Subirse al carro: la prensa cultural y la publicidad

Si tenemos en cuenta lo publicado en estos días en las páginas culturales, parecería que lo más importante que ha ocurrido en el último quinquenio es que Rosalía haya sacado una canción. Como me falta sensibilidad para el pop y vivo asediado por el fomo (la manera cool de llamar al miedo de no enterarse de la misa la media), me entregué a la lectura de los sesudos análisis y las aceradas críticas. Cuál fue mi sorpresa cuando, para el artículo número veintitantos, no había encontrado ni lo uno ni lo otro: lo que no era propaganda era glosa.

No quisiera encarnar —¡de nuevo!— al crítico ceñudo que, apestando a alcanfor, se queja de la música que escuchan los jóvenes y protesta porque los suplementos no dediquen más espacio al último ciclo de madrigales; pero me pareció pertinente considerar el entusiasmo con el que los medios de comunicación se han entregado a la campaña publicitaria orquestada por una superestrella musical distribuida por Sony Entertainment.

No podemos ponerle una pega a la maniobra de Rosalía: su equipo parece haber detectado cuanta tendencia sopla a su favor y, amalgamándolas, han fabricado un producto que ha encandilado a youtubers, comentadores variopintos (Losantos se declara fan) y a la mismísima Conferencia Episcopal Española. "Lo religioso está de moda", me aseguraba hace unas semanas una amiga que trabaja para una editorial profana de tiradas largas. Los columnistas conservadores se frotan las manos, atisbando ese porvenir de Dios, patria y familia por el que tanto han suspirado. También, y a eso vamos, en las secciones de cultura (en las que tanto hay que bregar para colocar una paginita más allá del obituario o el estreno del último blockbuster) florecen sin racanería sobreanálisis sobre qué querrá decir cada nimio detalle puesto, precisamente, para que los listillos de cada casa saquen a relucir su sagacidad.

La extrema debilidad de la prensa cultural

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Comprendo la estrategia: parece evidente que, entre otros perejiles, lo de Rosalía da tráfico y no hay cabecera que renuncie a unos clics. Sorprende, sin embargo, que el planteamiento general de la conversación no sea tanto desmenuzar si la copla tiene interés, sino precipitarse por un terraplén de sobreanálisis y desgloses de referencias e intenciones, un ejercicio más propio de talmudistas que de periodistas o críticos. En la prensa cultural, todo señalamiento es publicidad. Da igual si se escribe a favor o en contra. Cuando un crítico (o un periodista) escoge tal o cual artefacto —de entre los centenares que tiene a su disposición esa misma semana— para dedicarle el poquísimo espacio del que dispone afirma, implícitamente, que el elegido le merece más atención que los desdeñados.

Entiendo que los medios generalistas (incluso, los especializados) no pueden privar a sus lectores del evento mainstream de la temporada —esencialmente, porque si no irán a leerlo en la competencia—, pero hay algo pernicioso en sobredimensionar la cobertura que se le da (la publicidad que se le hace) a la maniobra mercadotécnica de una gran discográfica. Una cosa es colocar anuncios para financiar al periódico, otra que tan pronto la Columbia Records toque el silbato, los articulistas de medio país dejen lo que están haciendo para aventurar, en párrafos y párrafos, qué elaboradísima metáfora se habrá cifrado en cada fotograma de un videoclip.

Hará unas semanas, los intelectuales más notables de nuestro país apagaron sus pipas, cerraron sus incunables y se precipitaron sobre sus teclados para rebatir la opinión que, sobre hábitos de lectura, acababa de parir una tal María Pombo, a quien no se le conoce expertise al respecto. Aquel episodio, particularmente bochornoso, difiere de este en un asunto mollar: la influencer, con su boutade, no promocionaba ningún curso para desincentivar la compra de libros. Y sí, entiendo que las nuevas producciones de una artista tan influyente como Rosalía merezcan artículos de doble página. La cuestión es desde dónde se enuncian y con qué propósito se articulan. No sé si nos deja en muy buen lugar imitar a esos pececillos que rondan a los tiburones, a ver si así meriendan algo. La de asuntos que se habrán desechado esta semana porque había que tomarse en serio el barniz teológico de la portada de un LP.

Si tenemos en cuenta lo publicado en estos días en las páginas culturales, parecería que lo más importante que ha ocurrido en el último quinquenio es que Rosalía haya sacado una canción. Como me falta sensibilidad para el pop y vivo asediado por el fomo (la manera cool de llamar al miedo de no enterarse de la misa la media), me entregué a la lectura de los sesudos análisis y las aceradas críticas. Cuál fue mi sorpresa cuando, para el artículo número veintitantos, no había encontrado ni lo uno ni lo otro: lo que no era propaganda era glosa.

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