Turquía, una inesperada superpotencia en África

Recep Tayyip Erdoğan, en una imagen de archivo.

Jean Marcou (Orient XXI)

El 17 y 18 de diciembre de 2021 se celebró la tercera cumbre Turquía-África en Estambul. Bajo el lema Asociación reforzada para un desarrollo y una prosperidad mutuos, pretendía conmemorar más de veinte años de actividad diplomática turca continua en el continente africano. De hecho, en 1998, incluso antes de la llegada al poder del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), Ankara lanzó un “plan de acción para una apertura en África” que reflejaba su deseo de llevar a cabo una mutación estratégica que se había vuelto indispensable tras el fin del mundo bipolar. Si bien en los años siguientes Turquía restableció el contacto con sus vecinos de los Balcanes, del Cáucaso o de Oriente Próximo, también le dio un giro multidimensional a su política exterior, haciendo pie en otros continentes. Situada en su entorno cercano, África se volvió su área de expansión privilegiada durante las dos últimas décadas.

El aumento de la presencia de Turquía en África se observa en primer lugar en el desarrollo consecuente de sus intercambios comerciales con ese continente. En el transcurso de veinte años, los intercambios pasaron de menos de 5.000 millones a más de 25.000 millones de dólares. De manera significativa, Turkish Airlines, en pleno desarrollo, se convirtió en una de las principales compañías aéreas en África, y actualmente vuela a 61 destinos.

Pero otros indicadores también muestran a las claras el aumento de la influencia turca en el continente africano. En plano político, con 43 embajadas (la Unión Africana cuenta con 55 Estados), Ankara dispone de una de las redes diplomáticas más densas en África, mientras que, al comienzo del milenio, sus representaciones solo ascendían a 12. Paralelamente, en el mismo período, la cantidad de embajadas africanas en Ankara pasó de 10 a 37. Este aumento de los lazos diplomáticos no habría sido posible sin la multiplicación de las visitas oficiales de alto rango, que ahora se han vuelto casi rutinarias. Desde 2005, no ha pasado un solo año sin que el presidente turco (o el primer ministro, cuando todavía existía) haya realizado una gira para visitar tres o cuatro Estados africanos. En la última, que tuvo lugar en el mes de octubre de 2021, Recep Tayyip Erdogan viajó a Angola, Nigeria y Togo (donde, por cierto, en abril pasado se abrió una embajada turca).

Más allá de esta presencia económica y política de estilo bastante clásico, Turquía reforzó su penetración en el continente africano desplegando una dimensión humanitaria, cultural, religiosa y educativa cada vez más pronunciada. Así, el gobierno turco multiplicó la apertura de oficinas de su Agencia de Cooperación y Coordinación, TIKA (Türk İşbirliği ve Koordinasyon Ajansı), que actualmente cuenta con 22 oficinas de cooperación para el desarrollo en el continente. Turquía también participó en operaciones de restauración del patrimonio (sobre todo la rehabilitación del antiguo puerto otomano de Suakin en Sudán) o en la construcción de mezquitas en países musulmanes, como Mali, pero también en Estados donde el cristianismo es mayoritario, como Ghana. Así, en 2017 se inauguró en Accra “una gran mezquita del pueblo”, edificada con el estilo de las mezquitas otomanas de Estambul. Estas construcciones religiosas suelen estar acompañadas de acciones de caridad (distribución de víveres durante Ramadán) o humanitarias (apoyo a proyectos agrícolas de irrigación, construcción de infraestructura hospitalaria, etc.). En estas iniciativas humanitarias, religiosas o culturales están implicados organismos públicos como la presidencia de Asuntos Religiosos (Diyanet İşleri Başkanlığı), el Instituto Yunus Emre (equivalente turco del Instituto Francés o del Instituto Cervantes) o la Agencia de Prensa Anadolu, así como grandes ONG musulmanas como Türk Kizilay (Medialuna Roja Turca), Aziz Mahmud Hüdayi Vakfı o IHH (Fundación de Ayuda Humanitaria).

La recuperación del control de la 'red Gülen'

Por último, una de las dimensiones más relevantes de este soft power es la acción educativa. El Movimiento Gülen estuvo fundamentalmente al mando de esta tarea desde el comienzo, creando escuelas anglohablantes o francófonas en muchos países del continente. Pero la organización cayó en desgracia, y luego del golpe de Estado de 2016 pasó a ser considerada como organización terrorista por el gobierno turco, que recuperó el control de la red educativa Gülen por intermedio de su fundación Maarif y, cuando fue necesario, presionando a los países africanos que se mostraban reticentes. Por cierto, durante la última cumbre Turquía-África en Estambul, Recep Tayyip Erdogan recordó que para él es imperioso continuar con el combate contra el FETÖ (Fethullahçı terör örgütü – Organización terrorista gülenista, acrónimo oficial utilizado para designar al Movimiento Gülen), y lo equiparó con la lucha contra Boko Haram, las milicias somalíes Al-Shabaab y Estado Islámico.

Esta sucesión de logros económicos, de iniciativas políticas y de acciones humanitarias y religiosas permitió que Ankara forjara una verdadera asociación estratégica con África, dinamizada constantemente por numerosas reuniones técnicas sectoriales y también por cumbres políticas, cada cinco o seis años, destinadas a hacer un balance y abrir nuevas perspectivas de cooperación, como la última cumbre celebrada en Estambul el 17 y 18 de diciembre de 2021. En la declaración final de ese encuentro se adoptó un plan de trabajo que define cinco áreas de cooperación prioritarias (seguridad, comercio, educación, agricultura y salud) y establece mecanismos de seguimiento o de evaluación. Además, Turquía firmó un acuerdo marco de cooperación con la nueva Área Continental Africana de Libre Comercio (ACFTA, por sus siglas en inglés). La próxima cumbre Turquía-África ya está programada para celebrarse en África en 2026.

Sin embargo, más allá de estos aspectos operativos, cabe destacar la marcada dimensión estratégica de esta tercera cumbre. Para convencerse, basta con observar la amplitud y la calidad de las delegaciones africanas que viajaron hasta Turquía. En total, 54 países estuvieron representados por 16 jefes de Estado (incluidos Félix Tshisekedi, actual presidente de la Unión Africana, Macky Sall, presidente de Senegal, o Muhammadu Buhari, presidente de Nigeria), acompañados por 102 ministros (incluidos 26 ministros de Asuntos Exteriores), por no hablar de los numerosos técnicos o actores oficiales que participaron en operaciones de cooperación. Ankara, que sacó partido de esa importante participación y de las ostensibles declaraciones de amistad de los dirigentes presentes, alabó una y otra vez el clima de confianza que se ha establecido entre Turquía y África.

Durante el discurso que pronunció el 18 de diciembre, Recep Tayyip Erdogan no escatimó esfuerzos para dejar en claro que la relación se asienta sobre verdaderos intereses mutuos, y sobre todo, cultivó a más no poder el neo tercermundismo que desde hace varios años domina su retórica africana. Retomando su famosa consigna “dünya beşten büyüktür” (“el mundo es más grande que cinco”1

) pronunciada durante la Asamblea General de Naciones Unidas en 2014, el presidente turco denunció en efecto “la gran injusticia” del sistema internacional actual que implica la ausencia del continente africano en el Consejo de Seguridad. Siguiendo con la misma tesitura, deploró que hasta ahora solo esté vacunado el 6% de la población africana y prometió enviar al continente 15 millones de dosis de Turkovac, la vacuna turca que acaba de obtener la aprobación. Con ese tipo de declaraciones, el presidente turco pretende hacer valer la especificidad de su asociación, diferenciándose tanto de los antiguos colonizadores –que solo buscarían mantener su dominación por otras vías– como de las superpotencias comerciales (como China), cuyo tropismo africano solo estaría motivado por la codicia del beneficio propio.

Sin embargo, la política africana de Turquía no es desinteresada. Aunque África solo representa el 10% de las exportaciones turcas, encierra un inmenso potencial de desarrollo. Para el presidente turco, el continente representa uno de los objetivos del nuevo sistema económico que pretende instaurar para terminar con la crisis sin precedentes que padece actualmente su país. Aunque ese sistema alimenta una inflación galopante que arruina el poder adquisitivo de la población turca, Recep Tayyip Erdogan quiere creer, en efecto, en lo que denomina “el modelo chino”. Está persuadido de que gracias a tasas de interés bajas y a una moneda devaluada podrá inundar los mercados exteriores con productos turcos, sostener el crecimiento, frenar la inflación y detener el derrumbe de la cotización de la lira turca.

En el plano político, si bien se mantuvo aislada en 2020, tras una serie de ofensivas con frecuencia exitosas en el Mediterráneo oriental, en Libia y en el Cáucaso, Turquía intenta sumar apoyos entre los países en vías de desarrollo para consolidar su estatus de potencia emergente. En 2010, fue justamente el apoyo de los países africanos lo que le permitió ser elegida por primera vez como miembro no permanente del Consejo de Seguridad. Desde entonces no cabe duda de que el apoyo de África es importante para pesar en las instancias internacionales.

Una asociación militar eficaz

Lo cierto es que la presencia de Turquía en África podría tomar un giro estratégico aún más pronunciado en un futuro muy cercano. El respaldo brindado por el ejército turco al gobierno libio de Trípoli en 2020 y la participación de sus drones, que permitieron frenar la ofensiva del general Jalifa Hafter, les reveló a los africanos el interés militar que podía tener este nuevo asociado. Aunque durante la tercera cumbre la cooperación económica y humanitaria tuvo un papel más central que la cuestión de la seguridad, no cabe duda de que el tema estaba en la agenda de gran cantidad de participantes que, por otra parte, tuvieron la oportunidad de mantener contactos bilaterales con los dirigentes turcos al margen de las sesiones plenarias.

La implicación militar de Turquía en África no es algo nuevo, pero se aceleró recientemente de manera espectacular. Ankara, que desde 2017 dispone de una base militar en Somalia, multiplicó en los últimos meses los contratos de armamento y los acuerdos militares de cooperación. En octubre de 2021, durante su gira por África, Recep Tayyip Erdogan destacó, no sin cierta satisfacción: “En cada lugar que visito de África, todo el mundo me habla de drones”. En el otoño boreal, Túnez y Marruecos recibieron las primeras entregas de drones de combate (Anka S para el primero, Barayktar TB2 para el segundo), pero varios países, como Etiopía, Angola y Níger muestran un creciente interés por este tipo de armamento, o intentan adquirirlo. Durante el verano de 2021, las potencias occidentales habrían ejercido presión sobre Turquía para que suspenda las primeras entregas de drones a Etiopía, que actualmente enfrenta la rebelión del Tigray. En noviembre de 2021, Níger firmó un contrato de armamento que preveía, entre otras cosas, la adquisición de Bayraktar TB2. No cabe duda de que los drones (probados en Turquía contra la guerrilla kurda del PKK) son capaces de interesar a muchos Estados africanos que enfrentan levantamientos secesionistas o yihadistas. Pero algunos de esos Estados (Níger, Togo, Chad, Etiopía, Somalia…) ya le compran a Turquía otros materiales (aviones de entrenamiento Hürkuş, vehículos blindados, camiones…).

Durante la tercera cumbre de Estambul, Recep Tayyip Erdogan confirmó que en los once primeros meses del año 2021, el volumen de los intercambios comerciales entre Turquía y África habría alcanzado los 30.000 millones de dólares, es decir, una cifra superior en 5.000 millones con relación al año anterior. Así, cuando Recep Tayyip Erdogan se fijó el objetivo de triplicar los intercambios comerciales entre Turquía y África en un futuro cercano, probablemente contaba con proseguir y multiplicar sus primeros éxitos en el ámbito del armamento. En el año 2021, las exportaciones de Ankara hacia Etiopía alcanzaron los 94,6 millones de dólares, mientras que en el año 2020 habían sido de apenas 250.000 dólares. Y en el mismo año se observaron aumentos en proporciones comparables con Chad y con Marruecos, también receptores del material militar turco.

Este nuevo estatus de proveedor de armamento en África refleja el papel estratégico que Turquía ahora desempeña en el continente. Este fenómeno se manifestó al comienzo en el Cuerno de Áfri-ca, en particular en Somalia, donde luego de una implicación inicial de carácter humanitario, Ankara empezó a apoyar de manera cada vez más ostensible al gobierno somalí en la guerra civil que desde hace varias décadas asola al país. Desde hace dos años, la participación de Turquía en África toma un giro cada vez más político. En 2020-2021, en paralelo a su participación militar en Libia, Ankara firmó acuerdos de cooperación militar con Níger, Etiopía, Chad y Togo, y a su vez –para disgusto de Francia– fue el primer país que tomó contacto con el gobierno de transición libio establecido luego del golpe de Estado de agosto de 2020.

Esta implicación militar y estratégica turca tiene lugar en un momento en que el continente africano es objeto de nuevas intervenciones exteriores. En el Cuerno de África, Ankara, apoyada por Catar, no tardó en toparse con Egipto y los Emiratos Árabes Unidos, apoyados por Arabia Saudita, de modo que los antagonismos de Oriente Próximo se exportaron también al continente africano. Pero dado que la presencia estratégica turca se extiende al conjunto del continente africano, también se plantea el problema de saber cómo se posicionará Ankara respecto de otros actores que se encuentran en una posición ascendente allí, en particular Rusia. Es cierto que el conflicto libio demostró que ambos países distan de compartir los mismos intereses, pero en otros teatros de conflicto (en particular en Siria) se ha visto que, aunque estén en desacuerdo, estos dos hermanos enemigos pueden olvidar sus diferencias inmediatas para realizar acercamientos puntuales que les permitan dejar al margen a los occidentales.

Por supuesto que ese escenario hipotético aún dista de convertirse en realidad, pero el riesgo que representa en sí preocupa mucho a las antiguas potencias coloniales, como Francia y Portugal, que tienen una fuerte implicación en África occidental. Unos días antes de celebrarse la tercera cumbre Turquía-África, el presidente francés Emmanuel Macron, a cargo de la presidencia rotatoria de la Unión Europea en el primer semestre de 2022, anunció la realización de una cumbre Unión Africana-Unión Europea en febrero de 2022, para dinamizar la relación “un poco cansada” entre ambos continentes. Nadie duda de que esta iniciativa debe comprenderse en el marco de la evolución actual de los equilibrios estratégicos en África, donde Turquía ocupa un lugar para nada desdeñable.

Jean Marcou es profesor en Sciences Po Grenoble (Universidad Grenoble Alpes) e investigador asociado en el Instituto Francés de Estudios Anatolios de Estambul.

Traducido del francés por Ignacio Mackinze.

Aquí puedes leer el texto original en francés

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