dimos cuenta de cuán equivocados estábamos. Lo mismo ocurre con este diario, que impresiona y estremece, aunque hayamos leído antes el mencionado de Anna Frank, las novelas de Imre Kertez, el Diario de Praga de Peter Ginz y tantos otros.

El Holocausto sigue siendo incomprensible

, y cada libro no es más que una gota en un océano de incredulidad del que aún no hemos conseguido vislumbrar la orilla. Y los testimonios tienen el valor que Helga define en una pregunta que anotó en su cuaderno: “¿Tiene algo en común nuestra vida con la del resto del mundo? […] ¿Podremos continuar la vida con los que se quedaron fuera y avanzaron sin interrupción por su camino?”.

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