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Teatro del exilio

Un monólogo de Max Aub entre muertos y ruinas

Un monólogo de Max Aub entre muertos y ruinas

Emma se desnuda por la mañana para lavarse y lo hace como un acto de rebeldía. “Desnudarme por completo es lo único que no me podrán quitar”, dice. Y es cierto: en la Viena de finales de los años treinta, al marido de Emma lo han fusilado los nazis; su hijo pereció en una cárcel de la Barcelona republicana, donde trabajaba en la embajada austríaca; y su cama, su vajilla y su casa es ahora la casa, la vajilla y la cama de los invasores alemanes. Emma piensa en la muerte, sobre todo cuando llega al que era su hogar, donde trabaja como sirvienta, y los nazis están usando las sábanas de su madre que ella sólo disfrutó en una ocasión con su difunto esposo. Pero en el fondo no quiere morirse, porque recordar todo lo que pasó y atesorar ese odio es su otra forma de rebeldía. “Yo vi eso”, dice también. Y lo cuenta para que no se nos olvide a nosotros tampoco, para que no lo volvamos a repetir.

Emma es la protagonista de De algún tiempo a esta parte, un monólogo teatral que Max Aub escribió en 1939, ya exiliado en París y muy influido por Terror y miseria en el Tercer Reich, de Bertolt Brecht. En aquel entonces, el escritor sólo había visto los horrores de la Guerra Civil española, pero intuía que Europa estaba de nuevo al borde del precipicio (la anexión de Austria, el Anchluss, se había producido en marzo de 1938). “Lo que está diciendo Aub es que viene el lobo” señala Ignacio García, director de esta versión que estará en el Teatro Español hasta el 6 de marzo. Por eso coloca a la protagonista en el quicio entre ambos conflictos para dar su testimonio, para advertir del horror a través de su voz. “El título de la obra hace referencia a una pregunta que está en la cabeza de Emma: ¿cuál fue el día en el que aceptamos que se rompiera la convivencia y acabáramos así?”, explica García. De esta manera, Emma, que le habla al marido muerto, narra cómo los vecinos que antes eran amables ahora ni siquiera le devuelven el saludo; de quiénes intentan hacer méritos en el Partido y la desprecian por su sangre; de los austríacos que linchan en la calle a los judíos como una jauría de perros.

“Cuando salgo a la calle, después de terminar la función, me preguntan si no me siento deprimida. Y no, es justo lo contrario”, cuenta la actriz Carmen Conesa, que da vida a Emma, “nunca había entendido lo que significa encarnar a un personaje hasta ahora. Es una redención poder dar voz a tantas mujeres y pueblos que han sufrido guerras e injusticias. Eso es una suerte”. Durante hora y media Conesa redime las penas de Emma –y las de Aub- en el sótano en el que vive la protagonista, entre humedades, ruinas y apenas dos mantas de algodón para pasar el invierno. “En mi camerino, antes de actuar me digo: 'Vamos Emma, vamos Max'”, confiesa la actriz. Y sale al escenario en el que sólo le acompaña un cuidado juego de luces y sonidos que transporta al público a las tinieblas que narra.

Sin embargo, entre la penumbra hay cierta esperanza. Mientras ella elige no olvidar como una forma de resistencia, le llegan las historias de los brigadistas internacionales que murieron en suelo español por un ideal: luchar contra el fascismo. Como la anécdota que cuenta acerca de un grupo de brigadistas que avanzó en sus tanques hacia zona rebelde y se quedaron solos en el campo de batalla. La infantería republicana se quedó rezagada porque no sabía cómo entrar en combate junto a aquellas máquinas que habían visto por primera vez en su vida. Y recuerda (para que tampoco lo olvidemos) que los tanques se perdieron y llegaron a zona leal, pero los brigadistas no lo sabían. Cuando descendieron, vieron acercarse a un grupo de militares, pero tampoco supieron identificar de qué bando eran, porque en ese momento no tenían uniforme propio. Así que optaron por suicidarse con un disparo en la cabeza antes que caer en manos de los franquistas. A Emma le impresiona su altruismo, su muerte en una tierra extraña que ni siquiera sabía cómo pronunciar bien sus nombres.

Teatro del exilio, un patrimonio sin recuperar

De algún tiempo a esta parte

Ignacio García, que ejerció como adjunto a la dirección artística del Teatro Español de 2004 a 2009, critica la pérdida cultura que supuso el exilio: “Es un empobrecimiento del país, intelectual, literario y proletario”. El director, que vive a medio camino entre México y España, lo que le ha facilitado conocer la producción literaria del exilio al otro lado del charco, subraya que ese patrimonio no se ha restaurado del todo. “Creo que es una generación que sufrió el maltrato en esa época y posteriormente. Por lo menos, en teatro”, señala. García alaba el trabajo de Aub y su “teatro político y cívico”, no partidista, con unos personajes que se alejan de concepciones maniqueas. “El mérito de Aub es plantear una dialéctica: al marido de Emma lo matan los fascistas y a su hijo, los antifascistas”, explica.

Max Aub (París, 1903 – México DF, 1972) tenía cuatro nacionalidades: la alemana, heredada de sus padres; la francesa, por nacimiento; la española; y la mexicana, donde pasó la mayor parte del exilio. Sin embargo, siempre se consideró español y a él se le atribuye la frase “se es de donde se hace el Bachillerato”. De algún tiempo a esta parte fue incluido en Tres monólogos y uno solo verdadero, una recopilación posterior que publicó en el país azteca. Dice Ignacio García que el valor añadido de esta pieza de Aub reside en la actualidad de su discurso, en la modernidad de sus planteamientos.

Algún día vendrá la libertad”, concluye Emma, y se desnuda ante el público, porque es su manera de encarar la situación, sin lloros ni lamentos.

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