Canciones de buen rollo: "Puede que la música no te salve la vida, pero un día chungo te lo salva"

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De la misma manera que uno escoge la ropa que va a ponerse cada mañana en función del día que tenga por delante, es conveniente elegir bien esa primera canción que sirva de obertura a la banda sonora de la jornada. Es un momento crucial, más aún que el de los harapos de cada cual, pues determina profundamente el estado emocional para todo lo que haya que enfrentar. Tal es el dominio que la música ejerce sobre nuestras vidas.

Una autoridad anímica que concentra toda su fuerza mientras suena la tonadilla de turno durante unos minutos en los que implosionan en tu cabeza presente, futuro incierto y pasado transitado. En ese ratito se concentran lo que esa canción te hace sentir al escucharla de nuevo, lo que dure su eco llevándote de la mano el resto del día y el lugar pretérito al que te traslada cada vez que acudes a ella en busca auxilio y consuelo. Somos las cintas de casete que ya nunca pondremos y, al mismo tiempo, las canciones que en ellas grabamos y que nos siguen dirigiendo.

"Es imposible vivir sin al menos una canción al día. Como mínimo una. Al principio o al final, al despertar o a última hora de la noche", afirma a infoLibre Isabel Jiménez Moya, autora de Canciones de buen rollo (Silex ediciones, 2023) junto a Carolina Prada Seijas, quien apostilla: "No sé si es infinito el poder de la música, porque ante una depresión seria necesitamos algo más que una canción. Pero sí creo que la música tiene un impacto enorme sobre el estado de ánimo y que nos hace ver el mundo desde otra óptica. Para eso existe el arte, para hacernos la vida más bonita y más llevadera, a pesar de los desastres".

Ambas defienden que el origen del universo está en una cinta TDK: en el radiocasete de los viajes en el coche familiar, en un garito subterráneo, en un concierto... o también en ese libro, película, programa de radio o televisión donde experimentar la epifanía con la música que iba a formar parte de nuestras vidas. Melómanas sin remedio ni intención de remediarlo, han reunido en este título 137 canciones a las que ellas vuelven desde su historia personal, lo cual, claro, la convierte en universal, confeccionando así una lista de reproducción organizada en función de cierto tipo de prescripción médica: temas para superar el desamor, ver el lado bueno de la vida, dulcificar la rutina, combatir al estrés o rebelarse contra el mundo.

De esta manera, entendiendo las canciones como pildoritas, aquí lo que encontramos son recetitas musicales. Cada canción es una pastillita y el libro completo con su playlist comentada es el tratamiento completo. "Nos daba un poco de miedo tener tufillo a libro de autoayuda, pero es que la música tiene en el fondo ese componente de autoayuda", reconoce divertida Jíménez, quien se detiene un instante a medir sus siguientes palabras: "Si que es verdad que la música... salvarte la vida son palabras mayores... bueno, puede que la música no te salve la vida, pero un día chungo te lo salva. Y más de uno, y un montón". "Y todos los que somos un poco musiqueros tenemos canciones refugio, esas a las que sabes que puedes acudir cuando te hacen falta. Incluso muchas veces no las tienes identificadas a ciencia cierta, no lo has verbalizado u objetivizado, pero sabes que están ahí porque recurrentemente vas. Sabes que tienes un día malo, acudes a ellas y te ayudan", argumenta.

Para encontrar el germen de este libro hay que retroceder una década, hasta 2011, cuando Jiménez creó el blog llamado precisamente Canciones de buen rollo (CBR), al que un año después de incorporaría Prada. Esta bitácora cuenta ya con más de una década de vida y medio millar de publicaciones, cada una dedicada a una composición que, como en las páginas de su versión en papel, destaca por su impacto positivo en el estado de ánimo. En sus páginas conviven en buena vecindad Joan Manuel Serrat, Siniestro Total, David Bowie, Joan Jett, Metallica, Raffaella Carrà, The Kinks, Los Enemigos, Etta James, François Hardy o Raphael. También Gloria Gaynor, Leonard Cohen, Marisol, Sam Cooke, Texas, Lou Reed, The Buzzcocks, Conchita Bautista, Rosendo, Édith Piaf, The Beatles o Cyndi Lauper, entre muchos otros.

Decenas de artistas y de canciones que, quizás para alguien no sean todas necesariamente de buen rollo. Pero es que, claro, la que cada oyente establece con una canción es una relación tan subjetiva que está abierta múltiples interpretaciones. Algo que Jiménez explica dándole la vuelta al concepto de bajona: "Comfortably numb, de Pink Floyd, no es a priori de buen rollo, pero puede darte una sensación de relajación muy guay y una paz de lo más reconfortante. El buen rollo no es solamente subidón y bailar, puede ser también estar en paz con uno mismo. Por eso el libro es muy ecléctico, aunque es verdad que somos más de rock y pop, pero hay soul y jazz, música instrumental y un poco de todo".

Infinitas canciones que salir a buscar, que nos sobrevuelan y que nos atropellan por cruzar sin mirar. "A veces una se tropieza con las canciones por casualidad y piensa '¿cómo he podido yo vivir hasta ahora sin conocerla?' A mí me ha pasado eso muchísimas veces escuchando la radio, como relatamos en el libro", apunta Prada, añadiendo que, claro, "otras veces eres tú quien busca deliberadamente una melodía para que te acompañe en un momento determinado o te dé esa respuesta que necesitas". "Las canciones van llegando a ti de una manera u otra. Muchas veces es la gente que te rodea, personas a las que quieres o admiras, las que te llevan a determinados temas o grupos a los que no habías prestado atención o no conocías, y te das cuenta de que puedes quedarte a vivir en ellos", continúa.

"Las canciones son muy poderosas, más de lo que pensamos", tercia Jiménez, quien aprovecha para lanzar un alegato escrito en clave de sol: "La música en general está muy infravalorada, es un arte siempre menospreciado como si fuera cosa de gente de mal vivir, cuando en realidad es súper potente. Es una lástima que las demás artes estén mucho más valoradas que la música, ya sea literatura, cine, pintura, arquitectura... Sea como sea, la música es poderosísima a nivel emocional y psicológico, porque influye muchísimo en las personas a nivel individual pero también como sociedad".

Tanto influye y tan presente está la música en el devenir de nuestro tiempo que incluso hay, por supuesto, cómo no, canciones para el momento político actual que estamos atravesando tras las elecciones del 28M. "Hasta en las elecciones influye", afirma Jiménez, quien pone como ejemplo el himno del PP que, queramos o no, tenemos metido en la cabeza: "Eso es poder. Es tener tu imagen en la cabeza de la gente a través de las ondas sonoras, de algo que te llega al hipotálamo".

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El libro no tiene un capítulo específico de canciones de buen rollo para frenar a la ultraderecha, pero Prada enumera de carrerilla unas cuantas y se detiene para no abrumar en demasía: "Se me ocurren unas cuantas que invitan a la rebelión y a pensar por nosotros mismos. Nazis nunca más, de Reincidentes; People Have the Power, de Patti Smith; Running the World, en la que Jarvis Cocker canta “los cabrones siguen dirigiendo el mundo”; Margaret on the Guillotine, de Morrissey -"sí, esa Margaret es Thatcher", puntualiza-; Todo seta, de El Reno Renardo; Gimme Some Truth, de John Lennon; Spanish Bombs; de The Clash; American Idiot, de Green Day… y tantas otras".

Asiente conforme y sonriente Jiménez recordando que uno de los capítulos del libro se llama Estado de rebeldía y es ahí donde pueden encontrarse composiciones para este loable fin. "Hay mucha música que insufla ánimo combativo, porque para frenar a la ultraderecha hace falta ánimo combativo. Con música y banderita de la paz no consigues frenar el ascenso de esta gentuza, pero sí que escuchando determinadas canciones puedes conseguir alimentar el estado de ánimo rebelde que hace falta para combatirlas. Para no atocinarse, no caer en el 'son todos iguales y está todo perdido'. Porque no. No está todo perdido, no todos son iguales y siempre hay algo por lo que salir a la calle a luchar. En ese capítulo habrá como una quincena de canciones pensadas para entrar en rebelión y esas nos pueden servir, pero hay un millón de canciones más para ello", remarca.

No subestimemos el poder de un cañón de canción que encienda en nosotros, al acertarnos de lleno, el fuego inolvidable que arderá incluso cuando nuestra memoria inevitablemente se apague. Porque, en última instancia, a todos nos sobrevivirán las canciones de nuestra vida, puesto que no nos pertenecen más que temporalmente. Y así lo explica Jiménez: "Se te pueden olvidar cosas, momentos o imágenes que no recuerdas, pero los olores y los sonidos son lo que mejor se retiene en la memoria de las personas. Cuando a un enfermo de alzheimer empieza a fallarle la memoria y no se acuerda de quien es su hijo, que es algo durísimo, sí que se acuerda de las canciones. Le pones una canción de cuando era joven y conoció a su mujer y se la sabe. Eso está ahí. Hasta ese punto son las canciones importantes".

De la misma manera que uno escoge la ropa que va a ponerse cada mañana en función del día que tenga por delante, es conveniente elegir bien esa primera canción que sirva de obertura a la banda sonora de la jornada. Es un momento crucial, más aún que el de los harapos de cada cual, pues determina profundamente el estado emocional para todo lo que haya que enfrentar. Tal es el dominio que la música ejerce sobre nuestras vidas.

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