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Veintiuno: "No es momento para las bandas, Maneskin y Morat son las únicas en el top 100 de Spotify"

La banda toledana Veintiuno.

"Somos una banda. Nosotros queríamos hacer música juntos cuando empezamos a ensayar y a tocar en el garaje de un pueblo de Toledo porque queríamos hacerlo juntos. Durante mucho tiempo hemos perdido mucho más de lo que hemos ganado y lo hemos hecho juntos. Nos ha robado gente que decía que creía en nosotros y hemos vendido nuestros instrumentos para pagar las grabaciones en las que sonaban esos instrumentos. Sabemos que no es una época en la que se crea mucho en las bandas y que la industria dice que es más fácil ir solo, así que gracias a todos los que todavía creen en las bandas y creen en nosotros".

Este fue el discurso pronunciado por Diego Arroyo, vocalista, guitarrista y principal compositor de Veintiuno, al recoger en marzo del pasado año el Premio Odeón Revelación Rock. Un año y medio después, ese discurso se convierte en la introducción de su nuevo disco, el cuarto ya, disponible desde este viernes con el evocador título de El arte de perder (Warner Music, 2023). Una defensa de las bandas en tiempos de solistas y una reivindicación de las carreras de largo recorrido que tan poco parecen importar de un tiempo a esta parte incluso dentro de la propia industria discográfica, siempre ávida del siguiente éxito viral. Diego Arroyo abre a infoLibre las puertas de su casa para hablar de esto y de todo lo que se tercie.

Este nuevo disco lleva por título El arte de perder. ¿Perder puede ser una arte?

La idea de perder la llevas dentro. Si consigues interiorizarla, te vaya como te vaya, siempre la vas a ver. Si eres de familia obrera, la mentalidad obrera te perseguirá siempre; si eres de alta alcurnia da igual que caigas en la ruina, tu bata seguirá siendo de raso. Nosotros vivimos un momento muy bajo en la banda hace como año y medio o dos años, en el que de pronto se produce un contraste muy grande entre lo que la gente empieza a ver de nosotros, porque parece que nos va muy bien, cuando en realidad dentro estamos muy mal, sin nadie al volante, ni nadie trabajando con nosotros. Habíamos sido virales pero nadie lo había aprovechado y estuvimos prácticamente desahuciados, aunque no se viera y la gente pensaba que nos iba bien. Ese era un punto muy raro.

El arte de perder se domina muy fácilmente porque solo tienes que ir perdiendo cosas, darte cuenta de que nada importa tanto y perder cada vez mejor

Pero el grupo remontó.

Sí. Cuando empezamos a remontar esa situación y en Warner me preguntan qué queremos hacer, estaba leyendo a Elizabeth Bishop, que tiene un poema que me gusta mucho que se llama One art, traducido como El arte de perder. Y me pareció muy interesante la idea que ella dice de que el arte de perder se domina muy fácilmente porque solo tienes que ir perdiendo cosas, darte cuenta de que nada importa tanto y perder cada vez mejor. Es verdad que ahora mismo ya no estamos perdiendo, tenemos la oportunidad de seguir aquí y catárticamente cerrar un capítulo.

¿De las derrotas se aprende mucho más que de las victorias?

Cuando te empieza a ir bien aparece el riesgo muy grande de acostumbrarte, dar por hecho cosas, como ir a Bilbao y vender 400 entradas. Para nosotros eso no era normal, pero los chicos empezaron a verlo como normal. No es normal y hay que acordarse de la cantidad de bandas que ya no están, que han sido devoradas, y de cómo estábamos nosotros hace un año. Este disco es una oportunidad de contar ciertas cosas que nos han pasado, es el disco más en primera persona que hemos hecho. Y es un disco muy pop, que recoge mucho de lo que hicimos en Gourmet (2018) y no nos hemos complicado, hemos ido a referencias muy primarias para, digamos, cerrar el capítulo de los niños que éramos hace diez años, que ahora están creciendo y ya podemos contar los traumas al tener cierta distancia sobre ellos.

¿Cuánto tiempo lleva Veintiuno en marcha?

Yo llevo tocando con Yago desde 2011, cuando él tenía catorce o quince años. Éramos niñatos de Toledo que empezaban a tocar. A una banda le pasan muchas cosas cuando tocas con tus colegas y, si no te desintegras, hay todas las permutaciones posibles, como cambiar de nombre, cambiar de estilo, que reformules lo que haces... hay gente que va exhibiendo su proceso de formalización, si tienes mucha suerte, con el tiempo, como nos está pasando a nosotros.

Una banda hecha en el camino. Unas más rápido y otras más lento, pero esa fue siempre la forma de hacerlo, algo que sin embargo parece ir en dirección contraria al signo de los tiempos en 2023.

Sin duda, porque ahora si en dos años no has dado resultados te desahucian, eso está garantizado. Todas las discográficas, grandes o pequeñas, fichan virales y, por cómo funcionan los algoritmos, vas a ser viral una vez. Nosotros lo fuimos en 2019. Y a partir de ahí o hay gente trabajando contigo que permite que tengas una carrera o estás fuera. Eso es lo que ocurre en la música ahora mismo. Hay A&Rs (representantes) que fichan a toda velocidad por estadísticas de Spotify para ponerle un dinerazo a un artista sobre la mesa y comprarle lo suyo, esperar que lo siguiente dé dinero y después normalmente no tienen un plan para que trabajes. O lo tienes tú o hazte a la idea de que tu carrera va a durar muy poco tiempo.

Hace diez o quince años, había apuestas personales de gente que se encabezonaba en que tal artista o proyecto saliera adelante. Hoy eso no existe porque todos esos jóvenes gerifaltes de los noventa ahora tienen chalets y coches de 60.000 euros

¿Nos tendremos que acostumbrar entonces a que aparezcan artistas con mucho éxito repentino y luego desaparezcan?

Hoy la gente no hace diez discos no porque haya peores músicos o peores ideas, es porque antes se apostaba. Hace diez o quince años, yo lo he leído, no vivido, había apuestas personales de gente que se encabezonaba en que tal artista o proyecto saliera adelante. Hoy eso no existe porque todos esos jóvenes gerifaltes de los noventa ahora tienen chalets, segundas residencias y coches de 60.000 euros y no quieren riesgo, quieren cumplir ante el tipo al que le han vendido la empresa. Ahora tú tienes una ventana de oportunidad una vez y muévete con ella.

¿Cuál fue vuestro momento viral de 2019?

Fue en 2019 cuando dos temas estuvieron en el top viral de Spotify, Dopamina y Tu nombre. Ese fue el momento en el que corrieron a firmarnos. Sacamos Gourmet por fuera de una major y llamaron dos de ellas a la puerta y nos quedamos con una (Warner Music). De pronto empezamos a trabajar en el contexto de una discográfica y parecía que había algo.

De momento, aquí está El arte de perder. Un disco muy pop.

Muy pop. 

La ruina es más rockera, a lo Bruce Springsteen incluso con ese saxo, pero Ya no nos hablamos suena muchísimo a Prince en general y a Little red Corvette en particular.

La ruina es pop de guitarras. Y sí, Prince me gusta muchísimo y Little red Corvette es una referencia de ese tema. También hay una escuela de música contemporánea que me gusta mucho, que traen al presente sonidos de aquella época. Yo por ejemplo estoy obsesionado con Holly Humberstone, que tiene de hecho una versión de I would die for you de ese mismo disco de Prince. Ella es otra referencia que he puesto sobre la mesa porque es una chavala extraordinaria. Y sí, que suene a Prince es un éxito, como que suene a The Cure es un éxito, porque el compromiso no era analizar donde está la industria en este momento, sino hacer un disco de música que nos gusta. Suena a Bleachers, a The 1975, a gente que nos estimula y nos pone en común. Y suena a Los Rodríguez y a Calamaro en la construcción de las canciones, aunque esté tejido de otras cosas. Y suena a Pereza también, a toda la música que escuchamos en nuestra formación emocional sin sobreanalizarla. He estado escuchando esa música que me gustaba hace diez años y ahora que puede sonar bien me apetecía hacer este disco para cerrar esta etapa.

Temáticamente parece que en este disco son todo historias de cosas que pudieron ser y no fueron. De echar de menos. Igual es un poco conceptual también por ahí, el arte de perder gente por el camino.

Es exactamente así. De la gente que ha entrado, de la que te has dejado en el camino, de la que vuelve a estar. También de los cuidados, de cómo no perder cosas, de que hay personas a las que no quieres perder y qué te lleva a no perderlas. Llegó un momento en el que vimos que era un desarrollo temático en sí mismo, algo que es veía solo observando lo que nos estaba pasando, lo que estábamos remontando. Todo iba de eso. De verdad que este es el disco más confesional en cuanto a letras... por ejemplo, mi suegro murió hace un mes y hemos estado todo el último año pasando por el proceso. Yo he visto cómo mi pareja ha sufrido muchísimo con un sufrimiento que no es consolable, que es inerte, porque no puedes darle nada que le vaya a calmar. Hay un momento en el que solo puedes decirle 'yo voy a estar aquí, recuerda quien eras tú, lo que eras capaz de hacer'. Lo bueno que tiene el pop es que te permite que eso siga pareciendo hedonista y divertido, pero hay mierda verdaderamente emocional en el disco, que nace de esos sitios. Realmente hay una historia en lo que nos ha pasado en los últimos dos años.

Las mejores canciones de pop son tristes pero luminosas. 'Perfect day', de Lou Reed, es una canción sobre la heroína, pero lo cuenta de una manera tan bella y polisémica que puede estar hablando de cualquier cosa que te haga sentir así de bien

Diego Arroyo — Cantante de Veintiuno

Es verdad que es un disco líricamente triste, pero musicalmente luminoso.

Eso es el pop. Y las mejores canciones de pop son eso, tristes pero luminosas. Perfect day de Lou Reed es eso, una canción sobre la heroína pero lo cuenta de una manera tan bella y polisémica que puede estar hablando de cualquier cosa que te haga sentir así de bien. Pero él está hablando de la heroína.

Cuanto más personal, más universal. Y no puede haber trampa en eso.

Así es. Y no es asunto tuyo lo que la gente haga con tus canciones. No es tu problema. 

Las canciones de Veintiuno son muy cinematográficas. Generan muchas imágenes al escucharlas. E incluso hay cita directa a Sorrentino en La toscana y tenemos otra titulada Chihiro.

Puede ser. También por el tipo de escritura. Siempre me han gustado escritores, de canciones y novelistas, que con lo mínimo expresan muchas ideas. Es muy difícil sintetizar, no es tan fácil generar una imagen potente, y yo trabajo mucho en cómo conseguir una idea que expresa lo máximo posible en lo mínimo. Cuando invocas a Sorrentino, a poco que hayas visto, todos vamos al mismo sitio. Lo que más me gusta de él es que está enamorado de la idea del arte, que es algo que me flipa. Es muy difícil explicarle a alguien que estás obsesionado con la idea de hacer una canción porque te gustan las canciones y acabas siempre volviendo a ellas. No asocias un recuerdo a un cuadro con tanta facilidad como a una canción, pero hay canciones que definen tu adolescencia, el nacimiento de tu primer hijo, el día que te casaste, la quinta vez que te rompieron el corazón... eso lo tienen canciones y es increíble. Es algo poderosísimo y por eso las canciones conforman el mapa emocional de tu propia vida.

En consonancia con esa determinación pop, en vuestro caso en El arte de perder las canciones son muy cortas, de poco más de tres minutos.

Sí. Es el disco más corto que hemos hecho, un ejercicio de síntesis brutal. Cualquier proceso artístico sometido a un proceso industrial te vuelve cínico, porque empiezas a ver detrás de la cortina, ves que la mayor parte de las cosas que podrían ser no son para ti y no te van a pasar, y con eso la gente se emputece y se enfada y quiere ser dura. Al menos de momento, yo he luchado activamente contra eso, porque no creo que necesariamente te haga hacer mejores canciones. Puede que sí, pero desde luego casi nunca he dado con un disco que me gustara en el que alguien cabreado y cínico hiciera un buen disco que no fuera vengativo. Nosotros podríamos hacer música más complicada en este punto, ya la hemos hecho, pero quería hacer un disco que fuese lo sencillo que me gustaría que fuera cuando empecé, sin quemarme. ¿Que lo hayamos conseguido o no? Eso ya no es cosa nuestra.

Decías que las canciones conforman nuestro mapa emocional y vosotros ya estáis consiguiendo eso con vuestra cada vez más numerosa comunidad de seguidores.

Ojalá, pero intento verlo siempre con el mismo cinismo con el que veía el no estar ahí. Porque es precioso pero tampoco quiero echarlo de menos si se acaba, por protección personal y por cómo lidio yo con las expectativas. Pero, por ejemplo, una noche vino una chica muy joven con su hermana a un concierto en Santander a pedirme por favor si podía escribir con mi letra una frase de La ruina para tatuársela. Eso es precioso, pero tengo que verlo con cierto cinismo, porque igual que nosotros estamos ocupando el sitio emocional de otros artistas a los que ya no prestan tanta atención, también nos sucederá y es bueno verlo con esa distancia.

Desde el socavón que fue para todos la pandemia, se aprecia un cambio generacional importante en nuestro música. El público vuelve a tener veinte años y hay grupos que llevan igual veinte años y ya son vistos como muy mayores. Los tiempos están cambiando.

Es el paso del tiempo, sí. Otro de los temas que trata el disco es que no es momento para las bandas. De pronto, la música se consume en Spotify y en el top 100 hay solo dos bandas: Maneskin y Morat. Son las únicas. Hoy hace falta un movimiento industrial súper bestia, una apuesta muy concreta, para que una banda se posicione en un sitio. Maneskin son un grupo perfecto, todos guapísimos con canciones geniales y, aún así, para posicionarlos ha hecho falta San Remo y Eurovisión. Así de difícil es, porque no es el signo de los tiempos. Cuando dentro de veinte años analicemos este tiempo, veremos que hubo una época en la que no había bandas. No hay un formato de hacer música. Si te interesa la música viva, es importante entender eso y verás diez años en los que no hubo nuevas bandas que trascendieran. Por ejemplo, Vetusta Morla lo petaron en 2010, cuando a nosotros nos quedaban nueve años para sacar el disco con el que la gente empezara a conocernos.

¿Se han quedado muchas bandas con potencial en el camino?

Muchas. En estos diez años he visto a una generación de colegas dejar la música. Quedamos muy poquitos que empezamos muy peques, estamos ahora desarrollándonos y que todavía puedas decir 'me va lo suficientemente bien como para tirar'. Cuando la gente se pregunte por qué cada vez hay menos estudiantes en las escuelas de música para aprender a tocar un instrumento la respuesta es que algo existe si lo alimentas. Si no hay mecenazgo, que es apostar por algo que no es enorme pero te gusta, no habrá un proyecto. Hay gente que se queda por el camino porque nadie se interesó un mínimo en que esa persona hiciera una carrera. No puedes culpar al público, pero te pierdes a mucha gente increíble. Aquel que hizo aquel tema, ¿qué fue de él? Pues hay contratos leoninos, la peña directamente te roba y te tienes que volver al pueblo de tus padres a dedicarte a otra cosa porque no puedes seguir. Hay gente que se ha vuelto al pueblo porque no podía estar aquí que tenía mucho más talento del que yo tengo, por culpa de un revés o que se la liaron. Y hay mucha gente que está haciendo una carrera callándose, no vaya a ser que el degenerado que les saqueó les demande, que también los hay.

Es muy apropiada la introducción de El arte de perder, por tanto. Todo un alegato.

Es el discurso ripeado de YouTube de los Premios Odeón. Porque a nosotros el año pasado nos dieron un Odeón a mejor artista revelación, que tiene su gracia, y me escribí el discurso en el rato de espera. Éramos la única banda en ese lugar, al menos en la fiesta. Y dije 'es interesante que miréis a vuestro alrededor, queda claro cómo está el patio'. Y por eso lo pusimos de introducción.

Viendo los carteles de los festivales del pasado verano sí que se encontraban muchos nombres de bandas jóvenes. Igual hay una generación de bandas que está llegando.

Fuera la hay, y eso significa que como todo aquí llega cinco años más tarde la acabará habiendo (risas). Y hay voces completamente nuevas. No se había dado voz a grupos de chavalas de veinte años, las había pero sin foco. Hay artistas femeninas a las que no se le ha prestado nada de atención porque se decía que eran pop de chicas, pero el foco de las mujeres es un punto de vista nuevo en el pop porque no estamos acostumbrados a mujeres expresando sus sentimientos para escucharlo todos nosotros. No es un nicho, es una voz completamente nueva de cómo entienden las relaciones y las emociones a la que antes se había relegado y ahora se puede explorar. Viene una gran generación de proyectos que están pegando cada vez más fuerte y que ojalá trasciendan y lo revienten. Y muchas autoras buenísimas. Aquí hay una generación de autoras brutales componiendo para artistas femeninas y masculinos, hay autoras que están haciéndole el repertorio a tíos muy poderosos, y por fin ahora, como hay foco para que ellas como artistas salgan, no tiene que estar en la sombra gente como Ainhoa Buitrago que le ha hecho el último single a Bisbal. O cómo Yoly Saa, que le hace las canciones a Malú. 

Echando la vista más de una década atrás, a aquellos primeros pasos como banda, ¿dirías que ha cambiado lo que significa el éxito para Veintiuno?

Más festivales, más público y más quejas que nunca: ¿morirán de éxito y nos llevarán a todos por delante?

Más festivales, más público y más quejas que nunca: ¿morirán de éxito y nos llevarán a todos por delante?

Estar y seguir es el éxito. Lo que más se parece al éxito es seguir manteniendo esta conversación y tener algo que contar desde un punto mejor en el que seguimos aquí y no estamos cogiendo ese puesto de administrativo en la notaría de un amigo que tu madre siempre te dijo que cogieras. El éxito es seguir. 

A lo mejor Veintiuno es una anomalía y estáis cincuenta años tocando juntos.

Es lo que más feliz me podría hacer. 

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