Lo conoció cuando tenía 21 años. Él era su profesor en la Universidad de Barcelona (UB) y a ella le entusiasmó su manera de dar clase. Era diferente y su discurso giraba en torno a transformar el mundo a través de la enseñanza. “Él hacía notar que se fijaba en mí”, relata. Por eso, no se lo pensó cuando poco después tuvo la oportunidad de entrar como becaria en CREA (Comunidad de Investigación sobre Excelencia para Todos, por sus siglas en inglés), un grupo relacionado con el ámbito de la sociología del que Ramón Flecha era el director.
Días más tarde, recibió una llamada suya para tomar algo con él y con dos de sus amigos. “Yo nunca le di mi teléfono, debió de sacarlo de un listado de becarios”, señala. “Cuando quedamos, hablamos sobre algunos pensadores, y con la excusa de prestarme un libro, me invitó a su casa”. Una vez allí, y ya sin la presencia de los otros dos compañeros, relata que Flecha la cogió por detrás, la besó y la sentó encima de él.
Se quedó paralizada, sin capacidad de reacción. Nunca, dice, dio su consentimiento para lo que ocurrió a continuación. “Mi voluntad no era tener sexo con él. Me gustaba como profesor, no como hombre. Yo tenía la sensación de no entender nada y de que no se lo podía contar a nadie. Algo que no hice hasta muchos años después”, señala.
Alicia es una de las catorce personas que el pasado 18 de junio enviaron un escrito conjunto —al que ha tenido acceso este periódico— al actual rector de la Universidad de Barcelona, Joan Guàrdia Olmos, para denunciar la coerción sexual, el abuso de poder y el acoso que relatan haber sufrido a lo largo de tres décadas por parte del todavía catedrático emérito de este centro.
El suyo, como los de otras siete mujeres con las que infoLibre, eldiario.es, RTVE y Radio 4 han hablado directamente, es un nombre ficticio para proteger su identidad. Todas denuncian que desde el nacimiento de CREA, Flecha ha aprovechado su superioridad como profesor de universidad y líder de esta comunidad para controlar, manipular y abusar de sus alumnas o becarias dentro y fuera del ámbito académico.
No sólo eso: el académico se presenta como “científico número 1 [del ranking mundial] en gender violence” dentro de CREA, una organización que paradójicamente enarbola la violencia machista como una de sus principales líneas de investigación y que ha sido denunciada con anterioridad por comportamientos sectarios.
El mismo patrón
Los hechos que denuncian comienzan en los años 90. Según sus testimonios, Ramón Flecha se acerca a mujeres jóvenes —siempre alumnas, doctorandas, becarias o voluntarias de la organización — bajo un mismo patrón. Se fija en ellas y las adula, alardeando de encabezar un proyecto alternativo de educación en el que pueden participar. A pesar de ser su profesor y, por lo tanto, tener una relación de superioridad sobre ellas —que se suma a la asimetría de edad, Flecha nació en 1952—, las invita a quedar fuera de la universidad y del horario lectivo, incluso presentándose en sus puestos de trabajo.
“Me hacía sentir especial diciéndome que yo era muy inteligente y haciendo hincapié en mi origen humilde. Cuando vino a verme al trabajo, me temblaba todo”, afirma Sara. “Se acercó a mí presentándose como un tipo especial y me dijo que me podía unir a su causa. Eso me iba a dar oportunidades, a nivel profesional y personal. Estaba con el doctorado, así que podía conseguir una beca y llegar a ser profesora. En lo personal me abría la puerta a relaciones súper alternativas”, expresa Eugenia.
Esas relaciones alternativas trascendían lo académico e impregnaban, según las declaraciones recabadas, todos los ámbitos de sus vidas. Tanto es así, que algunos miembros de CREA y voluntarios de la Escuela de Adultos de la Verneda (un proyecto de Flecha sobre aprendizaje) vivían en pisos compartidos.
Lo que sigue es un relato que comparten las mujeres entrevistadas en este reportaje. Poco a poco, detallan, las fue embaucando. Primero de forma sutil, ganándose su confianza, haciendo valer su prestigio como investigador de diferentes proyectos europeos, para luego dar paso a un clima asfixiante en el que les exigía que le contaran detalles íntimos o problemáticos de sus vidas para después usarlos en su contra o humillarlas.
“Fue como darle la llave a todas mis vulnerabilidades. Decía que me iba a curar dialogando con él”, relata Nuria. A pesar de tener una relación jerárquicamente superior, eran frecuentes los interrogatorios sobre los contactos sexuales que habían tenido previamente con el pretexto de que enfrentar esas vivencias era necesario para su transformación personal e incluso para mejorar la producción académica y científica del grupo. “Su discurso era que había mujeres de CREA que al tener novio frenaban su carrera profesional, y por eso algunas se sentían limitadas y se planteaban dejar o dejaban a sus parejas”, detalla Sara. “Me machacaba por haber estado con un chico, me culpabilizaba, decía que eso casi destruye CREA. Lo dejé y lo pasé fatal”, señala Almudena.
Catalina, otra de las entrevistadas, detalla cómo Flecha dedicó un viaje laboral que compartieron a repasar todas y cada una de las parejas que ella había tenido. “Me dijo que si un hombre me había tratado mal era culpa de mis thanatos. Yo lo asumí y me lo creí”. Con thanatos, un concepto que, según las denunciantes, Flecha usa de manera insistente, se refiere a los supuestos traumas que les provocan relaciones anteriores que, por supuesto, él no aprueba.
Un mesías
En este contexto, Flecha, coinciden las entrevistadas, se presentaba como una figura excepcional, casi sobrenatural. Un mesías capaz de ver el potencial de cada mujer y hacerlo aún más grande. “Me machacaba porque tenía que revisar mi historia, mi pasado. La figura del profesor siempre me había parecido de confianza. Por eso yo confié. Pero al mismo tiempo, te exponía a situaciones de intimidad. Decía: ‘Vamos a la habitación, vamos a charlar’. Y todo, como si fuera tan normal”, cuenta Mariana.
Esa intimidad también incluía hablar sobre relaciones abiertas, un discurso normalizado en el entorno de CREA. “Era conocido que él las tenía. Lo justificaba diciendo que si nos extrañaba era porque estábamos mal socializadas en el amor. Si no lo entendíamos era nuestro problema y el de toda la sociedad, que es competitiva y posesiva”, cuenta Sara. “Decía que eso era lo especial, pero luego descubrías que [lo era] sólo para él, porque era el único que tenía ese privilegio. Si otras mujeres de CREA tenían relaciones abiertas era para enrollarse con él y con quien él validara”, añade.
“Decía que tener relaciones sexuales abiertas era lo especial, pero luego descubrías que sólo para él, porque era el único que tenía ese privilegio.
Lejos de considerarlo como algo asimétrico, sobrevolaba —aseguran— la idea de que era una muestra de madurez y liberación sexual. “Yo no sabía ni qué era eso, pensábamos que era una persona muy libre, que qué pasada. Empiezas a normalizar que eso tenía que ser así”, explica Mariana.
También era habitual, exponen, que el investigador les exigiera que le dieran masajes. “Decía que estaba hecho polvo, y que era para quitarle la tensión”. La primera vez que se lo pidió, cuenta Almudena, no le resultó extraño porque ya lo había visto con otras compañeras. “A veces pasaba en el salón y otras en la habitación de su casa. A veces sola y otras con más mujeres. Se quitaba el pantalón para que se lo diéramos en las piernas. Le vi desnudo un par de veces”. “Era como para cuidarle, lo justificaba así, pero el mensaje que lanzaba es que éramos nosotras las que le provocábamos el placer”, prosigue. Una situación que, según relatan, también usaba para crear rivalidad entre ellas: “Tenía el componente de generar celos. Tú te vas y se queda la otra. Y cuando se quedaba dormido, salías de puntillas para que no se despertara”, explica Catalina.
"Decía que estaba hecho polvo, y que teníamos que darle masajes para quitarle la tensión
Premio, castigo, manipulación
El siguiente paso eran las relaciones sexuales que mantenía de forma paralela con varias de ellas, según sus testimonios.
Siete de las mujeres contactadas confirman que mantuvieron sexo con Flecha, aunque enmarcan esas prácticas dentro de un sistema de coerción. Una de ellas, Alicia —el testimonio con el que comienza este artículo— afirma que la única ocasión en la que tuvo contacto sexual con Flecha ella no quería mantener esa relación. Tras este encuentro, Ramón le pidió que redactara un email para decirle lo especial que había sido. Algo que, otras mujeres de la organización, también declaran haber tenido que hacer. Alicia accedió, asegura, por presión emocional.
“Había normas no escritas en la relación. Estaba prohibido hablar de ello con otras personas, aunque a él se lo tenías que contar todo. Me tenía que dar permiso para enrollarme con otros hombres”, cuenta Sara. “Te llamaba por teléfono y te preguntaba dónde estabas. Te decía: ‘ven, prepárate’, para que fueras [a su casa]. No sabías para qué, pero si era sobre las once de la noche, ya te lo imaginabas. Nos tenía controladas así”, explica Almudena. “Tenías que darle la razón, no te podías hacer la víctima. Tenías que pedir perdón y obedecer. No me planteaba no seguir esas normas. Si se le contravenía, te machacaba mucho”. concluye Sara.
“Un día, después de tener sexo con él, me propuso que me presentase a una beca”, explica Almudena. Es un ejemplo, señalan varias de ellas, de cómo estos contactos se combinaban en ocasiones con proposiciones de trabajar en proyectos o asistir a congresos en los que él les indicaba cómo tenían que vestir o cómo tenían que comportarse. “En eventos grupales de CREA académicos y sociales, él decidía quién podía llevar minifalda y quién no, aunque quisiéramos”, apunta Sara. “No había un contexto para decir que no a nada, no podíamos negarnos. Te castigaba, no te hablaba en cinco días. Si había charlas, él decidía quién iba”, concluye Elisa.
“No había un contexto para decir que no a nada, no podíamos negarnos. Te castigaba, no te hablaba en cinco días
“Yo iba en piloto automático, no quería pensar. Sentía claramente que no quería esos encuentros sexuales. No había agresión física, pero ¿hasta qué punto había consentimiento?”, relata Nuria.
“Tenía que cocinar, planchar y comprar”
No sólo eso. “Me llamaba para que fuera a su casa a hacer labores. Tenía que cocinar, planchar y comprar. Hacer su maleta o ir de palmera a los congresos”, señala Almudena. “Limpiaba, iba a comprar ropa, preparaba sus tuppers”, añade Catalina.
A la vez, detallan, la exigencia laboral era desproporcionada. “Pasábamos noches sin dormir preparando proyectos europeos. Recibíamos llamadas a horas intempestivas. Si tenía una charla a las 9 de la mañana, nos llamaba. Había que responder inmediatamente o por WhatsApp”, prosigue. “Si decías que no, había reprimenda. Era una bronca de maltrato psicológico, nos decía que lo habíamos estropeado todo, que habíamos destrozado el trabajo que habíamos hecho”, concluye Almudena.
Dos de las mujeres que participan en este reportaje dejaron de tener relación contractual con él, pero continuaron trabajando para la organización por miedo a que su carrera laboral se hundiese: “Es una cuestión mental; te hacen pensar que si no eres de CREA no vas a poder publicar ni participar en proyectos”, advierte Alicia.
“Son millones los ejemplos que tenemos en los que él nos acomplejaba tanto física como intelectualmente. A eso había que añadirle el aislamiento al que nos empujaba, donde nuestras relaciones, a todos los niveles, se veían reducidas a las de CREA”, resume Alba.
Flecha: “Nunca he hecho nada de esto”
infoLibre y los otros tres medios que han llevado a cabo esta investigación han contactado con Ramón Flecha, que asegura no formar parte de la dirección de CREA, niega los hechos denunciados y argumenta que todo forma parte de una campaña de difamación por su apoyo a la lucha contra la violencia machista en la universidad. “Nunca he hecho nada de esto con subordinadas o alumnas”, asegura. Cuando se le pregunta por este tipo de conducta con alguna mujer no perteneciente a la organización, pero sí vinculada académicamente a la organización, zanja: “Hacerme preguntas sobre sexo es acoso sexual”.
La directora de CREA desde 2006 y del departamento de Sociología de la UB, Marta Soler, insiste en que hay un plan para desprestigiarles orquestado también por los medios de comunicación, y añade que el grupo no ha tomado medidas por considerar que las denuncias —las anteriores y las de ahora (ver despiece, más abajo)— son falsas. Además, anuncia una investigación científica internacional sobre el impacto que el "periodismo” (en referencia a esta investigación) ha tenido en el sufrimiento de las víctimas.