Planteadas como un plebiscito sobre la gestión de Javier Milei, las elecciones legislativas de medio término celebradas este domingo en Argentina han arrojado un veredicto rotundo: el mandatario ultraderechista ha salido fortalecido de forma inesperada (40% de los votos) pese a la grave crisis económica que sufre el país y los casos de corrupción que salpican a su Gobierno. El triunfo de su partido, La Libertad Avanza, se explica, principalmente, por dos factores: el intervencionismo de Donald Trump con un rescate financiero en plena campaña electoral y la pujanza del sentimiento antiperonista que anida en amplios sectores de la sociedad argentina y que hoy abandera Milei.
La estrategia del mandatario ultraliberal de polarizar con el peronismo (y específicamente con su versión kirchnerista) le ha dado buenos resultados (se impuso en 16 de las 24 provincias argentinas). La Libertad Avanza, un partido surgido hace apenas unos años, ha fagocitado a la derecha tradicional del expresidente Mauricio Macri (su partido, el PRO, se presentaba en coalición con el de Milei en algunas provincias o simplemente como muleta de apoyo a la ultraderecha en el resto). Cuando el antiperonismo logra esa unidad de acción suele ser imbatible. Es un voto, ante todo, emocional que otorga una victoria casi automática incluso a personajes tan atrabiliarios e histriónicos como Javier Milei. De otro modo, no se entiende que su partido le haya ganado al peronismo por unas décimas incluso en el bastión kirchnerista de la provincia de Buenos Aires, el distrito más poblado del país (37% del padrón electoral) y donde perdió por goleada hace apenas un mes y medio en las elecciones locales. La ultraderecha había presentado como candidato en esa decisiva provincia al economista José Luis Espert, quien tuvo que renunciar a última hora por sus vínculos con el narcotráfico. Su imagen figuraba todavía en las papeletas pero eso no impidió que una mayoría apostara por La Libertad Avanza.
El peronismo esperaba que el creciente malestar social se trasladara a las urnas como un castigo al Gobierno. Con la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner en prisión domiciliaria por una condena de corrupción, la principal figura del movimiento es Axel Kicillof, gobernador de la provincia de Buenos Aires y cuyo liderazgo queda ahora cuestionado por haber desdoblado las elecciones nacionales y las provinciales (en las que vapuleó a la ultraderecha por casi 14 puntos de diferencia en septiembre). Cristina Kirchner no se lo perdonará. Su olfato político le decía que ese desdoblamiento, y la eventual derrota del oficialismo en primera instancia, despertaría la pulsión antiperonista, como así ha sucedido.
La elevada abstención (votó sólo el 68% del padrón) también ha influido en el resultado, así como el hecho de que el peronismo no haya sido capaz de articular listas de unidad en todas las provincias. La suma de las diferentes corrientes peronistas no alcanza siquiera el 35% de los votos. Las elecciones renovaban la mitad de los diputados del Congreso y un tercio del Senado. La nueva composición le otorga al oficialismo y sus aliados del PRO una mayoría suficiente para vetar las leyes impulsadas por la oposición.
El mandatario argentino llegaba a estos comicios con la lengua fuera, asfixiado por una crisis cambiaria que sólo se ha logrado contener tras el rescate in extremis ofrecido por Donald Trump. Una ayuda que el presidente estadounidense condicionó a que Milei ganara las elecciones pero que, en la práctica, ya había desplegado. En un hecho inédito, el Tesoro estadounidense intervino durante varios días en el mercado financiero argentino con varios cientos de millones de dólares para que no se desplomara el peso.
Nuevo gabinete, alianzas y reformas
Antes de las elecciones se daba casi por descontado que Milei se vería obligado a cambiar el rumbo de su política económica y guardar su motosierra en un cajón de su despacho. Una política que ha logrado reducir sensiblemente la inflación (de más del 200% a un 30%, aproximadamente) a costa de grandes sacrificios sociales. En menos de dos años se han perdido más de 250.000 empleos y han echado el cierre cerca de 20.000 empresas, según datos del Centro de Economía Política Argentina (CEPA). Ahora, el rugido del león probablemente acallará a sus detractores. Cuenta Milei con el respaldo de las urnas y con la tutela de Washington, que seguirá abriendo la chequera para apuntalar a su principal aliado en América Latina. Le quedan dos años de mandato en los que se sentirá con las manos libres para dar continuidad a su agenda “libertaria”.
Trump salió al rescate de Argentina en plena campaña electoral con un anuncio de salvamento financiero que ronda los 40.000 millones de dólares (20.000 millones en un intercambio de monedas y otro tanto en préstamos gestionados por la banca privada). El peronismo ha denunciado que el apoyo de Trump implica una intervención del país en toda regla. No se conocen los detalles del acuerdo entre el mandatario estadounidense y Milei pero sí una condición sine qua non que ha puesto Washington encima de la mesa: la salida de China de Argentina. Pekín, con creciente presencia en América Latina, tiene inversiones millonarias en sectores estratégicos (minería, energía, tierras raras...), en los que Estados Unidos quiere ser ahora socio prioritario.
Otra de las condiciones impuestas por Washington para apoyar a Milei pasa por la gobernabilidad del país. El mandatario no ha sabido hilvanar alianzas políticas con los sectores más dialoguistas de la oposición. La Casa Blanca quiere que esa situación cambie para dotar de estabilidad política al Gobierno argentino. En los dos años de mandato que tiene Milei por delante pretende aprobar al menos tres grandes reformas -tributaria, laboral y jubilatoria- que abundarán en su esquema de recortes sociales y beneficios para las clases privilegiadas. Para ello, tendrá que contar con el concurso de los diputados de Macri y otras fuerzas que no respondan al peronismo.
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Milei tenía previsto antes de las elecciones remodelar su gabinete esta misma semana. Los acontecimientos, sin embargo, se precipitaron y dos pesos pesados de su Gobierno —el canciller, Guillermo Werthein, y el ministro de Justicia, Mario Cúneo Libarona— renunciaron la semana pasada por motivos diversos. Además, varios ministros integrados en las listas electorales de las legislativas también abandonarán el Ejecutivo. De las urnas sale también fortalecida Karina Milei, la todopoderosa hermana del mandatario, apodada El Jefe. Su activa participación en los entresijos de la campaña electoral refuerza su posición en la Casa Rosada. Ya nadie parece acordarse de que hace tan sólo un par de meses fue acusada por un estrecho colaborador de Milei de estar implicada en un red de corrupción en la compra de medicamentos.
El principal desafío de Milei pasa por atajar la crisis económica estructural de Argentina, agravada durante sus dos años de mandato. La reducción de la inflación -su gran logro- se ha visto opacada por los ajustes draconianos en el gasto público (con especial incidencia en la sanidad, la educación y las pensiones), la masiva ola de despidos y un continuo endeudamiento. El 60% de los argentinos declara que tiene problemas para llegar a fin de mes, según las encuestas.
Argentina entra a partir de ahora en una etapa política incierta. Nada le asegura a Milei que los dólares de Trump vayan a resolver la crisis cambiaria que ya se ha tragado varios miles de millones de dólares y que no pudo frenar ni siquiera un préstamo previo del Fondo Monetario Internacional de 20.000 millones. El líder ultraderechista se jacta de que, con el respaldo de Estados Unidos, Argentina “será como España dentro de diez años y como Alemania dentro de veinte”. No hay argentino que no piense que su país debería estar más cerca de Canadá que de Paraguay en términos de prosperidad pero la Historia se empeña en negarles esa posibilidad una y otra vez. La corrupción y el nepotismo se han convertido, para su desgracia, en señas de identidad de su clase política. Javier Milei arrasó en los comicios presidenciales de hace dos años con el engañoso argumentario del populismo reaccionario. Un mesías irreverente prometía el fin de la vieja política y una revolución liberal en la economía para cuya ejecución tan sólo precisaba de una motosierra. Esa ilusión sigue viva en Argentina. Y el antiperonismo también.
Planteadas como un plebiscito sobre la gestión de Javier Milei, las elecciones legislativas de medio término celebradas este domingo en Argentina han arrojado un veredicto rotundo: el mandatario ultraderechista ha salido fortalecido de forma inesperada (40% de los votos) pese a la grave crisis económica que sufre el país y los casos de corrupción que salpican a su Gobierno. El triunfo de su partido, La Libertad Avanza, se explica, principalmente, por dos factores: el intervencionismo de Donald Trump con un rescate financiero en plena campaña electoral y la pujanza del sentimiento antiperonista que anida en amplios sectores de la sociedad argentina y que hoy abandera Milei.