DÍA CONTRA LA VIOLENCIA MACHISTA

El 78% de las víctimas de violencia machista pide ayuda a su entorno: "Tenemos que estar ahí"

Imagen del 8M de 2019.

A Concha le hicieron añicos los golpes que marcaron el rostro de su hija cuando apenas era una adolescente. Carlota (nombre ficticio) aprendió a nombrar la violencia en sus distintas formas cuando la vida de sus dos hermanas quedó lastrada por los malos tratos. No son víctimas directas, nunca sufrieron las palizas en sus carnes, pero sí cargan en sus espaldas con el peso de la violencia de género. Se trata del entorno de las víctimas, pieza clave en la detección de la violencia. Este 25N, Día de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, toman la palabra.

La última Macroencuesta de Violencia contra la Mujer, texto de referencia en el estudio de la violencia machista, aporta algunas pistas sobre el papel del entorno. Sólo el 22,1% de las víctimas de violencia en pareja decide no contar nada a sus allegados, así que el 77,9% sí decide dar el paso de pedir ayuda informal. Concretamente, el 50,7% relata lo sucedido a una amiga, el 36,2% a su madre y el 25,4% a su hermana. Hablar de lo ocurrido, abunda la encuesta, es una de las principales acciones que incrementa "en todos los casos las posibilidades de acabar con la relación violencia".

La hija de Concha podía presumir de contar con las condiciones idóneas para vivir su adolescencia en plenitud. Pero todo se quebró en el momento en que inicia una relación con un hombre de su misma edad, en apariencia encantador. El maltrato fue progresivo, relata Concha, a quien todavía le tiembla la voz pese al transcurrir de los años. Hace casi una década de lo sucedido, pero la madre de la superviviente conserva intacto el recuerdo de todos los detalles. 

Al principio no había lugar para ningún atisbo de sospecha. Ahora Concha lo piensa y cree que, en realidad, todo era "de manual": a pesar de las apariencias, "cumplía con todos los requisitos de un maltratador". Pronto hacen acto de presencia las primeras señales: la joven expresa malestar, la relación no va como tendría que ir. El control, los celos y los reproches por parte de su pareja empiezan a ser una constante. "Mi posición ante eso es equilibrar, no cortar a rajatabla porque ella cada vez está más enganchada y no quiero que coja la puerta", expresa la madre. Es, justamente, lo que recomiendan hacer los expertos, aunque no todos los familiares cuentan con las herramientas para saber que ese es el camino correcto.

Lo explica Bárbara Zorrilla, psicóloga especializada en violencia de género. El entorno no siempre identifica la violencia porque no reconoce las señales, fundamentalmente porque "si algo hacen las víctimas es esforzarse mucho en ocultar su realidad". Pero además, añade la experta, lo habitual es que "los padres y madres presionen o incluso obliguen" a finalizar la relación. "Lo único que se consigue así es que se cierre en banda, no cuente con ellos y se quede más aislada". Lo recomendable, completa la profesional, es justamente que la familia "conozca a la pareja, tenga cerca al enemigo y no haga elegir a la víctima", excepto si existe un riesgo para la vida de la mujer. En esos casos, puntualiza Zorrilla, la única vía es denunciar.

Según los últimos datos disponibles del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), el porcentaje más bajo de denuncia anida precisamente en los familiares, servicios asistenciales y terceros en general: en 2020, la suma de todos estos actores representó el 4,8% del total de denuncias, siendo las de los familiares las más escasas. La tendencia se ha mantenido en la misma senda en años anteriores. 

Carlota reconoce que no siempre acertó en la respuesta ante la violencia que sufrieron sus dos hermanas. Con la pequeña, expresa, sí supo identificarla y ofrecer la ayuda necesaria de manera explícita, en parte porque fue la propia víctima quien acudió a ella. Pero con la mayor, la violencia fue mucho más silenciosa. "Ella no la verbalizó y fue mucho más fuerte", dice al otro lado del teléfono. Su pareja había conseguido apartarla de su familia y aislarla por completo: ni ocio, ni vida familiar, ni relaciones sociales. Y aunque en un primer momento da el paso de romper, pronto se reconcilia con su agresor. "Yo no entiendo por qué vuelve. Me opuse y dije que no quería volver a ver a aquel hombre. Lo que pasó es que mi hermana dejó de venir. Lo hice mal, lo hice al revés", reconoce hoy.

La Macroencuesta indica que la principal reacción del entorno es precisamente la de "aconsejar dejar la relación". Cuando esto ocurre, desgrana la encuesta, el 90% de quienes sugieren la ruptura ofrece apoyo emocional, pero sólo una minoría propone acudir a las autoridades: el 35,7% de las madres, el 27,9% de las amigas y el 26,3% de las hermanas.

Romper con la violencia

Carlota pronto abre los ojos y se esfuerza por recuperar la relación con su hermana mayor. "Me di cuenta de que yo tenía que estar ahí. Poco a poco me fui acercando a ella", relata. La sospecha de violencia se va haciendo sólida, pero no es hasta que la víctima pide auxilio cuando la familia actúa. "Un día me llama a las cuatro de la tarde llorando desconsoladamente y me pide que vaya a por ella porque necesita salir de ahí". A partir de ese instante, la familia de la víctima coge fuerza para "conseguir que se quedara y que poco a poco lo superara". No hay denuncia, explica la entrevistada, porque no hay pruebas: era la palabra de la víctima contra la del agresor. Ocho años después, la víctima decide ponerse en manos de profesionales e iniciar el proceso de curación.

Carlota sabe bien que la violencia adopta diversas caras y que no todas las mujeres pasan por los mismos procesos. Al tiempo que su hermana mayor ocultaba los golpes, la pequeña sí emitió un grito claro de auxilio. "Ella tiró de mí, me contó la situación, tuve que salir varias veces de madrugada corriendo a su casa", evoca. La víctima, madre de un niño y una niña, estaba desempleada. Un informe de la Fundación Adecco señala que siete de cada diez víctimas no denuncia por miedo a represalias o por falta de un empleo que les garantice independencia económica. Según los principales indicadores, la tasa de infradenuncia se sitúa en un 70%

"Siempre había discusiones", pero la víctima no sabía cómo encontrar la salida: "¿Qué hago? ¿Le dejo? ¿Y a dónde voy?", recuerda Carlota. Separarse no era una opción para ella, hasta que brota la violencia de manera más explícita y es entonces cuando su hermana pequeña decide dar el paso y romper con su agresor. En un primer momento decide no presentar una denuncia contra él por violencia de género, pero el acoso constante tras la ruptura le hace cambiar de opinión. "Una noche le persigue con el coche e intenta abordarla, dice que quiere ir a por los niños, mi hermana me llama llorando y es ahí cuando vamos a por ella y denunciamos". La joven consigue una orden de alejamiento e inicia, a partir de ese momento, su camino hacia la recuperación.

Tender la mano

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En el caso de Concha y su hija, todo va muy rápido: broncas, chillidos, portazos. La relación se interrumpe, pero siempre acaban volviendo, había "un enganche". La adolescente empieza entonces a ir mal en los estudios, "se descentraba completamente" y la madre ve que aquello "va a acabar en una cosa absolutamente terrorífica". Comienza entonces a tomar cartas en el asunto, contacta con las amistades de su hija y con el instituto para "estar vigilante, pero sin esclavizarla".

Después de dos años arrastrando la violencia, la víctima decide cortar. La decisión da pie al episodio de violencia física más explosivo. Y ese día, la adolescente se abre por completo: "Empezó a hablar y a contar las palizas que le caían por menos que nada y eso fue desde el principio". Su familia se planta: "O le denuncias tú o le denuncio yo". Contactan con el 016 y siguen el protocolo pautado: el centro de salud hace un reconocimiento médico y remite la denuncia a comisaría. La víctima, hoy una joven de 25 años, gana el juicio y comienza una nueva vida.

Concha y Carlota coinciden en que, si bien no recibieron los golpes, la violencia les salpicó también. Ambas llegaron a la Fundación Ana Bella, donde ahora tratan de dar apoyo a otras víctimas. "Yo siempre digo a los familiares que esto es frustrante y muy ingrato, simplemente tenemos que estar ahí", señala Carlota. El mensaje más sensato, resume, podría ser el siguiente: "Aquí está mi mano, en el momento en que te sientas preparada agárrate fuerte que yo tiro".

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