Mujeres y personas LGTBI que escapan de Ucrania por la guerra se topan con otras violencias

Refugiados ucranianos llegan al centro de recepción a unos tres kilómetros de la frontera entre Moldavia y Ucrania, en Palanca Village,

Ucrania, 2014. El creciente conflicto en el país, alertan los organismos internacionales, es caldo de cultivo para la violencia contra las mujeres. Años más tarde, algunos datos. El Comité para la Eliminación contra la Discriminación de la Mujer (CEDAW) redacta en 2017 un informe sobre las secuelas de la progresiva destrucción del empleo público, esencialmente femenino, como consecuencia de la crisis; en 2018 la Academia Folke Bernadotte describe el incremento del nivel de la violencia de género y la reducción del apoyo institucional a las víctimas y en 2019 otro estudio trazado por la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) señala que alrededor del 75% de las ucranianas afirma haber sufrido alguna forma de violencia desde los quince años. La pandemia, señala el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), disparó las llamadas de socorro por violencia doméstica un 23%. En 2020, Aministía Internacional hablaba de una "epidemia de violencia contra las mujeres en la región oriental asolada por el conflicto". A esa violencia hay que añadirle ahora otros muchos apellidos: trata, prostitución, violaciones, matrimonios forzados.

Son los efectos de la guerra. Y no son anecdóticos ni hipotéticos: "Todos los estudios a nivel internacional, tanto de las Naciones Unidas como del Consejo de Europa, hablan de las consecuencias específicas de la guerra sobre las mujeres". Lo cuenta Marta González, coordinadora del área de Sensibilización en Proyecto Esperanza. La pobreza, la falta de oportunidades, el riesgo de persecución y la vulnerabilidad "se multiplican" durante los conflictos armados, argumenta, como consecuencia de la dificultad de acceso a los recursos básicos, a un alojamiento seguro y la falta de protección por parte del Estado. Todo ello, continúa, conduce a un enemigo potente: la trata. "Tanto fuera como dentro de las fronteras del propio país en guerra, las mujeres pueden ser captadas por alguien que abusando de ellas las somete a explotación, siendo la sexual la predominante", añade. Pero también hay otras formas de trata que se nutren de la extrema necesidad, menciona, como aquella con fines laborales, matrimonios forzados o la comisión de delitos.

Desde el inicio de la invasión rusa, tres millones de personas han salido de Ucrania, el 90% mujeres y niños, según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Bruselas ya ha alertado del riesgo de que traficantes capten a mujeres y niños ucranianos en su huida hacia la Unión Europea: "Existe un enorme problema con el tráfico de personas", señaló esta semana la comisaria de Interior, Yvla Johansson. En Ucrania, Rusia y otros países de Europa del Este, el 80% de las víctimas de la trata con fines de explotación sexual son mujeres jóvenes, el 10% niñas y el 10% niños, documenta la ONG Plan International. Stefano Fino es portavoz de la organización y acaba de pasar diez días en misión especial en Polonia. "Hablamos de personas no acompañadas que asumen un alto riesgo de violencia, abuso, explotación y trata" una vez huyen de la zona de conflicto, reseña el voluntario. 

Entre la oleada de solidaridad generalizada, continúa, emergen casi inevitablemente las malas intenciones: "Sin un control efectivo existe un riesgo alto de que puedan aparecer personas sin buenas intenciones, es muy complicado controlar eso", relata Fino. "Hemos escuchado casos de mujeres jóvenes a las que algunos hombres les ofrecen transporte o casa" y que tras la intervención de las autoridades o las organizaciones asentadas en la zona "desaparecen". En algunos países fronterizos se han reportado ya intentos de abuso y explotación a cambio de alojamiento.

Es precisamente de la situación de vulnerabilidad de la que se aprovechan los captadores: "Salir del país huyendo de una guerra, velando por sobrevivir, sin recursos económicos propios, facilita que esas mujeres puedan ser engañadas, manipuladas y captadas por alguien sin escrúpulos que se aprovecha del contexto", completa González. Esto, añade, "es por desgracia la tónica general en cualquier desplazamiento masivo de personas en situación de conflicto". Más aúncuando la problemática era previa: la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) identificó el año pasado más de un millar de víctimas del tráfico de personas en Ucrania.

Prevenir y evitar la exclusión

Tras el estallido de la guerra, las primeras salidas fueron protagonizadas por "personas con familiares o conocidos de confianza en otros países europeos que sí tenían una pequeña garantía de acogida", pero posteriormente se produce una "salida más desesperada de gente que no cuenta con el apoyo de nadie", apunta González, por lo que están "mucho más expuestas". En ese contexto, "es muy importante la capacidad de respuesta que se dé y las salidas reales en los países de destino". La fórmula, como siempre, pasa por la integración. Y eso significa techo, trabajo y acceso a servicios básicos. De lo contrario, advierte la experta, se estarán generando "bolsas enormes de exclusión". La prevención es clave y solo será posible, inciden las voces consultadas, a través de la formación continuada y un acceso a recursos sostenido en el tiempo.

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Cuando ese pilar básico falla, recuperar a las mujeres que ya han sido arrastradas a las redes de trata es una tarea titánica. "A veces no entendemos la complejidad de la trata, tenemos un caso tipo en mente, pero hay muchos más", detalla González. La trata interna es también una realidad y muchas veces abarca amplias categorías, más allá del rédito económico, como por ejemplo el uso de mujeres "esclavas sexuales o domésticas en beneficio propio, matrimonios forzados o tráfico de drogas". España, ante esa coyuntura, tiene la capacidad y la responsabilidad de mover ficha mediante el despliegue de una ley integral contra la trata, un compromiso del Gobierno que los colectivos llevan años demandando.

¿Y qué pasa con las que se quedan en Ucrania? El incremento de la violencia machista está en el punto de mira de las organizaciones, pero también la exclusión y la explotación producto de la pobreza, situaciones que engrosan la proliferación de prácticas como la gestación subrogada. Pero en ese contexto, existe también otro colectivo especialmente vulnerable: la comunidad LGTBI. Lo explica Óscar Rodríguez, vocal de relaciones externas de la FELGTBI. Existen, a su juicio, dos grandes grupos perjudicados: las mujeres trans y los hombres homosexuales. En el primer caso, las mujeres trans "no son reconocidas administrativamente como mujeres", por lo que deben quedarse en el territorio para empuñar un arma. "Muchas mujeres trans intentan huir para no tener que luchar ni enfrentarse a la violencia sexual por parte del ejército, tanto el ruso como el ucraniano", señala al otro lado del teléfono, pero no todas lo consiguen. En el caso de los hombres gais, el activista pronostica episodios de "homofobia y violencia por parte de sus compañeros de regimientos militares". 

Y a quienes logran huir, perfila, no siempre les espera un destino seguro. Territorios fronterizos como Polonia o Moldavia "no son precisamente países de referencia en respetar los derechos LGTBI", advierte. En Polonia, el partido ultra en el poder, Ley y Justicia (PiS), ha embestido reiteradamente contra el colectivo y desde 2020 varias regiones del país han llegado incluso a proclamarse "zonas libres de ideología LGTBI". En ese sentido, el activista apuesta por medidas como la apertura de centros de acogida para personas del colectivo en los países de destino, pensados para poder "vivir en espacios seguros". Escapar de una guerra es prioritario, pero muchas veces la hostilidad también campa a sus anchas en algunas de las democracias europeas.

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