De ‘Aquí no hay quien viva’ al Goya: la inclasificable película con la que Malena Alterio arrasa en los premios

Detalle del póster de 'Que nadie duerma'

“Tú eres casi lista y casi guapa. O sea, del montón. Del montón bueno”. Así describía Emilio (Fernando Tejero) a la mujer con la que mantenía una caótica relación sentimental tras los muros de Desengaño 21. Su nombre era Belén López, y este retrato entre faltón y condescendiente terminaba de rubricar su mito en Aquí no hay quien viva. Malena Alterio interpretó a este personaje durante la totalidad de la serie de Antena 3, entre 2003 y 2006, convirtiéndose poco a poco en una presencia que mantenía un particular vínculo emocional con los espectadores. A la treintañera Belén, con su mala suerte en el amor y el trabajo, con su mezcla de sarcasmo y vulnerabilidad, se le ha llamado “antiheroína millenial.

Algo de eso quizá intuyeron los creadores de Aquí no hay quien viva cuando le hicieron la prueba de casting. Aunque Alterio —procedente de un ilustre linaje de actores argentinos, teniendo como padre a Héctor Alterio y como hermano a Ernesto Alterio— no lo hiciera demasiado bien en dicha prueba. “Siempre ha sido muy insegura en temas de trabajo, e hizo la prueba con tan pocas ganas que me llamaron y dijeron ‘Malena ha hecho una prueba pésima’”, recordaba Tejero, gran amigo de la actriz, en la historia oral de la serie que Javier P. Martín publicó el año pasado. “Estaba un poco tristona y confundida”, confirmó la encargada del casting. Aun así, Tejero les convenció de darle una oportunidad. Y Belén se convirtió en una pieza fundamental del gran fenómeno pop que fue Aquí no hay quien viva.

Un fenómeno pop del que ha costado distanciarse; de hecho Alterio se mantuvo en el reparto cuando Aquí no hay quien viva se mudó a Tele5 con la forma de La que se avecina, y de una serie muy distinta que aun así se las apañó para mantenerse en antena indefinidamente. Pero Alterio solo se quedó una temporada, y siguió evolucionando como actriz. En los últimos meses, ha ganado un Forqué y un Feroz, y aspira a llevarse también el Goya a Mejor actriz en compitiendo con Carolina Yuste (por Saben aquell), María Vázquez (por Matria), Laia Costa (por Un amor) y Patricia López Arnáiz (por 20.000 especies de abejas). La película de Alterio es Que nadie duerma. Y es, con diferencia, la más extraña de la terna.

El legado de Belén

Catorce años antes de Que nadie duerma, en 2009, Malena Alterio aparecía con una camiseta negra donde se leía “Estoy en crisis”. Ocurría en Al final del camino, y le acompañaba Fernando Tejero para pulir una comedia romántica ambientada en el Camino de Santiago donde era inevitable percibir el influjo de Aquí no hay quien viva. Belén y Emilio habían marcado a sus intérpretes, lo que, por otra parte, fue beneficioso de cara a una colaboración posterior. Cinco metros cuadrados era un drama social, marcado por la Gran Recesión y la especulación inmobiliaria. Era impactante ver a Alterio y Tejero, que habían crecido con la comedia negra cañí, toparse de pronto con el realismo descarnado. La precariedad que un día había marcado a Emilio y Belén desde la ligereza, ahora reaparecía con toda su gravedad.

Alterio debe ser consciente del cariño que despertó su personaje en la serie de Alberto y Laura Caballero. Eso explicaría que en múltiples papeles fuera de Aquí no hay quien viva se perciba la sombra hipernormal, del montón, de Belén. Belén bien podría haber reaparecido en la serie Vergüenza, que le dio a Alterio su primer premio Feroz. O en Señoras del (H)AMPA. O también puede ser cosa del público, simplemente. Miramos a Alterio y vemos a Belén, porque nuestra cercanía al personaje fue tanta, la identificación fue tan emotiva, que nos gusta pensar que el personaje siguió teniendo vida más allá de Aquí no hay quien viva. Encadenando otras parejas, otras incomodidades y otros trabajos cutres.

Pero acaso eso sea injusto para la actriz. Desde que terminó la serie de Antena 3 Malena Alterio ha brillado en el teatro, representando a Antón Chéjov, y ganando premios por Madre coraje y sus hijos. También, al margen de esa televisión de la que nunca se ha despegado, ha hallado encaje en esa comedia española que empezó a acotar un molde ingentemente lucrativo desde Ocho apellidos vascos. De hecho Alterio interpretó a un personaje secundario en Perdiendo el norte, que precisamente venía a responder el bombazo de Dani Rovira.

Desde entonces ha seguido interviniendo en comedias, de esas que distinguimos en la cartelera por la tipografía de los títulos y la presencia de Dani de la Orden o Julián López. La nostalgia no debería impedirnos ver que Alterio ha continuado trabajando y puliendo talento, demostrando que es mucho más que Belén aunque Belén pueda serlo todo. Pero 2023 bien puede haber sido un punto de inflexión en esta trayectoria. Alterio ha participado en dos películas aplaudidas por crítica y público, que han sido convocadas a los premios. 

En Bajo terapia, nominada al Feroz a Mejor comedia, Alterio comparte cartel con Alexandra Jiménez o Fele Martínez. Con respecto a Que nadie duerma, que podría darle finalmente el Goya, la conversación ha destacado lo sorprendente de ver a Alterio como presencia central. Es cierto que ya ha interpretado a protagonistas carismáticas en otras instancias de su carrera —fue nominada al Goya a Mejor actriz revelación en El palo allá por el 2000, y era la cabeza visible de Una palabra tuya—, pero nunca hasta este punto. Que nadie duerma es Malena Alterio. La película depende de ella, de que sea una actriz tan intuitiva y generosa, para que su tono desconcertante no violente al público. O no de forma irreparable.

Taxi Driver en Usera

Que nadie duerma se basa en una novela que Juan José Millás escribió en 2018, en lo que supone la primera garantía de que no estamos frente a un film convencional. El escritor valenciano acostumbra a desarrollar escenarios realistas, a pie de calle, para a través de protagonistas enigmáticos darles un giro que nos obligue a reevaluar nuestra experiencia de ellos. Puede ser un giro mágico, uno que precipite un cambio de género, o simplemente una peripecia inverosímil. Lucía es una informática a la que despiden de la empresa en la que llevaba años trabajando, y que reacciona al tropiezo convirtiéndose en taxista.

Que nadie duerma es una traducción de Nessun dorma, la composición más famosa de la ópera Turandot que Giacomo Puccini estrenara póstumamente. Turandot es a su vez el nombre de una princesa china, que negocia el matrimonio con sus pretendientes a través de difíciles acertijos mientras fija sus ojos en solo uno de ellos, el apuesto príncipe Calaf. De algún modo estas referencias nos devuelven en la novela de Millás a Lucía, una “mujer pájaro” que conoce la ópera gracias a un actor del que se enamora obsesivamente, empezando a vestir ropajes asiáticos y a sentir una afinidad inexplicable por la princesa Turandot.

Esto es solo el principio. Que nadie duerma es una película mutante, que destila la novela de Millás en forma de una arriesgada mezcla de géneros. Sale victoriosa, en primer término, por tener a Clara Roquet escribiendo. Esta es una de las guionistas más talentosas con las que contamos en España ahora mismo, habiendo colaborado con Carlos Marqués-Marcet o Jaime Rosales previamente a estrenar su ópera prima como directora en 2021 —Libertad, que ganó el Goya a Mejor dirección novel—, y compatibilizar en las carteleras de 2023 Que nadie duerma con Creatura, el impresionante largometraje de Elena Martín Gimeno

‘La tierra prometida’ y la ferocidad política de un western danés

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El director y coguionista no es tan conocido como Roquet o Alterio, pero sus trabajos previos contextualizan de forma muy interesante Que nadie duerma. Antonio Méndez Esparza lleva una década en EEUU dando clases de cine, y sus primeros films han indagado en dramas que a priori le pillan lejos como la migración mexicana (Aquí y allá) o las familias afroamericanas de Florida (La vida y nada más). Lo interesante es que Esparza ha acostumbrado a usar actores no profesionales en su cine y a abandonarse a una improvisación neorrealista, en franco contraste con una propuesta tan escrita como Que nadie duerma.

La cuestión es que estas ambivalencias entre la realidad y la ficción estaban presentes en la novela de Millás y desde luego lo están en la película. Un personaje le pregunta a Lucía qué le diría la vida real a la ficción, y Lucía responde: “Que no mienta”. Lo responde una mujer excéntrica, ingenua a la vez que imprevisible, que ha invertido totalmente los términos en los que antes nos relacionábamos con el personaje más celebrado de Alterio (hasta la llegada de Lucía). Con Belén había cercanía, nos reconocíamos en ella. Lucía, en cambio, es un personaje fascinante, equívoco, que siempre está huyendo de nuestra comprensión inmediata. Un personaje abocado a que la ficción lo celebre, y quiera compartirlo con la realidad.

Esparza, Roquet y Alterio intentan muchas cosas durante Que nadie duerma. No todas les salen bien, pero desde luego aciertan al trazar un ruidoso contraste entre los vericuetos desquiciados que va tomando el argumento y el paisaje urbano, que a su vez refuerza el carácter de Lucía como criatura milagrosa a caballo entre dos mundos. Ella es una taxista que suele circular por el madrileño barrio de Usera, topándose con un amplio abanico de clientes en medio de una efectiva fotografía granulada que remata el parentesco con Taxi Driver de Martin Scorsese. Pero también es, en fin, la mujer pájaro. Un ser humano que sueña, se enamora y se desengaña, dando pie a algunos diálogos hilarantes por el camino. Pensándolo bien, quizá no sea tan distinta de Belén López después de todo. 

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