Ocurrió un miércoles, en pleno agosto de hace ahora ocho años. Irune Costumero lo recuerda con total nitidez porque ese fue el día que empezó todo. La Ertzaintza y varios funcionarios de la Diputación de Bizkaia se llevaron a su hija, una niña de entonces cinco años, para asumir su tutela provisional. Ella lo denunció en los tribunales, pero la justicia no le dio la razón. Fue el punto de partida de toda una odisea judicial que ha dejado a la madre desprotegida y contra las cuerdas.
En los entresijos del caso anidan el sobreseimiento de denuncias previas por violencia machista contra su expareja, el grito de auxilio de una menor que nunca fue escuchada y un síndrome acientífico e ilegal que sirve de órdago para criminalizar a las madres en los juzgados, el llamado Síndrome de Alienación Parental (SAP). Ocho años después, la madre protectora es capaz de pronunciar sin titubear la palabra "tortura" cuando describe lo vivido. Tiene razones para hacerlo: su caso ha llegado incluso a las Naciones Unidas.
Este sábado se traslada a Madrid para participar en el IV Encuentro sobre Violencia Institucional de Género. Costumero se ha acostumbrado ya a la exposición pública, a agarrar con firmeza el micrófono a pesar del desgaste, convencida de que revivir lo sucedido, caminar firme y levantar la voz servirá, al menos, para guiar a todas aquellas que se reconozcan en su historia.
En 2017 se produce el arrancamiento de su hija. ¿Qué papel tiene el falso Síndrome de Alienación Parental (SAP) en esa decisión por parte de la Diputación de Bizkaia?
El papel del SAP fue clave, indudablemente. A pesar de no existir en los manuales de psiquiatría, a pesar de ser rechazado por la OMS, por el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), a pesar de que la Asociación de Neuropsiquiatría de España y la de Psiquiatría Americana lo rechazan, incluso a pesar de estar prohibido por la ley desde 2021, está latente en las instituciones. Tanto en el País Vasco como en todas las comunidades existen instrumentos de medición de la desprotección de los niños y de las niñas, y ahí está el SAP. En el País Vasco, la herramienta Balora incluye literalmente la "presencia del síndrome de alienación parental" [consultar aquí, en la página 93]. Estos instrumentos son de obligado cumplimiento, así que el negocio está servido. Arrancan criaturas a mansalva, hacen ver a la sociedad que hay una necesidad de acogimiento de niños y niñas, reciben fondos europeos públicos y los destinan a privatizar la infancia, a centros privados en los que ellos tienen a dedo a su gente. De ahí salen todos los informes sesgados que van al juzgado y el juzgador se los cree a pies juntillas, sin corroborarlos y sin escuchar a nuestras criaturas.
Ese es uno de los principales problemas que usted señala: que a la infancia no se la escucha y no se la cree.
Por ley están obligados, pero no lo hacen: oyen, no escuchan. Lo hacen por puro trámite administrativo, pero da igual lo que digan nuestras criaturas, porque esas entrevistas no se graban, si se hace un acta no te enseñan lo que está reflejado, e incluso a la propia criatura le pueden hacer firmar documentos que no entiende.
¿Así ocurrió con su hija? Ella sí expresó lo que quería y lo que no.
Mi hija lleva desde los tres años en el juzgado diciendo que su padre le pega. Y tiene trece. Ella ha ido a relatar su vivencia, pero la primera vez que entró en el juzgado se sentó en el regazo de su padre y así tuvo que hablar. Es así como funciona todo.
Muchas voces han categorizado lo que usted vivió como una forma de "violencia institucional".
Para mí el término real tendría que ser tortura institucional. Tal y como dijo la relatora especial contra la violencia hacia las mujeres y las niñas de la ONU, lo que vivimos las madres protectoras y nuestras criaturas es una auténtica tortura. Nadie se lo puede imaginar si no ha estado en todo ese recorrido institucional, porque la sociedad no está preparada para ponerse esas gafas y ver que pueden llegar a arrancarte a tu hija para entregársela a una persona que, por mucho que sea su padre, ella rechaza. El que prevalezcan sobre todas las cosas los derechos de esos padres amantísimos, como digo yo, frente a los de las criaturas que están verbalizando lo que verbalizan, con esa revictimización constante, es una auténtica tortura.
La sociedad no está preparada para ponerse esas gafas y ver que pueden llegar a arrancarte a tu hija para entregársela a una persona que ella rechaza
¿Cómo describe el recorrido judicial a partir de 2017?
Un desgaste terrible. Es un recorrido largo, tortuoso, en el que las instituciones están diseñadas a partir de un instrumento que contiene un síndrome que no existe. Un síndrome que tortura a nuestras criaturas, que las obliga a vivir con quien no quieren, con quien rechazan. Adentrarte en esas instituciones resulta un campo de minas, en vez de ser un terreno seguro. Es muy difícil levantarte cada mañana, ir a tu trabajo y poner buena cara. Te sientes constantemente juzgada: algo habrá hecho para que le quiten a su hija. Es muy doloroso. Yo voy con la cabeza muy alta porque no he hecho nada, no tengo nada de lo que avergonzarme, pero muchas madres protectoras se quedan por el camino. También muchos niños y niñas están muertos en vida diariamente al ser obligados a vivir con sus maltratadores, condenados o no. Esto sería impensable en el caso de la violencia machista, obligar a las mujeres a vivir con su torturador, pero no se ve así con los hijos y las hijas, siempre prevalece el derecho del padre.
¿En qué punto se encuentra ahora a nivel judicial?
La custodia exclusiva la tiene el padre de mi hija. Yo tengo fines de semana alternos, mitad de vacaciones y entre semana mi hija puede disfrutar de su madre los martes y los jueves desde la salida del instituto hasta las 20.00 horas. Los firmantes y ejecutantes de la orden foral por la cual a mi hija le arrancaron a su madre ya hace ocho larguísimos años están absueltos y yo estoy pagando las costas con muchísimos ceros.
¿Cómo han sido estos ocho años sin la niña?
Muerta en vida. Es una sensación inimaginable, a menos que lo hayas vivido. Recuerdas el día del arrancamiento, te culpas por haber ido a la cita, te consuela que no sabías lo que iba a ocurrir… Oír sus gritos llamándote antes de dormir día tras día. Levantarte, ducharte, maquillarte, vestirte, luchar con todas tus fuerzas, hablar sin tapujos, ir de frente como he ido yo siempre. Sin esconderme, con nombres y apellidos. Enfrentarte a las críticas, pero no solo de las instituciones, también de la sociedad. Podríamos estar horas hablando para que te hagas una mínima idea de lo que sufrimos las madres protectoras al intentar proteger a nuestras criaturas.
La niña era entonces muy pequeña, pero tiene ahora trece años, ¿empieza a ser consciente de la situación?
Es que mi hija empezó a hablar antes que a caminar y lleva desde los tres años hablando claramente. El problema es que se le resta valor a una criatura por el hecho de tener cierta edad, pero ser pequeña no le aparta de su vivencia. Ese malestar, ese sufrimiento lo ha vivido. No es que nadie le infunda ciertos recuerdos, como quieren hacer ver, es que ella lo ha vivido.
¿Cómo fue su experiencia en los puntos de encuentro familiar?
En los puntos de encuentro he visto de todo, pero lo peor es que también lo ha visto mi hija. E igual que ella muchísimos niños y niñas que están también ahí, porque no era de uso exclusivo para mi hija. Hemos visto a padres chillando, dando golpes, hemos tenido que encerrarnos en una habitación y cantar alto para que mi hija no se diese cuenta de lo que estaba sucediendo. También hemos visto a la Policía trayendo a un preso esposado que iba a ver a su hija, insultos, tener que meternos en otra habitación... O ni siquiera dejarte entrar con tu hija sola al baño. Para mí los puntos de encuentro son puntos carcelarios, totalmente inadecuados para nuestros hijos e hijas. Yo nunca he estado en la cárcel, afortunadamente, pero creo que allí hay mejores condiciones. Además, la gente que está ahí te juzga e incluso te amenaza. En una llamada, mi niña me preguntó por el perro y yo le dije que cuando volviera a casa podría verlo. Ahí me amenazaron con cortar la llamada y después me dijeron que no volviera a decirle eso, porque su intención era que la niña no volviera a casa conmigo así que no podía darle falsas esperanzas. Eso me lo dijo una psicóloga del punto de encuentro.
Los puntos de encuentro son puntos carcelarios, totalmente inadecuados para nuestros hijos e hijas
Un reciente informe sobre violencia institucional señala que la mayoría de mujeres la sufren en los juzgados, ¿coincide? ¿Usted se sintió decepcionada por la justicia?
Antes de ir a un juzgado hay un enorme recorrido dentro de los servicios sociales de base. El juzgado es la institución que pone la guinda al pastel. Aceptan sin dudar los informes de los puntos de encuentro, tienen a su propia gente dentro de los juzgados, psicólogas que no están especializadas en infancia y que utilizan el falso Síndrome de Alienación Parental… Tienen la creencia de que las madres somos malvadas y de que estamos únicamente para hacerle la vida imposible a los padres. Esa creencia existe en todos los ámbitos, en el juzgado, en los servicios sociales o dentro de la psicología y la psiquiatría.
Usted sí elogia, en cambio, el servicio de salud Osakidetza, ¿ha sido en su caso importante a la hora de detectar violencia machista?
Funcionó perfectamente. Hasta en tres ocasiones señaló –y así lo hizo constar en los informes– sospechas de maltrato del padre por lesiones a nuestra hija, llamó al forense de guardia y activó todo el recorrido. El fallo es cuando llega al juzgado y toda la maquinaria del patriarcado se activa. Ahí la culpa recae sobre la madre, las criaturas son invisibilizadas, revictimizadas una y otra vez, ignorando su relato, su vivencia y su maltrato. Eso es lo que nosotras hemos vivido.
Cuando se llega al juzgado toda la maquinaria del patriarcado se activa
Ha decidido contar y compartir su experiencia personal para que sirva a otras mujeres que estén pasando por lo mismo. ¿Ha supuesto esa exposición pública un desgaste personal?
La exposición pública abre la puerta a que seas aún más juzgada, y las madres protectoras tenemos un largo recorrido en eso de ser juzgadas. Aunque soy valiente y fuerte, como dice mi hija, a veces el cuerpo y la mente no van al mismo compás, y tu cuerpo dice "basta" y te para de golpe. Pero soy de las personas que si se cae veinte veces, se levanta con más fuerza. La primera vez que conseguí ver a solas a mi hija después del arrancamiento le dije que no pararía hasta traerla a casa. Y en eso estoy. Así que aunque me cueste, aunque llore cada día y aunque esto no sea plato de buen gusto, estar todo el rato recordando es necesario. No sólo por mi hija, que sigue dando vueltas en esa lavadora institucional, sino por tantísimos niños y niñas que están atrapados en su misma situación, y por sus madres, que muchas veces no pueden o no tienen fuerza para ponerse delante de una cámara.
Se ha creado una red entre las madres protectoras.
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Es fundamental tener una red que te asesore, te guíe y te proteja, porque estás perdida. Yo recuerdo cuando me dijeron que tenía Síndrome de Alienación Parental, no tenía ni idea de lo que era, así que fui a una psicóloga y le dije que quería curarme para poder estar con mi hija. Ahí fue cuando me explicó que ese síndrome no existía y que yo no tenía nada, no tenía que curarme. En esos momentos te vuelves pequeñita, vas destrozada, intentando reconstruir esos pedacitos para ver lo que te ha pasado, porque no entiendes lo que ha ocurrido ni cómo solucionarlo.
La ONU ha llamado la atención sobre esta forma de violencia en distintas ocasiones, pero sigue pesando sobre las madres la sombra de la duda. ¿Es una forma de violencia que no se entiende a nivel social? ¿Y a nivel político?
Un político me dijo un día que la política es un cambio de cromos entre partidos. Palabras textuales. Al final, la violencia vicaria y la violencia machista son temas que interpelan a los seres humanos y los seres humanos estamos en todos los ámbitos: en la política, en los juzgados, en la educación, en los servicios sociales… Hay leyes para proteger a nuestras criaturas, pero esas leyes no pueden quedar supeditadas a las creencias de las personas que las juzgan. Lo que queremos las madres protectoras es la aplicación efectiva de las leyes, porque esta tortura es una cuestión de derechos humanos.
Ocurrió un miércoles, en pleno agosto de hace ahora ocho años. Irune Costumero lo recuerda con total nitidez porque ese fue el día que empezó todo. La Ertzaintza y varios funcionarios de la Diputación de Bizkaia se llevaron a su hija, una niña de entonces cinco años, para asumir su tutela provisional. Ella lo denunció en los tribunales, pero la justicia no le dio la razón. Fue el punto de partida de toda una odisea judicial que ha dejado a la madre desprotegida y contra las cuerdas.