Festival de San Sebastián

Todo el pescado vendido en San Sebastián

El actor canadiense Donald Sutherland, tras recibir el premio Donostia en reconocimiento a toda su carrera.

Carolina G.Guerrero | Noticine | infoLibre

El Festival de Cine de San Sebastián se va acercando a su final, toda la competencia a día jueves ya está proyectada, aunque no conoceremos los premios hasta el sábado, en una edición que será recordada especialmente por sus premios Donostia, mientras que el concurso oficial, exceptuando menos de cinco películas, no ha brillado precisamente por su calidad. La última cinta en concursar ha sido la británica, Rocks, de la directora Sarah Gavron, ya antes vista en Toronto.

Como se puede apreciar, este año hay muchas más directoras, un dato optimista. Como mujer debería estar muy contenta, pero es que el talento no es una cuestión de sexo sino de inteligencia y arte, aunque últimamente parece que lo que importa es que las mujeres figuren, pero claro siempre y cuando tengan calidad sus trabajos, independientemente de su género y condición.

Lo que quiero decir con esto, en que no basta con que la lista de películas a concurso tenga más o menos firmas femeninas, sino que éstas merezcan la pena. Hay que dar oportunidad al buen hacer y sobre todo en un festival de estas características al buen cine, de la misma manera que hay auténticos bodrios firmados por hombres, pero aquí hablamos de calidad, algo de lo que ha estado casi huérfano este festival, quitando las pocas excepciones que se salvan de la quema.

Rocks, que no ha sido precisamente lo peor, es una cinta que habla de la adolescencia, de las ilusiones de unas adolescentes, pero sobre todo del abandono y de los temas sociales. La chica que da nombre al film, de pronto tras la repentina huida de su madre, se quedara al cuidado de su hermano menor. La joven intentará por todos los medios que los servicios sociales no les encuentren para llevarles a un hogar de acogida. Comienza así un peregrinaje por el barrio, durmiendo en la calle, y escondiéndose en rincones inhóspitos, sin medios ni ayuda.

Finalmente cuando son encontrados, ella se refugiara en lo único que le queda, sus amigas del colegio, con las que antes dejo de contar. La cinta ha sido aplaudida, por su denuncia social que recuerda al cine de Ken Loach, pero no ha convencido a todos.

Los protagonistas del día de hoy fueron sin duda Javier Bardem, Donald Sutherland y Gael Garcia Bernal. Este último vino a presentar tres películas, entre ellas su  película Chicuarotes, en la sección de Horizontes Latinos, que ya estuvo en Cannes y muchos otros certámenes.

Por su parte los hermanos Bardem vinieron para promocionar el documental contra el calentamiento global Santuario / Sanctuary. Este nos adentra en la campaña científica, política y mediática, destinada a proteger el último rincón virgen del planeta. A bordo del Artic Sunrise los hermanos Bardem, se erigen como portavoces de esta misión, en el Ártico, donde utilizan todos los recursos a su alcance para conseguir un apoyo multitudinario. De esta forma se muestra, como a través de la ciencia la política y las redes sociales se complementan para alcanzar casi tres millones de personas que apoyen esta necesaria iniciativa, que como siempre y por desgracia depende del veredicto final de una decisión política.

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Y por último el tan merecido premio Donostia Donald Sutherland, mítico actor de cine y televisión que pasa por San Sebastián para promocionar su último trabajo, Una obra maestra / The Burnt Orange Heresy, del director Giuseepe Capotondi, y en el que también intervienen Claes Bang, Elizabeth Debicki y el cantante Mick Jagger.

La cinta empieza bien. Una pareja se conoce en una conferencia de arte, él es ponente, ella una oyente. James Figueras en el pasado conocido crítico de arte, no pasa por un buen financiero. El magnate Cassidy, interpretado por un botulímico y estático Mick Jagger, les invitará a su residencia de verano a orillas del lago Como con una misión muy concreta, conseguir furtivamente la última obra del legendario y afamado pintor Debney, al que da vida Sutherland, y que vive en la misma finca del palazzo italiano.

El espectador se hace ilusiones y va disfrutando con el desarrollo de la película, pero por desgracia el guion cae en seguida en desgracia, tornándose absolutamente predecible, caótico y poco coherente. Una lástima, porque la cinta está bien rodada, desprende buena factura, paisajes bonitos del carismático lago italiano, y un mundo tan inspirador como el arte, pero la historia hace aguas por todas partes hasta hundirse sin remisión.

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